Felipe Gutierrez P. (con información de Masacres Humanas)


En agosto de 1939, el sabio Albert Einstein había escrito al presidente de Estados Unidos, advirtiéndole  que la desintegración nuclear en cadena podía producir una bomba atómica más devastadora que cualquiera de las armas hasta entonces conocidas.

En un esfuerzo secreto con Canadá y Gran Bretaña, Roosvelt dió curso a un trabajo de investigación que cinco años más tarde culminaría con el lanzamiento de la bomba atómica sobre la población civil de Hiroshima. En realidad, una primera bomba atómica fue lanzada como prueba en el desierto de Nuevo México.

El 26 de julio de 1945, el presidente norteamericano Harry Truman lanzó una proclama al pueblo japonés, conocida luego como la Declaración de Potsdam, pidiendo la rendición incondicional del Japón so pena de sufrir una devastadora destrucción aunque sin hacer referencia a la bomba atómica.

Según la proclama, Japón sería desposeído de sus conquistas y su soberanía quedaría reducida a las islas niponas. Además los dirigentes militares del Japón serían procesados y condenados restableciéndose la libertad de expresión, de cultos y de pensamientos.

El Japón quedaba sujeto a pagar indemnizaciones, sus ejércitos serían desmantelados y el país tendría que soportar la ocupación aliada. Conociendo la mentalidad de los japoneses, es evidente que Truman buscaba el efecto contrario al que manifestaba públicamente. Los japoneses, humillados en su orgullo, no se rendirían y  entonces Truman podría lanzar su anhelada bomba atómica, más como un mensaje intimidatorio hacia Stalin que pensando en la derrota japonesa que ya era casi un hecho.

El 29 de julio el premier japonés Suzuki  como era previsible rechazó la propuesta de Truman. El 3 de agosto, Truman dio la orden de arrojar  las bombas atómicas en Hiroshima, Kokura, Niigata o Nagasaki. El objetivo le era indistinto y la suerte de cientos de miles de almas inocentes parecieron no importarle demasiado. El 6 de agosto despegaba rumbo a Hiroshima la primera formación de bombarderos B-29.Uno de ellos, el Enola Gay, piloteado por el coronel Paul Tibbets, llevaba la bomba atómica; otros dos aviones lo acompañaban en calidad de observadores. Súbitamente apareció sobre el cielo de Hiroshima el resplandor de una luz blanquecina rosada, acompañado de una trepidación monstruosa que fue seguida inmediatamente por un viento abrasador que barría cuanto hallaba a su paso. Las personas quedaban calcinadas por una ola de calor abrazador. Muchas personas murieron en el acto, otras yacían retorciéndose en el suelo, clamando en su agonía por el intolerable dolor de sus quemaduras. Quienes lograron escapar milagrosamente de las quemaduras de la onda expansiva, murieron a  los veinte o treinta días como consecuencia de los mortales rayos gamma.

Generaciones de japoneses debieron soportar malformaciones en sus nacimientos por causa de la radiactividad. Unas cien mil personas murieron en el acto y un número no determinado de víctimas se fue sumando con el paso de los días y de los años por los efectos duraderos de la radiactividad.

A pesar de la magnitud del desastre, los japoneses decidieron seguir luchando hasta el final en una prueba de su valor como pueblo guerrero. El  9 de agosto otra bomba, esta vez de plutonio, caía sobre la población de Nagasaki. Los efectos fueron menos devastadores por la topografía del terreno pero 73.000 personas perdieron la vida y 60.000 resultaron heridas. Contra todos los pronósticos, el ministro de guerra japonés Korechika Anami comunicó inmediatamente que el Japón seguiría peleando hasta perder a su último hombre. Por esas horas dramáticas, los oficiales del Ejército y la Armada se enfrentaban al pesimismo del emperador Hirohito que se mostraba dispuesto a firmar la rendición incondicional. Un intento de golpe de estado causó la muerte de soldados leales al emperador y de algunos oficiales rebeldes, lo cual demuestra que aún después del devastador efecto de las bombas atómicas, los japoneses seguían debatiéndose entre pelear y rendirse sin amedrentarse ante el peligro de una tercera bomba. Numerosos oficiales incluyendo al propio Anami se suicidaron por medio del harakiri (ritual milenario) antes de rendirse al enemigo. La misma actitud siguieron muchos soldados y civiles en el campo de batalla que se mataban entre ellos frente a los captores que no podían dar crédito a semejante fanatismo. Recién el 15 de agosto, casi una semana después de Nagasaki, el pueblo japonés escuchaba por primera vez la voz de su emperador que había tenido que descender de su condición divina para convencer a su pueblo de que debía rendirse. Sin pronunciar la palabra «rendición» dijo que la guerra había terminado. Contra la creencia de muchos, Japón decidió rendirse no tanto por el efecto de las bombas atómicas sino por el ataque artero de la Unión Soviética desde Manchuria el día 8 de agosto de 1945. Cuando un millón y medio de rusos con sus fuerzas blindadas se lanzaron en el interior de Manchuria, los japoneses comprendieron que era inútil seguir resistiendo. Este hecho desmiente el típico cinismo de los historiadores occidentales que aún hoy sostienen que las bombas atómicas fueron necesarias para acortar la guerra y, por ende, para «ahorrar» la vida de miles de soldados que los aliados habrían perdido en su intento por invadir el Japón. Aún si esto fuera cierto, nada justifica haberle provocado la muerte instantánea a por lo menos 180.000 civiles inocentes que no eran soldados ni formaban parte de un objetivo militar.

Fukushima se encuentra a unos 250 km al norte de Tokio y a 80 km al sur de Sendai (Miyagi). A pesar de que la ciudad se encuentra tierra adentro, la prefectura posee varios puertos en elocéano Pacífico como Onahama y Soma. Elaeropuerto de Fukushima se encuentra en las inmediaciones de Sukagawa. En 2003, esta ciudad tenía una población estimada de 290.866 habitantes con una superficie total es de 746,43 km².


La ciudad fue fundada el 1 de abril de 1907. Fukushima se llamaba antes «Shinobu-no-Sato,» el pueblo de Shinobu. En el siglo XII Suginome Taro construyó un castillo, y el pueblo comenzó a desarrollarse como una ciudad amurallada que rodea el castillo de Fukushima.

Durante el periodo Edo, Fukushima alcanzó prosperidad por la producción de seda y su nombre se hizo muy conocido, incluso en Kioto. Después de la Restauración Meiji en 1868, se estableció en Fukushima la sede de la prefectura y el Banco de Japón abrió una oficina en la ciudad. El 1 de julio 2008, Iino se fusionó con la ciudad de Fukushima.

El Instituto de Seguridad Nuclear de Francia confirmó ayer que la contaminación radiactiva liberada por el sismo fue «muy riesgosa«. Japón admitió que podrían fundirse las barras de combustible atómico de la central

El gobierno japonés dispuso una evacuación de casi 20 kilómetros a la redonda. El temor a futuras explosiones y la expansión de la radiactividad obligó a trasladar a 210 mil personas.

El capitalismo y su tecnologías son los causantes de Hiroshima, Nagasaki y Fukushima.