Daisy Farnham
La catástrofe en Japón ha vuelto a abrir el debate sobre la energía nuclear. En este artículo se analiza por qué esta energía no es una alternativa real, los peligros que implica y cómo ésta solo beneficia a unos pocos.
El reciente desastre en la central nuclear de Fukushima Daiichi en Japón ha disparado de nuevo el debate sobre la energía nuclear. El Gobierno japonés inicialmente decía que la situación estaba “controlada”, pero después se vio obligado a admitir que se han escapado peligrosas cantidades de radiación tras las explosiones. Además, se han cerrado 13 centrales más por daños.
La radiación ha llegado a la capital, Tokio, y en algunas zonas se han medido niveles de radiación 1.600 veces más altos de lo normal. Las preocupaciones sobre la seguridad de la comida se han extendido a Europa y EEUU. La segunda explosión hirió a once trabajadores, miles de personas han sido desplazadas y se verán afectadas las vidas de millones de personas más.
El desastre es otro trágico ejemplo del peligro que supone la industria nuclear para el mundo, y se podría haber evitado. Es una industria que prioriza sus beneficios a expensas de la seguridad y la salud públicas.
Los gobiernos del mundo están aprovechando la preocupación pública sobre el cambio climático para presentar la energía nuclear como una alternativa segura, barata y “verde”. Lo pintan como la única alternativa que puede cumplir las demandas actuales de electricidad. Desgraciadamente hay ecologistas que también lo ven como una solución a la crisis ambiental.
En realidad no cumple ninguna de estas cualidades, ni tampoco puede satisfacer las demandas mundiales de electricidad. Los intentos de dar impulso a la industria nuclear no tienen nada que ver con el cambio climático, sino con los intereses imperialistas de los países donde se genera la industria.
Una industria basada en mentiras
La mentira más grande sobre la energía nuclear es que representa una fuente energética ecológica porque no emite gases de efecto invernadero a la atmósfera. Lo cierto es que solo la última fase del ciclo nuclear, la fisión nuclear dentro del reactor, no genera grandes cantidades de dióxido de carbono. El resto del proceso de producción depende del uso de cantidades masivas de combustibles fósiles, incluyendo la extracción del mineral, el procesamiento de uranio, la fabricación de “torta amarilla” (óxido de uranio), el enriquecimiento, el transporte, la construcción de los reactores y finalmente el desmantelamiento y la gestión de los residuos.
Los reactores actualmente emiten un 30% de la cantidad que emite una central de gas. Las estimaciones actuales de las emisiones del ciclo nuclear asumen el uso de uranio de calidad superior. Pero la gran mayoría del uranio del mundo es de calidad inferior, y el proceso de extracción y procesamiento requiere aún más combustibles fósiles. De hecho, utilizando uranio de calidad inferior, el proceso entero emitiría la misma cantidad de gases de efecto invernadero que una central de gas. Construir las miles de centrales nucleares necesarias para proveer de electricidad a todo el planeta requeriría una cantidad inmensa de combustibles fósiles.
Además, la energía nuclear no es renovable. Está limitada por la cantidad de depósitos de uranio conocidos. Si la energía nuclear proveyera la mitad del suministro de electricidad actual del mundo, el uranio de calidad superior duraría menos de una década.
La tragedia de Japón ha dejado muy claro que las centrales nucleares no son seguras. Este desastre más reciente se enmarca en una historia de accidentes, fugas, incumplimientos en materia de seguridad, mentiras y encubrimientos, tan larga como la vida de la industria nuclear.
Como la mayoría de centrales nucleares, la central de Fukushima Daiichi tiene una larga historia de fallos y mentiras, incluyendo la falsificación de 29 informes de seguridad en 2002 por la empresa Tokio Electric Power Company, el encubrimiento de maquinaria dañada, fugas de agua radiactiva y la muerte de un trabajador en un accidente en 1993.
