Angel Gutierrez
Desde hace ya algunos años estoy siendo consciente de una sensación de desencanto que viene de hace mucho tiempo. Durante años pensé que no era lo suficientemente apto o valiente para afrontar los desafíos que la vida me imponía. Que no estaba a la altura de las circunstancias. Todos los trabajos que conseguía me parecían de poca importancia especialmente cuando la paga era baja.
Mis padres me indujeron a asistir a la universidad, de la cual egrese en ingeniería. Todos mis amigos y compañeros de la clase querían trabajar en alguna multinacional porque garantizaba un buen salario. Todos ellos terminaron siendo esclavos de transnacionales que los fueron abandonando uno a uno en el transcurso de los años.
Con el tiempo entendí que las universidades del Estado forman profesionales para que trabajen en ese tipo de empresas, profesionales dependientes sin pensamiento crítico ni consciencia social, hijos de sectores medios con alto grado de individualismo necesarios para gerenciar a las empresas y reproducir el patrón de consumo de una sociedad sedienta de comprar lo que no necesita con dinero que no posee. Dinero que se puede conseguir a través de préstamos bancarios a tasas usurarias o ser heredado de los padres.
Todas las personas que conozco están pendientes del dinero que poseen pero más del que no poseen, de los objetos materiales que desean pero de los que no son propietarios. He visto varias personas en mi vida sufrir por esto. He visto morir personas por esta causa.
Para todos ellos es natural vivir en este sistema político, económico, social y cultural en el que nacieron y del que no parece haber alternativa a la vista, sino algo parecido a un capitalismo con más “redistribución equitativa de la riqueza”, algo así como un capitalismo humanizado. Este concepto me resulta algo extraño de comprender.
Al parecer el sistema económico mundial cada día se va concentrando más en pocas manos de un modo acelerado y lo va logrando creando crisis alimentarias, medioambientales, económicas, financieras y últimamente hasta radiactivas. Un modelo de administrar la vida humana un tanto disparatado dice mi abuela, que no entiende porque son tantas las catástrofes que ve por televisión y escucha por la radio.
Le he explicado que ahora las cosas son diferentes, que no todo lo que dice la televisión es verdad y que no se preocupe demasiado. En realidad se lo he dicho para que pueda dormir mejor de noche. Los terremotos y bombardeos la hacen recordar la segunda guerra mundial cuando la tierra tremía por las bombas imperialistas y ella debía esconderse con sus padres para sobrevivir.
Hoy se que todos quienes estamos vivos somos sobrevivientes del capitalismo: un sistema que dominado por los Estados Unidos está condenando a gran parte de la humanidad a una vida alienada, ajena a la esencia del ser humano que es la vida en sociabilidad, compartiendo lo que se produce con la mayor cantidad de personas posibles de manera igualitaria y en plena libertad: algo un poco diferente del capitalismo, que no funciona en mi vida.
Habrá que trabajar duro para cambiar la realidad.
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