«La mundialización moderna, asociada al capitalismo, es polarizante por naturaleza. La lógica de expansión mundial del capitalismo produce una desigualdad creciente».

Gabriela Roffinelli
Samir Amin nació en El Cairo, hijo de padre egipcio y madre francesa Pasó su infancia y juventud en Port Said, allí asistió a la escuela secundaria. De 1947 a 1957 estudió en París, obteniendo un diploma en Ciencias Políticas (1952) antes de graduarse en estadística (1956) y economía (1957). En su autobiografía Itinéraire intellectuel (1990) escribió que con el fin de gastar una cantidad considerable de tiempo en «acción militante», solo podía dedicar un mínimo de tiempo a su preparación para los exámenes universitarios. Amin ha dedicado gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre los países desarrollados y los subdesarrollados, las funciones de los estados en estos países y principalmente a los orígenes de esas diferencias, las cuales se encontrarían en las bases mismas del capitalismo y la mundialización. Para Amin, la mundialización es un fenómeno tan antiguo como la humanidad, sin embargo, en las antiguas sociedades ésta ofrecía realmente oportunidades para las regiones menos avanzadas de alcanzar a las demás. Por el contrario la mundialización moderna, asociada al capitalismo, es polarizante por naturaleza, es decir que la lógica de expansión mundial del capitalismo produce en sí misma una desigualdad creciente entre los socios del sistema.
– Gabriela Roffinelli: En sus análisis teóricos, incluso en los más tempranos, se deja oír siempre el eco de la pasión política. ¿Su primera militancia política fue comunista?
– Samir Amin: ¡Sí señor! ¡Yo he sido y sigo siendo un comunista! Me considero como comunista, para mí la perspectiva comunista es la única humanamente aceptable. Incluso he sido miembro del Partido Comunista, un partido comunista que estuvo en la clan­destinidad durante mucho tiempo…
– Gabriela Roffinelli: ¿Esa militancia fue en el Partido Comunista francés?
– Samir Amin: No, en el Partido Comunista de Egipto (allí milité desde 1951 hasta la desaparición del Partido, en 1965). ¡El Parti­do Comunista en Francia no estaba en la clandestinidad…! [Ri­sas]. Aunque yo también fui miembro del PC francés mientras estudiaba en Francia (desde 1947 hasta 1957, cuando me marché de ese país).
– Gabriela Roffinelli: En muchos de sus libros, usted analiza críticamente la expe­riencia soviética y de algún modo rescata la de China. ¿Tuvo in­fluencia maoísta?
– Samir Amin: Bueno, por entonces, el PC egipcio era un partido muy influido por la visión soviética. Con algunos problemas, qui­zás con tendencias internas conflictivas, pero el conflicto apare­ció más tarde. Digamos que la percepción de lo que fue este conflicto me parece comprensible más tarde. La disputa se produ­jo entre una visión estratégica alineada con la posición soviética y una concepción estratégica más independiente. El conflicto chino-soviético se produce en el año 1957, antes de que estalle oficialmente en 1960. Entonces me encontré muy atraí­do por las propuestas chinas, por la visión china del orden interna­cional, por la concepción china de la transición al socialismo y por lo tanto por el maoísmo.

–   Gabriela Roffinelli:   ¿Qué balance haría hoy del maoísmo?
– Samir Amin: Creo que el maoísmo representó un paso adelante en relación con la visión soviética sobre las cuestiones de la tran­sición. Cualquiera sea el juicio que tengamos hoy sobre la Revo­lución Cultural o el juicio que podamos tener en cuanto a la ingenuidad que hacía pensar que la juventud, porque era «La Ju­ventud», podía ser el motor de una transformación cualitativa de la sociedad, etc… me parece que los lemas y los objetivos que proponía la Revolución Cultural, fueron un intento de ir más allá del impasse del comunismo soviético. Cuando Mao Tsé-Tung, en 1963, en la carta de los 25 puntos, dijo que el enemigo no está fuera del PC sino dentro del PC…
– Gabriela Roffinelli: ¿La burocracia?
