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El contenido de los estantes de los supermercados es el resultado de producciones a gran escala y amplias redes de distribución. El movimiento de soberanía alimentaria hace hincapié en los fallos de este sistema y la conveniencia de lograr una agricultura más sostenible
En una sociedad en la que el campo tiene una presencia cada vez menor, la fórmula para mantener el abastecimiento de la población ha pasado por la implantación de técnicas intensivas en la agricultura y la ganadería. Un sistema planteado para lograr grandes producciones de alimentos y que, a través de las pertinentes industrias de transformación y canales de distribución, los productos lleguen hasta los consumidores. Todo ello, además, con el menor coste posible. Sin embargo, cada vez hay más personas que consideran que este proceso no ofrece suficientes garantías, ni en cuanto a calidad del producto final ni en cómo repercute en el agricultor, y que apuestan por volver a un concepto más tradicional.
Este movimiento lleva el nombre de «soberanía alimentaria» y defiende, como aspecto más destacado, que la agricultura y la ganadería se lleven a cabo de la forma más natural posible. Cultivos autóctonos y de temporada, que puedan consumirse directamente, y que incluso sirvan para alimentar a los animales cuando sea oportuno. Unas labores, agrícolas y ganaderas, realizadas en una pequeña explotación, cuyos propietarios tengan además un contacto continuo y sin intermediarios con los consumidores. Esta relación directa entre el proveedor y el cliente, asimismo, debe permitir que el precio del producto sea razonable.
La idea es que el agricultor tenga «el poder de decidir» sobre la tierra, «qué cultiva y cómo», según explican Patricia Dopazo y Samuel Ortiz, de la Plataforma por la Soberanía Alimentaria de Alicante. Se trata, explican, de «volver a una agricultura adaptada al territorio, pero con las técnicas actuales». Así, se hace hincapié en el valor de los productos propios de una determinada zona y las técnicas que tradicionalmente se han empleado para su cultivo. Con ello, este sistema va más allá de lo meramente ecológico y pasa también al terreno social, al promover «la interacción entre el campo y la sociedad que lo rodea». Así, se trata de estimular todas las actividades económicas relacionadas con la producción agraria en esos entornos, como la fabricación de alimentos y otros productos, de manera que estas actividades, al tiempo que respetuosas con el medio ambiente, sean rentables y permitan el desarrollo social.
Este movimiento cuenta con presencia visible en Alicante desde 2008, cuando se constituyó la Plataforma para la Soberanía Alimentaria. En ella hay tanto productores como consumidores y organizaciones sociales, con la idea de «unir la visión de todas las partes» sobre este sistema de producción y comercialización agropecuaria. El colectivo defiende que «el campo es rentable si no hay intermediarios», ya que eso permite al productor obtener un margen de beneficio suficiente. Además, repercute en el consumidor, ya que, al adquirir el producto directamente, «no encuentra una gran diferencia de precio». Con la ventaja, además, de tratarse de un producto de calidad comprobada.
La plataforma difunde esta fórmula a través de actividades como las ferias de intercambio de semillas, que no se quedan únicamente en esta acción, ya que, al tiempo que las propias semillas, se transmiten conocimientos sobre el medio agrario y técnicas de cultivo. En este sentido, Patricia Dopazo y Samuel Ortiz destacan que «uno de los patrimonios de la plataforma son las personas mayores» que forman parte de ella y que, con frecuencia, sirven de maestros para los más jóvenes. Así, dan a conocer nociones sobre el campo «que están desapareciendo», y que de esta forma pueden tener una continuidad.
Otro aspecto en el que se incide es la realización de acciones que «generen el debate. Entre otras está el Congreso Nacional sobre el Minifundio, en el que colabora la plataforma y cuya tercera edición se celebró hace escasos días en Muro. También se llevan a cabo labores de conciención sobre la soberanía alimentaria y acerca de otro movimiento íntimamente ligado: el de la lucha campesina. Para todo ello se está en contacto con organizaciones del resto de España y de otros países, «manteniendo así la visión local y global» acerca del tema.
La soberanía alimentaria puede tener difícil su extensión en la sociedad al enfrentarse a los procesos de libre mercado. No obstante, y aun conscientes de ese problema, Dopazo y Ortiz se felicitan de que la implantación vaya creciendo poco a poco, algo en lo que «los consumidores juegan un papel clave». La concienciación acerca de la calidad en los productos y de cuánto percibe el productor son algunos de los factores determinantes. A partir de esto, explican, han surgido algunas cooperativas de consumidores que buscan este tipo de artículos, que adquieren directamente a productores que los abastecen.