Dentro de lo planificado por el Departamento de Estado -que dirige Hillary Clinton-, la visita deberá mostrar la decisión de buscar un nuevo tipo de relaciones entre Estados Unidos y América Latina, en un contexto regional y mundial cambiante en desmedro de la superpotencia. En Santiago, Obama pronunciará un discurso para exponer su política hacia Latinoamérica. Es claro que la gira se hace teniendo en vista, en primer lugar, los intereses de Estados Unidos. ¿Interesará realmente a Barack Obama lo que ocurre en América Latina o será simplemente un gesto de buena voluntad y un esfuerzo de imagen, movido entre otras cosas por la creciente importancia electoral de la comunidad hispana en EE.UU.?
Dado el tiempo transcurrido desde que Obama asumió la Presidencia y el desinterés que en todo este tiempo ha imperado respecto de América Latina, es discutible que esa actitud cambie, a menos que se produzcan acontecimientos relevantes. Sólo podrían mencionarse al respecto la situación en Haití, enfrentada con notorio poco entusiasmo por Estados Unidos, y la crisis que se produjo en Honduras con el derrocamiento del presidente constitucional Manuel Zelaya, producto de una conspiración de los sectores oligárquicos, los militares y la embajada de Estados Unidos.
No es lógico, entonces, esperar que la visita de Obama marque un cambio sustantivo en las relaciones entre América Latina y Estados Unidos. Sin embargo, los procesos de cambio en América Latina, especialmente en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, y en menor medida en El Salvador, Paraguay y Uruguay, se mantienen y , en algunos aspectos, se profundizan. Brasil pretende seguir la senda de Lula y se fortalece como potencia económica con orientaciones autónomas que buscan formas de integración continental. En Argentina la posible reelección de Cristina Fernández no tranquiliza a Estados Unidos, como tampoco un eventual triunfo de un populista Alejandro Toledo en Perú y un posible derrumbe institucional en México. Es imaginable también que en algunos de los países mencionados se produzca un vuelco a la derecha, como el ocurrido en Chile para satisfacción del imperio.
Vale la pena, con todo, examinar el contexto histórico de nuestras relaciones con Estados Unidos, que no fueron particularmente importantes durante los últimos años del siglo XVIII y comienzos del siglo siguiente. Los balleneros norteamericanos que comenzaron a recorrer las costas del Pacífico, llamados “bostonianos” por provenir de esa ciudad o de lugares cercanos, permitieron los primeros contactos en los que no estuvo ajeno el contrabando. Los marinos norteamericanos, ardientes republicanos, difundieron algo de las nuevas ideas pero sin mayor profundidad, ya que los limitaba el idioma y el hecho de ser protestantes. En los primeros años del proceso que llevó a la independencia hubo mayores contactos y una clara manifestación de simpatía por parte del gobierno del naciente Estados Unidos. Fue importante el papel del cónsul Joel Poinsett, en el gobierno de José Miguel Carrera, sin embargo, todo eso fue superficial. Inglaterra ganó en toda la línea, llenando el vacío que dejaba España.
La hegemonía británica duró hasta fines de la primera guerra mundial, a comienzos del siglo XX. En Chile tuvo su culminación después de la guerra de 1879 y fueron capitales ingleses, con el apoyo de su gobierno, los que impulsaron la guerra civil de 1891 y la derrota del presidente José Manuel Balmaceda y su proyecto progresista.
Alrededor de 1920 empresas norteamericanas ya controlaban las principales minas de cobre: El Teniente, Chuquicamata y finalmente Potrerillos. Vendrían luego el control del salitre y el hierro, a través de Bethelem Steel. A lo largo del siglo XX capitales norteamericanos tomaron posesión de la electricidad, los teléfonos y áreas claves de las importaciones y exportaciones, los negocios bancarios y de seguros, las importaciones de petróleo y su distribución. Una misión norteamericana fue la encargada de crear el Banco Central. La dependencia de la economía estadounidense fue total.
Imposiciones imperiales
Hubo imposiciones especialmente odiosas. Durante la segunda guerra mundial, Chile vendió cobre a Estados Unidos a 11,5 centavos de dólar la libra, menos de la mitad del precio a que se cotizaba en el mercado, que era de 27 centavos. Se estima que la pérdida fue de alrededor de 500 millones de dólares de la época. En la guerra de Corea, los grandes productores de cobre en Chile -que eran empresas norteamericanas- y el gobierno de ese país congelaron el precio en 24,5 centavos, el precio real era de 36 centavos, causando pérdidas por 300 millones de dólares. En 1966, durante la guerra de Vietnam, Chile vendió 90 mil toneladas de cobre a Estados Unidos a 36 centavos de dólar la libra, mientras el precio de mercado era de 60 centavos.