– Samir Amin:   ¡La burguesía! No la burocracia. La burguesía no es un enemigo exterior. Mao dijo: «Estamos construyendo la bur­guesía». Creo que, intuitivamente, era una visión muy justa. Aho­ra bien, ¿los maoístas del PC chino de aquel momento pudieron extraer las conclusiones y realizar estrategias eficaces? La histo­ria nos demostró que no. Pero no hago mi propia autocrítica, no digo «nos equivocamos». Digo que fue un paso hacia delante y que con la distancia vemos las insuficiencias de este paso hacia delante. Y vemos también las contradicciones escondidas por los análisis que se hacían en aquel momento.
– Gabriela Roffinelli: El maoísmo fue en aquella época muy influyente sobre la intelectualidad occidental…
– Samir Amin:   Yo creo que sí. ¡Completamente! Un fenómeno como mayo de 1968, en Europa, y quizás también acá, en Améri­ca Latina, pero digamos en Europa, un fenómeno así es impen­sable sin la influencia de la Revolución Cultural China. Es la Re­volución Cultural del año 1966 la que dio lugar a esta esperanza, con sus ilusiones… Estas esperanzas de transformación del mun­do por la juventud revolucionaria, con todos los problemas que plan­teó luego.
– Gabriela Roffinelli: ¿En su primera juventud usted provenía de una familia con militancia política?
– Samir Amin: No, mi familia no era comunista. Pero digamos que del lado de mi padre y del lado de mi madre, tomando en cuenta aquella época, eran progresistas, en relación con las clases a las que pertenecían.
– Gabriela Roffinelli: ¿Qué opinión y qué posición adoptó usted con respecto a Nasser y a su movimiento?
– Samir Amin: En 1960 yo escribí mi segundo libro (el primero, publicado en Egipto, había sido escrito en árabe en 1958). El se­gundo lo publiqué en 1963, después de mi rápida partida de Egip­to de 1960. Fue publicado bajo un seudónimo: en aquel momento lo firmé con mi nombre de clandestinidad en Egipto. Este libro es muy crítico del nasserismo. Yo era un militante, no diría disciplinado, «tontamente disciplina­do», pero era un militante como cualquier otro. El PC egipcio, al que pertenecía, fue muy crítico del nasserismo desde el golpe de Estado de 1952 hasta 1955. Durante estos tres años, el PC fue muy crítico del nasserismo y lo que se dijo del nasserismo en aquel momento —aunque hubo exageraciones- no era falso. Se ponía el acento sobre el carácter antidemocrático, anticomunista y no socialista del nasserismo. Se enfatizaba su perspectiva nacio­nal burguesa reaccionaria. Luego, en 1955, se produjo la Conferen­cia de Bandung que significó un viraje en la historia de Asia y   África. Esa conferencia de Bandung permitió la cristalización de un frente anti imperialista nuevo, de los países no-alineados, con China de Mao Tsé-Tung, con India de Sri Pandit Jawaharlal Nehru, con Egipto de Gamal Abdel Nasser, con Indonesia de Sukarno, con Yu­goslavia de (Tito) Josip Broz y con los movimientos de liberación nacional de África, encabezados por Kwame Nkrumah de Ghana.
Esto permitió abrir un gran capítulo histórico de conflictos reales con el imperialismo. En este conflicto antimperialista, los soviéti­cos se posicionaron como aliados de estas nuevas potencias no alineadas dándoles su apoyo… que no era un apoyo despreciable. ¡Les daban un apoyo militar! El armamento y la diplomacia per­mitían neutralizar las agresiones del imperialismo. Lo que sucede hoy en día no podía pasar en aquel momento. Esto era un desafío real para los comunistas de estos países: ¿qué actitud adoptar frente a los regímenes de esas sociedades?
