Traducido para Rebelión por Caty R. |
Si reunimos todos los elementos del puzzle libio que conocemos hasta ahora, son posibles cuatro escenarios. El primero sería que Gadafi consiguiera matar la insurrección popular gracias a los batallones militares que le son leales y a las legiones de mercenarios extranjeros dirigidas por el exjefe de los servicios de inteligencia y actual ministro de Asuntos Exteriores, Moussa Koussa, y los hijos menores de Gadafi, Moatassim y Khémis. El segundo escenario, el más deseable, es que el pueblo libio siguiera los ejemplos de Túnez y Egipto. La intervención de lo que queda del ejército contra el clan de Gadafi y sus mercenarios permitiría al pueblo libio proyectar con más esperanza un período de transición democrática y pacífica.
El tercer escenario sería una intervención militar directa de la OTAN o de los estadounidenses solos, bajo la cobertura de la ONU, que vendría a reemplazar la pasividad o la impotencia del ejército libio frente a los milicianos pagados por el régimen. Finalmente, el cuarto escenario sería una división del país en una región oriental liberada y una parte de la región occidental bajo el control de las fuerzas pro Gadafi durante un período indefinido. Conviene examinar cada uno de los escenarios y sus implicaciones, tanto internas como regionales. Dejaremos de lado el primer escenario, ya que parece muy improbable a la vista de la evolución de los últimos días. Dado su enorme descrédito, el régimen de Gadafi no tiene ninguna oportunidad de recuperar el control total de país que tenía antes.
El segundo escenario
El segundo escenario, que el pueblo libio se liberase del régimen de Gadafi gracias a la combinación del levantamiento popular con la neutralidad condescendiente del ejército no es factible en las mismas condiciones. Por una parte, al contrario de Túnez y Egipto, el régimen libio no cuenta sólo, ni principalmente, con el ejército para acabar con la insurrección popular puesto que puede movilizar a miles de mercenarios entrenados desde hace años para ese trabajo sucio. Por otro lado, al contrario que los ejércitos de Túnez y Egipto, el ejército libio fue voluntariamente desarticulado, desorganizado y compartimentado por el régimen desde el intento de golpe de Estado de 1996, en particular por la instigación de los hijos menores Moatassim y Khémis y su instructor, el exjefe de los servicios secretos y actual ministro de Asuntos Exteriores Moussa Koussa. Aunque el cambio de bando de algunas unidades al lado de los insurgentes podría desempeñar un papel importante en el desenlace de la situación, es difícil evaluar las auténticas relaciones de fuerzas entre las unidades «leales» y las unidades «rebeldes» y su repercusión sobre el terreno.
Y es de este elemento del que depende en gran parte la realización de este segundo escenario. Nadie duda de que la determinación popular, la deserción de un número cada vez más importante de políticos y diplomáticos y el aislamiento cada vez mayor del régimen en el escenario regional e internacional podrían acelerar el cambio de las unidades del ejército que todavía no han tomado una posición. Pero el tiempo apremia. Si la situación perdura y las masacres a puerta cerrada prometidas por Gadafi continúan, ese escenario, que sería beneficioso para Libia, corre el riesgo de ser sustituido por otros escenarios menos venturosos.
El tercer escenario
En efecto, si el ejército libio, o lo que queda de él, no asume sus responsabilidades, existe un grave peligro de que las potencias extranjeras, que hasta ahora se mantienen pasivas y cómplices por razones geopolíticas inconfesables, se arriesguen a montar una operación militar bajo cobertura «humanitaria» que ciertamente liberaría a Libia del dictador pero que se limitaría a imponer un régimen «democrático» pro occidental. Este escenario no es totalmente improbable en vista de las últimas evoluciones diplomáticas.
El presidente Obama acaba de declarar que ha pedido a su administración que le presente todas las eventualidades y posibilidades en el marco de la gestión de la crisis libanesa. Se sobreentiende que los estadounidenses podrían proyectar una intervención directa. Los británicos han comenzado a sondear a su opinión pública declarando que no dudarán en organizar una operación militar dirigida a repatriar a sus ciudadanos que se encuentran actualmente en Libia.