Con todo, lo más importante fue el saqueo de la riqueza que significaba el cobre. En el mensaje del Ejecutivo que inició el proyecto de reforma constitucional en virtud del cual se nacionalizó el cobre, se dijo: “La falta de información del país respecto del verdadero significado económico-social que ha tenido para nuestra patria la explotación de nuestras riquezas básicas por empresas extranjeras alcanza niveles increíbles. La inversión norteamericana en el cobre significó en su origen un aporte de capital foráneo de sólo 3,5 millones de dólares. Todo el resto ha salido de la misma operación. Idéntica situación se produjo en el hierro y el salitre. Las cuatro grandes empresas norteamericanas que han explotado en Chile estas riquezas, han obtenido de ellas, en los últimos sesenta años, ingresos por la suma de 10.800 millones de dólares. Si consideramos que el patrimonio nacional, logrado durante 400 años de esfuerzo, asciende a unos 10.500 millones de dólares, podemos concluir que en poco más de medio siglo estos monopolios norteamericanos sacaron de Chile el valor equivalente a todo lo creado por sus conciudadanos en industrias, caminos, puertos, viviendas, escuelas, hospitales, comercios, etc., a lo largo de toda su historia. Aquí está la raíz de nuestro subdesarrollo. Por eso tenemos un débil crecimiento industrial. Por esto tenemos una agricultura primitiva. Por eso tenemos cesantes y bajos salarios. A esto debemos nuestros miles de niños muertos en forma prematura. Por esto tenemos miseria y atraso”.
La política como clave
A pesar de su importancia, la economía ha sido menos importante que la política en las relaciones entre Estados Unidos y Chile. Especialmente desde que el gobierno de EE.UU. visualizó la posibilidad de un triunfo de la Izquierda por métodos democráticos en un país considerado como modelo en el continente. Ya en 1938 el triunfo del Frente Popular en Chile sorprendió a los norteamericanos, pero fue la guerra fría el factor determinante. La Ley de Defensa Permanente de la Democracia y la persecución a los comunistas y la Izquierda, duro una década, desde 1948. Chile, presionado por Estados Unidos, se incorporó al sistema interamericano de defensa dirigido por el Pentágono. El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca generó los pactos y convenios militares específicos e inter ramas. La “pentagonización” de las FF.AA. significó la generalización del mismo entrenamiento antisubversivo que siguieron las tropas norteamericanas que luchaban en Vietnam. Cientos y cientos de oficiales y suboficiales fueron enviados a la Escuela de las Américas y a otros planteles del ejército estadounidense. La Operación Unitas, en que participa la Armada de Chile, se convirtió en práctica anual.
Entretanto, en 1958 Salvador Allende estuvo a 30 mil votos de convertirse en presidente de la República. La Izquierda, fundada sobre la alianza socialista-comunista, empezó a crecer sostenidamente. La Revolución Cubana triunfante en 1959 conmocionó al continente. Estados Unidos reaccionó con la Alianza para el Progreso, lanzada por el presidente Kennedy con un presupuesto inicial de 20 mil millones de dólares que, en definitiva, fue un fracaso. En 1964, la candidatura presidencial del líder DC, Eduardo Frei Montalva, contó con decidido apoyo de Estados Unidos, al que se sumaron la Iglesia Católica, la derecha y amplios sectores populares. Veinte millones de dólares ayudaron a la campaña de Eduardo Frei Montalva, que levantaba la consigna de “Revolución en libertad”, presentada como alternativa viable a la Revolución Cubana.
Estados Unidos, al mismo tiempo, empezó a preocuparse de las FF.AA. En 1965 estalló el Plan Camelot, iniciativa del Pentágono encubierta como una investigación sociológica para construir un instrumento de medición y prospección de conmociones sociales. En paralelo se hizo una encuesta en el ejército para testear la sensibilidad de los militares ante un posible triunfo electoral de la Izquierda. Se intensificó la infiltración en las FF.AA. A fines de 1969, el general Roberto Viaux se acuarteló en el regimiento Tacna en un complot disfrazado de reivindicación. Ocultaba un intento desestabilizador impulsado por la derecha que contaba, por lo menos, con la aceptación norteamericana. En 1970, Estados Unidos se jugó a fondo para derrotar a Salvador Allende, cuya victoria fue una sorpresa para Washington. En Chile la derecha se aterrorizó. Agustín Edwards, dueño de El Mercurio , viajó a Washington para pedir al gobierno norteamericano que actuara para impedir que Allende se convirtiera en presidente. Richard Nixon y Henry Kissinger autorizaron a la CIA para proceder, sin reparar en medios y con todo el dinero necesario para hacerlo. Con esa orientación se organizó una feroz campaña del terror y una seguidilla de acciones de sabotaje. El atentado al general René Schneider, comandante en jefe del ejército, en octubre de 1970, fue un asesinato en que tuvo participación la CIA.