Y entonces pasamos de un extremo al otro. En el caso de Egipto pasamos a un acuerdo con Bandung, en abril de 1955. En junio de ese año, 1955, un documento del PC egipcio denuncia de nuevo el nasserismo… y después pasamos a las nacionalizaciones del 56. Llega la amenaza de

agresión franco-anglo-israelita en octubre del 56, a raíz de la nacionalización del Canal de Suez, que se pro­dujo el 26 de julio de 1956. Después del discurso de la nacionali­zación del Canal de Suez (en julio) aparece el primer documento del PC egipcio que hace una autocrítica, leída desde hoy es muy ingenua, pero que es total. A partir de aquel momento, hubo un año de acercamiento entre el PC egipcio y el régimen nasseriano. Estamos hablando del año 57. No duró mucho tiempo. Porque el nasserismo y Nasser no podían tolerar el riesgo de ser superados en la izquierda por el comunismo egipcio. Entonces se pasó a la represión brutal. Una represión que, en su momento, pareció como «poco comprensible». Incluso para los comunistas. No pareció comprensible. Yo lo digo en mi libro egipcio de aquel momento…
– Gabriela Roffinelli: Usted es un crítico muy fuerte de la ideología eurocéntrica y el europeísmo. Tiene incluso un libro especial dedicado a ese tema (El Eurocentrismo. Crítica de una ideología, Siglo XXI, 1989). ¿Tuvo alguna influencia de Frantz Fanon?
– Samir Amin: No, en absoluto. Independientemente de la simpatía que pueda tener —que tengo— por Fanon y su política. Él ha estado muy marcado por su nacionalidad del Caribe, con los pro­blemas culturales específicos de esta región. El título de su pri­mer libro Piel negra, máscara blanca(1952)   indica claramente esta problemática. Fanon está preocupado por esta cuestión de la identidad —que, dicho sea de paso, está muy de moda hoy en día—. Para mí, no lo digo sólo como individuo, sino para noso­tros, comunistas y nacionalistas de Asia y África, este problema no existe. No tenemos un problema de identidad. Un chino es chino, un indio es indio, un egipcio es egipcio. Nunca se pregun­tó «¿quién era?» o «¿quién soy?». No es un problema de identi­dad. Esa no era nuestra problemática.
Mi crítica del eurocentrismo, entonces, no se basa en ese nivel. Se fundamenta en otro plano, a nivel de la historia de la forma­ción de la ideología del capitalismo. Hablo de capitalismo, nun­ca hablo de «occidente», no hablo del «mundo occidental», yo hablo de centro capitalista. Y hago énfasis sobre el corte que representa la cristalización de la ideología capitalista en rela­ción con las raíces europeas, con el culturalismo europeo que atribuye a los europeos, por razones misteriosas, una «especifi­cidad» del cristianismo, formulada en términos no muy distintos del Islam, el judaismo, etc.

– Gabriela Roffinelli: Entonces su crítica de la ideología eurocéntrica también difiere de los trabajos de Edward Said?
– Samir Amin:   Sí, mi tesis es muy distinta, tanto de la perspectiva de Frantz Fanon como de la de Edward Said. Aunque su libro Orientalismo (1978) tiene cosas muy interesantes, está muy bien escrito, la crítica que hace a gran parte de la literatura europea, principalmente, es una crítica justa.
-Gabriela Roffinelli: ¿La diferencia entre su crítica al imperialismo y al eurocentrismo y la crítica de Said tiene que ver con las mayores simpatías de Said hacia el postmodernismo?
– Samir Amin:   Es cierto, Said es postmoderno, pero en el buen sentido. Él es fundamentalmente culturalista. Said tiene un proble­ma de identidad, él lo dice incluso en sus libros de autobiografía.
Gabriela Roffinelli: ¿Cómo se vinculó a Paul Baran, Paul Sweezy y Leo Huberman, los intelectuales reunidos en la revista de la izquierda norteame­ricana Monthly Review? ¿Cuándo empezó a publicar en aquella revista?
– Samir Amin: Ya no lo sé muy bien, no lo recuerdo ahora con exactitud, pero creo que fue después de 1968. No tengo muchas diferencias con ellos: ¡al contrario! Una de mis primeras lecturas que aparece en mi tesis de 1957 es la lectura de un libro de Paul Sweezy, que no era precisamente reciente. Era Teoría del desarrollo capitalista (1942).   Baran desarrolló luego esta teoría con la tesis de 1958 sobre el aumento del excedente y la reproducción por sector, en la tradición de El Capital de Marx. A mí me impresionó mucho esta teoría. Me convenció y sigo con esta posición. Pienso que es un avance cualitativo en el análisis marxista de la transformación del capitalismo moderno. En relación con la teo­ría clásica, es decir, con la primera etapa del análisis de Lenin sobre el imperialismo, el análisis de Sweezy del año 1942 consti­tuye un avance cualitativo. Esta es la razón por la cual enseguida simpaticé muchísimo con Sweezy, Baran y su revista Monthly Review.