La catástrofe de Chernóbil en 1986 liberó al medio ambiente 400 veces más radiación que la bomba arrojada por EEUU en Hiroshima en 1945. El accidente desplazó a 5 millones de personas y 50 estudios concluyen que hasta ahora han muerto entre medio y un millón de personas por envenenamiento por radiación, cáncer y otras enfermedades relacionadas con materiales radiactivos. Todavía millones de personas viven en zonas contaminadas.
Además, las centrales nucleares no solo son peligrosas en momentos catastróficos. Varias investigaciones en Gran Bretaña, Alemania y EEUU identifican altas tasas de cáncer en las poblaciones cercanas a las centrales nucleares. Asimismo, hay graves riesgos para la seguridad y la salud en todas las fases del ciclo nuclear. La gente que trabaja en todas las partes del ciclo nuclear está expuesta a altos niveles de radiación.
Los residuos radiactivos del proceso de extracción se quedan en embalses que dejan entrar las partículas en el aire, el agua y, por tanto, en los ecosistemas. Una vez en la naturaleza, las partículas radiactivas siguen contaminando las fuentes de agua, el aire y las cadenas de alimentarias durante millones de años.
Lo más peligroso del ciclo nuclear son los residuos que se producen en la fisión dentro de los reactores que contienen uranio empobrecido, uranio y plutonio, el material que se usa para fabricar bombas atómicas. Estos residuos siguen siendo altamente radiactivos durante cientos de miles de años. Si se respira una millonésima de gramo de plutonio, puede causar cáncer de pulmón. Y de hecho todavía no hay ninguna instalación de almacenamiento permanente en el mundo.
Armas nucleares y competencia
La realidad de la industria nuclear es que es muy peligrosa y nada rentable. De hecho, no existiría sin enormes subsidios de dinero público. EEUU ha invertido 150.000 millones de dólares en la industria, mientras Japón invierte unos 2.000 millones de dólares de media anual. Si existe la tecnología capaz de suministrar toda la electricidad del mundo con energía renovable, ¿por qué los gobiernos siguen manteniendo una industria tan dañina y cara?
La respuesta es que la industria de la energía nuclear está estrechamente vinculada a la industria de armas nucleares —de hecho fue creada por ésta. Como la producción de energía nuclear también produce los materiales necesarios para fabricar armas nucleares, la industria resulta muy conveniente para los países que quieren producir armas para dominar a otros. Países como Israel, India, Pakistán y Sudáfrica han utilizado sus centrales nucleares para construir armas.
Esto no es casualidad. Las armas nucleares han jugado y siguen jugando un papel importante en las luchas entre ponencias imperialistas. Bajo el capitalismo, la competencia entre las clases dirigentes de cada estado para defender sus intereses económicos crea fricciones geopolíticas que el país con las armas más avanzadas domina.
Esto quedó muy patente en 1945 cuando EEUU dijo en relación a la bomba atómica que era necesario que “el uso inicial fuera adecuadamente espectacular para que la importancia del arma fuera reconocida internacionalmente”. Murieron 250.000 personas en Hiroshima para que EEUU pudiera demostrar su poder. EEUU todavía tiene las mayores reservas de arsenal nuclear.
Las demás potencias han expresado una ligera preocupación sobre la catástrofe nuclear en Japón, pero no van a abandonar a sus propias industrias. Al contrario, la mayoría tienen planes para desarrollarlas. Ya ha habido manifestaciones masivas en Alemania contra los planes de la canciller Ángela Merkel de prolongar las vidas de las centrales. Es este tipo de movilización la que es capaz de encarar y frenar a la industria nuclear y el apoyo de los gobiernos a ésta.
Cada euro gastado en la industria nuclear se le roba a la utilización de energías renovables que realmente pueden solucionar el cambio climático. El Estado español tiene 8 centrales nucleares y cada una es una potencial Fukushima o Chernóbil. Ahora más que nunca tenemos que rechazar el uso de la energía nuclear y exigir que los gobiernos inviertan directamente en energías renovables.