Fabio González
Rebelión
La reciente invasión de Libia pone de manifiesto la perversa lógica que opera en las naciones del Norte cuando se disponen a ocupar otras más débiles. Así, tres dimensiones simbólico-discursivas que acompañan a las guerras pueden pueden ser identificadas:
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La dimensión ideológica, en la que Occidente en nombre de un supuesto devenir histórico y de una burda noción de superioridad antropológica se autoproclama garante de un determinado orden de las comunidades humanas (sociedades) del planeta, lo que le faculta, bajo justificación metafísica, para imponer sus criterios e intereses allí dónde decida. Esto opera conscientemente en las élites y de modo relativamente inconsciente en la población.
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La dimensión política, que es masivamente expuesta a través de los grandes medios de comunicación como verdadero ítem legitimador, que nos habla de la ausencia de procesos electorales periódicos, competitivos e imparciales, y de la violación de los derechos humanos.
Aunque los ciudadanos de los estados invasores puedan adscribirse honestamente a este criterio, en realidad este sólo es publicitado si y sólo si dicho sistema («régimen») no se desarrolla en condiciones de libre mercado. Es bastante evidente que esta misma situación se da en decenas de países ¿Por qué no se invaden? Porque están bajo condiciones capitalistas de producción y consumo. Y además de esto, cooperan (proveen de lo que el Norte necesita en condiciones ventajosas).
Que este es «un patrón de razonamiento malo que aparenta ser bueno», es decir, una falacia se pone de manifiesto cuando sucede a la inversa: democracias legítimas son violentadas o, directamente, subvertidas con la implicación de las grandes potencias en el caso de que transiten hacia sistemas económicos no regidos en exclusiva por las estructuras habituales del capitalismo tardío. América Latina y el Caribe sufren un escandaloso historial al respecto: Honduras, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Haití, Nicaragua, Chile… no existe en la Historia universal contemporánea un sólo Gobierno de izquierdas que haya ganado las elecciones y aplicado su programa económico que no haya sufrido un Golpe de Estado. Ni uno. Pinochet, honesto, llegó a decir: «Estoy dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones, siempre y cuando no ganen las izquierdas». No es descabellado concluir que la posibilidad de la coexistencia de Estado de derecho y capitalismo es una ficción, una impostura.
La dimensión política no opera, porque en realidad no existe, en las élites y sí lo hace en la población.
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La supervivencia civilizatoria, que tiene mucho que ver con la crisis económica neoliberal, el shock nuclear y la ausencia de recursos energéticos fósiles suficientes y propios en Occidente. Esto nos lleva, por ejemplo, al petroleo libio (y al iraquí, y al venezolano, etc.). Opera en las élites y, con las crisis económicas, comienza a hacerlo en la población.
En base a lo expuesto podemos decir que en Libia no están bombardeando para dar cumplimiento a legítimas aspiraciones populares. Las motivos que ocasionan las intervenciones militares son el Poder, la geopolítica y los recursos, en ningún caso los derechos humanos, estos no forman parte del escenario real. Libia no exporta bróccoli, Libia exporta petróleo, tanto que es la mayor reserva de África.
No es la primera vez, pues en 1986 EE.UU. bombardeó Trípolí y Bengazi. Por aquel entonces todavía no se hablaba, al menos con seriedad, del pico petrolero previsto para algún momento de esta o de las próximas décadas, por lo que esta vez si van, es para quedarse. Para quedarse con el petróleo, claro, porque a parte de eso en medio del desierto no se les ha perdido nada.
A Libia llegan con la mayor esperanza de vida del África continental con más de 74 años, el mayor Índice de Desarrollo Humano certificado por la ONU (0,755) y el mayor Producto Interior Bruto per cápita del continente. La tasa de alfabetización de Libia es cercana al 85%. A ver cómo la dejan.
Y cuando acaben los dos telediarios -literales, en tanto que su presentación es eminentemente mediática- que le quedan al asunto libio… ¿Cuál será el siguiente paso?
En agosto de 2008 fue lanzado al mercado un videojuego desarrollado por las empresas norteamericanas Pandemic Studios y Electronic Arts que simulaba la invasión militar Venezuela con el fin de controlar sus recursos energéticos. Su ciudad capital, Caracas, aparecía reflejada con extremo realismo siendo visibles elementos reconocibles para cualquier persona que haya transitado por la ciudad. La diferencia entre videojuego y realidad la constituía el aspecto humeante y apocalíptico de la urbe: efectivamente, el juego consistía, entre otras acciones bélicas, en bombardear sin descanso.
Venezuela es, con una distancia muy significativa sobre el resto, la mayor reserva de petróleo del mundo. Que el crudo sea pesado o súper-pesado ya no es un problema porque existe tecnología para procesarlo. La industria petrolera está nacionalizada en el país desde 1976, pero en la práctica ha sido a partir de 1999 cuando se ha comenzado a redistribuir la riqueza derivada de la misma.
En lo ideológico existen motivos para acometer una intervención militar contra Venezuela porque es una nación del Sur que ha adquirido un capital simbólico como alternativa emancipadora, como proceso de izquierdas viable y perdurable en el tiempo no a pesar, sino gracias al refrendo de las urnas. Esto es algo intolerable para quienes mantienen posiciones neocoloniales porque sitúa el sujeto de decisión de su propio devenir en la voluntad exclusiva de sus ciudadanas y ciudadanos.
En lo político también existen motivos porque a pesar de que en los últimos doce años se han desarrollado diecisiete procesos electorales libres, competitivos, auditables y auditados, el problema radica en que las decisiones económicas se están tomando desde la política, es decir, se está democratizando la economía en vez de economizar la democracia, como hace el resto. Y eso no debería entrar en el ámbito de lo posible.
Con respecto a la supervivencia hegemónica, Venezuela, y más concretamente la Faja del Orinoco por su ingente cantidad de petróleo, así como las reservas de agua dulce de su territorio, pudieran pasar a ser una necesidad en los términos que el capitalismo cortoplacista plantea sus urgencias.
Dados estos elementos, la pregunta que plantea este artículo no es tan inquietante como su respuesta.