– Gabriela Roffinelli: A comienzos de los años setenta usted participó en Dakar en uno de los primeros encuentros internacionales que reunió a científicos sociales y militantes latinoamericanos y africanos. ¿Con qué finalidad se pensó aquel evento y en qué contexto se organizó?
– Samir Amin: De hecho, tuve la oportunidad de ser director del Instituto Africano de Desarrollo Económico a partir del año 1971. Una de mis primeras preocupaciones fue romper el aislamiento relativo en el que el colonialismo había ubicado a África en rela­ción con América Latina y Asia. Entonces organicé dos encuen­tros que fueron precursores. Uno de ellos, reunió a africanos y latinoamericanos. Tuvo lugar en Dakar, Senegal, en el 71/72. De este encuentro participaron los latinoamericanos Fernando E. Cardoso, Octavio Ianni, Enrique Oteiza, Pablo González Casanova, Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini, María Concepción Tavares, entre muchos otros.
¡Fue un descubrimiento por ambos lados! Entre los latinoameri­canos y los africanos no había intercambio, ni se conocían recí­procamente. Luego, al año siguiente, organicé en Madagascar la primera reunión afroasiática del mismo tipo. Allí creamos – digo «nosotros», en plural, porque yo no trabajaba solo, sino con un conjunto de instituciones para consolidar este movimiento- otra institución que sigue existiendo para África. En ese mismo momento, el 15 de abril de 1973, en la época de Allende, en San­tiago de Chile creamos el Foro para el Tercer Mundo, del que festejamos el aniversario hace poco. Ese era el contexto: era la época de Bandung, del Movimiento de países No Alineados, de la Tricontinental…
– Gabriela Roffinelli:   ¿Usted participó de la Conferencia Tricontinental en La Ha­bana?
– Samir Amin: No, yo no estuve en la Tricontinental en La Haba­na (*)¡Pero seguimos de cerca este proceso, este movimiento de la Tricontinental! El problema era que, mientras por Asia y África el Movimiento No Alineado aglutinaba grandes Partidos, en Améri­ca Latina no era así. En Asia y África existían Partidos-Estados: el Partido Comunista Chino, el Partido del Congreso en India, el Partido de Nasser en Egipto, el Partido en Vietnam.
Pero en América Latina no sucedía lo mismo. Por ejemplo, en el Movimiento de los No Alineados de febrero de ese año se reunían Asia, África más Cuba… no más América Latina. Solamente Cuba, como Estado, participa de este Movimiento. Entonces la Tricontinental y el OSPAAL para América Latina constituyeron un intento de reunir los movimientos revolucionarios de América Latina, no los Estados. Esa fue una diferencia política importante entre estos tres continentes durante aquellas décadas.
Nota:
(*) La Tricontinental es el nombre con que habitualmente se hace referencia a la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y Améri­ca Latina. Se reunió en La Habana, Cuba, en enero de 1966. Allí concurrieron representantes de 82 pueblos y países, entre ellos Partidos que estaban en el Gobierno (como el PC de Cuba, el de la Unión Soviética, el de China y el de Vietnam del Norte, entre otros) y organizaciones revolucionarias que enfren­taban a sus Gobiernos (la mayoría de los representantes de América Latina). Políticamente, la Tricontinental logró reunir a los Partidos y organizaciones marxistas junto con diversos movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo. Ese vasto conjunto, tuvo tres grandes ejes de influencia. El primero liderado por la URSS, el segundo por China y el tercero, probablemente el más numeroso, por Cuba y Vietnam. A estos tres se sumaron el bloque árabe, donde confluían los delagados palestinos y los de la República Árabe Unisa y, on una posición relativamente independiente, la India.
Entrevista extraída del libro “La teoría del sistema capitalista mundial. Una aproximación al pensamiento de Samir Amin”. Gabriela Roffinelli. Ruth Casa Editorial.

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