Sergio Briceño García*
Lo que estamos viendo en Honduras no tiene otro nombre que capitulación. Por un acto como ese Francisco de Miranda fue puesto preso por los patriotas con la acusación de traición a la patria. Por conspiración de algunos pusilánimes, enemigos de Bolívar, Miranda fue entregado a los españoles para ganar indulgencia con el realista Monteverde y esa genuflexión evitó a Miranda rendir cuentas de sus actos en un consejo de guerra del ejército patriota pero fue a morir en la Carraca en las garras de sus enemigos.
El caso de Zelaya es infinitamente peor, porque Miranda fue un héroe de la Independencia y aunque en sus manos se perdió la Primera República las causas no pueden ser atribuidas a un acto de cobardía, ni a la defensa de los intereses de su clase o a debilidades ideológicas frente al Imperio. En el caso del pusilánime Zelaya este personaje no es ningún héroe de la resistencia Hondureña, nunca ha dado muestras de coraje ni de valor personal, es un empresario dueño de tierras arraigado a sus intereses de clase y siempre ha estado haciéndole carantoñas al Departamento de Estado norteamericano, a los chupamedias del Imperio o a los que andan pescando en río revuelto.
Se me antoja hablar de capitulación utilizando la figura de “Abandono de una opinión, de una actitud, de cualquier resistencia”, según la acepción del Larousse. El gobierno de Lobo es ilegítimo porque nació de un golpe de Estado que sacó a empellones de su residencia al Presidente constitucional y reprimió al bravo pueblo hondureño alzado contra una arremetida ultraderechista obediente a Hilary Clinton. Esa ignominia fue condenada por los gobiernos dignos del Continente encabezados por el ALBA pero resulta ahora que por iniciativa de Santos, Chávez y Zelaya con el visto bueno del Departamento de Estado, aquella opinión democrática progresista, caracterizada por una actitud emancipadora que enarbolaba la estrategia de la resistencia antiimperialista fue abandonada.
En su lugar aparece un pastoso acuerdo entre vencedores y vencidos cuyo más deplorable acto es legitimar al gobierno de facto. Zelaya volvió a Tegucijalpa pero no como lo hizo Chávez el 13 de abril para continuar en el ejercicio de su cargo legítimamente electo. En el mejor de los casos Zelaya quedará envuelto en la triste repetición de otra historia humillante de América Latina, tendrá que ganar las elecciones a los golpistas que lo destituyeron para poder retomar su mandato. Sólo que esta vez el agravio no requirió de los Cascos Azules y de la intervención militar directa del Pentágono para imponer su política como lo hicieron en la República Dominicana contra el Constitucionalista Coronel Caamaño quien se rebeló en defensa del Presidente democrático Juan Bosh víctima de la traición de militares serviles a los EEUU
De la capitulación vergonzosa sólo podrá salir el pueblo hondureño con la firmeza de su combatiente magisterio, de sus valerosos estudiantes, obreros y campesinos que puedan romper la trampa que les tendió el imperio. Así como Bolívar pudo conducir al pueblo venezolano por el camino de su independencia también a lo largo de la lucha será posible hacerlo en el país centroamericano si logran apartar de la dirección del movimiento popular la influencia siniestra de hombres medrosos, peleles y vacilantes como el Presidente Zelaya.
*Profesor universitario jubilado