La fórmula para el caos ideada por la CIA se coordinaba con otras agencias del gobierno de Estados Unidos y se fue aplicando sistemáticamente con apoyo del gran empresariado y grupos fascistas paramilitares nacionales, ayudados por sectores de las FF.AA. Se fueron combinando acciones de masas, oposición en el Congreso, sabotajes e incluso asesinatos. El golpe militar fue la culminación sangrienta del proceso que comenzó en Washington en septiembre de 1970. Hasta hoy, Estados Unidos no ha asumido en plenitud la responsabilidad de la muerte de miles de personas asesinadas, detenidas desaparecidas, torturadas y exiliadas. Millones de chilenos han sido víctimas de una política que destruyó la democracia, que apoyó la dictadura e impuso un modelo inhumano que sigue operando. Barack Obama tendrá la oportunidad en estos días de pronunciarse respecto de esta responsabilidad imborrable para con los chilenos
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RECUADRO
Allende y la Doctrina Monroe
En mayo de 1971, el director de cine Roberto Rossellini viajó a Santiago para entrevistar a Salvador Allende. Todavía no terminaba la tramitación parlamentaria de la nacionalización del cobre y el presidente Allende aumentaba su apoyo popular. El cineasta italiano conversó largamente con Allende. El resultado: el documental La forza e la ragione ( La fuerza y la razón ) producido por Renzo Rossellini para San Diego Cinematografica, que fue trasmitido por la RAI el 15 de septiembre de 1973. Reproducimos aquí la parte correspondiente a las relaciones con EE.UU. (en traducción de PF).
Rossellini : Me parece que es posible constatar como una tendencia tradicional en los países latinoamericanos las fuertes relaciones con Estados Unidos, país que ha sido la matriz de su independencia. La historia dice que para ustedes la era colonialista terminó después de la revolución norteamericana y gracias a ella. El 8 de marzo de 1822, Monroe, presidente de Estados Unidos, propuso el reconocimiento de Argentina, Colombia, Chile y Perú. Jefferson sentía entonces que Europa sería cada vez más la tierra del despotismo: Santa Alianza, colonialismo, etc. y América debería ser siempre la tierra de la libertad. La Doctrina Monroe, comunicada al Congreso de Estados Unidos el 2 de diciembre de 1823, dice, entre otras cosas, que todo el continente americano (el norte, el centro y el sur) gracias a la condición libre e independiente que ha conquistado y conserva no debe ser nunca más considerado como objetivo colonial en el futuro. Creo entender que ustedes, los chilenos, partiendo de esa premisa quieren, como hombres libres, comenzar a establecer nuevas relaciones con todo el mundo. ¿No es así?
Allende : “En realidad, esa es una concepción teórica de la Doctrina Monroe. Efectivamente, en la lucha de liberación de los pueblos latinoamericanos contra el colonialismo español se obtuvo una semindependencia política, pero de hecho la lucha económica comenzó pronto, con el choque entre el imperialismo inglés y el imperialismo norteamericano. Y ha habido siempre un choque entre el capital extranjero y nuestro incipiente desarrollo. No quiero referirme a las solemnes declaraciones que hicieron los libertadores frente a la prepotencia de la política norteamericana. Pero Simón Bolívar dijo, por ejemplo, que Estados Unidos quería condenarnos a la miseria en nombre de la libertad y José Martí fue más duro todavía. No quiero repetirlo porque distingo entre el pueblo norteamericano, sus pensadores y algunos de sus gobiernos, y las posturas a veces transitorias de algunos de ellos, de la política del Departamento de Estado y los intereses privados que, desgraciadamente, han podido contar con el apoyo norteamericano.
La Doctrina Monroe consagró un principio: América para los americanos, pero eso no ha sido respetado porque Estados Unidos ha tenido un desarrollo económico que no han tenido América del Sur ni Centroamérica. Por lo tanto, el problema no se ha resuelto sobre la base de una igualdad de intereses, de una comunidad de intereses.
Defender el principio de América para los americanos, siempre ha querido decir por medio de la Doctrina Monroe, defender el principio de América para los norteamericanos. Nosotros sólo aceptamos un tratamiento de dignidad recíproca, un tratamiento de igualdad de posibilidades con Estados Unidos. Insisto en que no tenemos nada contra su pueblo, pero conocemos bien el drama de América Latina que, siendo un continente potencialmente rico, es un continente pobre, sobre todo por la explotación de que es objeto por el capital privado norteamericano.
Nosotros luchamos, fundamentalmente, por una real integración latinoamericana. Creemos que ese es el camino que indicaron los padres de la patria que soñaron con la unidad latinoamericana para disponer de una voz continental frente al mundo. Esto, obviamente, no impide, señor Rossellini, mirar no sólo con simpatía sino también en profundidad lo que significa la presencia del pensamiento del Tercer Mundo. Puedo, por lo tanto, sintetizar mi pensamiento con relación a su pregunta diciendo que luchamos, en primer lugar, por hacer de América Latina un auténtico continente, para su realización y mayor ligazón con los países del Tercer Mundo. Para lo cual es fundamental el diálogo, porque los pueblos como el nuestro luchan por la paz y no por la guerra, por la cooperación económica y no por la explotación, por la convivencia social y no por la injusticia”.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 729, 18 de marzo, 2011)
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