Darío Pignotti

 

Dejó su plácida rutina de conferencista y analizó largamente la profundidad de la crisis con su “compañera Dilma”, quien le ofreció una cena en la residencia oficial. Ya se habla de su candidatura para el 2014.

 

“Volver, con la frente marchita…”, fraseó con maestría el cantor Abel Córdoba en el Teatro Nacional de Brasilia, antes de recordar la amistad “entrañable” de un argentino, Carlos Gardel, y su letrista, el brasileño nacido en San Pablo Alfredo Le Pera. Fue el domingo pasado durante un espectáculo tanguero patrocinado por la Embajada de Argentina durante el cual un diplomático reconocía, conversando informalmente con Página/12, que era arriesgado pronosticar si la afinidad de las presidentas Dilma Rousseff y Cristina Fernández iba a ser suficiente para neutralizar la tensión comercial entre Buenos Aires y Brasilia, fogoneada por los siempre irreductibles industriales paulistas.

La anunciada (por algunos anhelada) crisis diplomática por las trabas a las exportaciones no fue tal, al menos por lo pronto, pero Dilma Rousseff debió ser socorrida por Luiz Inácio Lula da Silva para amainar su primer sismo político interno, debido a las sospechas suscitadas por el llamativo enriquecimiento del jefe de Gabinete, Antonio Palocci. Ciento cuarenta y cuatro días después de haber dejado el Palacio del Planalto, Lula voló a Brasilia el martes y retomó, durante 48 horas, el timón de la política nacional. Dejó su plácida rutina de conferencista ante ejecutivos de transnacionales como Microsoft o Telefonica, por las que factura 120.000 dólares, y analizó largamente la profundidad de la crisis con su “compañera Dilma”, quien le ofreció una cena en el Palacio del Alvorada, residencia oficial.

Luego desayunó con su amigo, el cacique conservador y jefe del Senado José Sarney, e impartió instrucciones a los congresistas del Partido de los Trabajadores, del cual es presidente honorario. Por momentos la agenda de Lula más parecía la de un gobernante en ejercicio del cargo.

De camisa sport y blazer, Lula también se encontró con el siempre trajeado vicepresidente Michel Temer, un derechista mañoso cuya lealtad hacia su jefa Rousseff parece emular la del mendocino Cobos. Entre 2003 y 2006 Lula trabajó junto a Palocci cuando éste se desempeñó como ministro de Hacienda y aplicó un plan de ajuste ortodoxo, manteniendo tasas de interés tan altas como felices para los banqueros.

Ciertamente es posible que el líder petista haya reprendido al causante del embrollo, Antonio Palocci, un hombre vital en el armado de Dilma, visto con más simpatía por los banqueros que por sus camaradas del PT.

Ninguna palabra portuguesa es tan elocuente como “chicana” para aludir a la malicia política. Y sonó a eso, “chicana”, el planteo del sindicalista Paulo Pereira da Silva, que el viernes, cuando Lula había restablecido la calma en Brasilia, lo postuló para ocupar el cargo de “primer ministro de Dilma” en reemplazo de Palocci, un neoliberal que causa indigestión a los gremialistas.

Otra ironía, ésta montada en la supuesta falta de mando de Rousseff, provino del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña, del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso, que equiparó la reaparición de Lula con un “tercer mandato” presidencial. Chicanas al margen, el balance de la semana más agitada de la joven gestión dilmista desnuda un dato de acero: Lula ostenta un liderazgo superior al de cualquier otro dirigente brasileño, incluso el de la jefa de Estado.

Contar con un aliado así, capaz de aquietar las aguas de un caso espinoso (del que habrá más repercusiones), configura un respaldo político inestimable para la presidenta. Pero afirmar lo contrario es plausible: el auxilio dado por Lula puede ser leído como un lastre al exhibir los eventuales límites de la autoridad de su sucesora.

Esta semana el ex tornero mecánico volverá a tomar distancia del ajetreo político local y retomará su agenda internacional, que hace 10 días lo llevó hasta Nicaragua, donde pronunció un discurso ante los partidos de izquierda latinoamericanos que integran el Foro de San Pablo.

Aterrizará el martes en Cuba, donde debe ser recibido por Fidel Castro, tras lo cual embarca hacia un encuentro con Hugo Chávez en Venezuela.

“Que nadie espere mi jubilación política”, advirtió Lula a sus detractores a poco de finalizados sus 8 años de gobierno.

Su plan era retornar gradualmente al PT, comandar la estrategia electoral del partido fundado por él en 1980, y asfaltar el camino hacia la “natural reelección de Dilma en 2014”, en la cual descartó ser candidato.

Los hechos de la semana que pasó alteraron los planes de Lula, al llevarlo prematuramente de vuelta a la coyuntura política, e instalaron una pregunta inevitable: ¿se puede dar por seguro que Lula no volverá a postularse para un tercer mandato en 2014?