Por supuesto la intervención militar estadounidense o de la OTAN, bajo cobertura de la ONU, no tiene que parecerse necesariamente a la invasión de Afganistán o Irak. Podría ser que los estadounidenses se conformasen con una incursión del tipo de la intervención aérea dirigida contra Serbia durante el conflicto de Kosovo. ¿Pero sería suficiente una intervención semejante para desalojar al régimen de Gadafi si éste sigue beneficiándose de la ayuda de sus mercenarios extranjeros? El presidente Obama también añadió que su administración está concertándose con sus aliados para coordinar los pasos a seguir. ¿Se refiere sólo a sus aliados de la OTAN? ¿O incluye también a sus «aliados» los Estados árabes vecinos, que están corriendo el riesgo de que les golpeen directamente las evoluciones de la crisis libanesa, y son tres: Egipto, Argelia y Túnez?
Si por desgracia no hubiera otro remedio para desalojar a Gadafi que la intervención estadounidense, las cosas deberían evolucionar de forma diferente a lo que sucedió en Túnez y Egipto. Si en esos países todavía no se puede prever nada sobre el futuro desarrollo de la transición democrática según las relaciones que instauren con las potencias occidentales, y con Estados Unidos en particular, está claro que una intervención estadounidense en Libia no dejaría ninguna –o muy relativa- oportunidad de desarrollo «independiente» a la joven república «democrática» libanesa que nacería de semejante escenario. Eso no augura nada bueno en la región.
Si ese escenario llegase a hacerse realidad, sería sencillamente catastrófico. Lo que no lograron hacer en Egipto –una transición «democrática» autoritaria bajo el control de su hombre, Omar Suelimán- y lo que no consiguen en Argelia –un Estado completamente sometido a su juego, es decir, liberado de la «duplicidad» diplomática de Buteflika- ¿Podrá conseguirlo Estados Unidos gracias a una crisis «humanitaria» en la que todo indica que podrían haberla deseado? ¿Será Libia la futura base de maniobras estadounidense en la región? Un país de 6 millones de habitantes pero que disfruta de un PIB de 100.000 millones de dólares, es decir el equivalente a dos tercios del PIB de Egipto que tiene 85 millones de habitantes podría, en efecto, marcar la diferencia tanto en un sentido como en el otro. En el plano estratégico el control de Libia no es en absoluto un asunto menor.
El cuarto escenario
Con o sin intervención estadounidense, ¿podría caer Libia en un escenario de tipo somalí? Es una perspectiva extremadamente grave, pero a la vista de cierto número de elementos, por desgracia no se puede descartar. La liberación de la región oriental, en la que numerosas ciudades empezando por Benghazi, Derna, Elbeida y Tobrouk han caído, en los primeros días, en manos de los insurgentes, y el hecho de que el régimen concentra sus últimas fuerzas en la región occidental, si esta situación se estabiliza sobre el terreno, augura un escenario de división de facto del país. Pero es cierto que el hecho de que una localidad como Mesrata, situada al oeste de Trípoli, haya caído en manos de los insurgentes constituye un feliz acontecimiento que favorece la preservación de la unidad nacional del país.
Pero las aventuras de un clan asediado que juega la última carta del tribalismo podrían favorecer el escenario de una posible «somalización». Ese escenario es tanto más probable en cuanto que no sólo existe una situación de hecho en la que ya cada uno de los protagonistas controla un territorio determinado. Más grave, ese escenario podría también alimentarse de un tribalismo que permanece como una realidad sociológica en Libia, un tribalismo que el régimen ha alimentado e instrumentalizado y que ahora quiere utilizar como su última oportunidad de supervivencia. Pero ese escenario sólo puede convertirse en realidad si las potencias extranjeras tienen interés en jugar esta carta si fallan otras.
El escenario de la «somalización», que no es deseable para el pueblo libio, no sólo constituye un grave peligro para Libia como sociedad y nación. También es un peligro para la seguridad nacional de los países vecinos: Egipto, Argelia y Túnez. ¡Algunas fuentes occidentales, muy interesadas, ya empiezan a comercializar información de un presunto «emirato» de al-Qaida en la región liberada de Derna! Es un escenario experimentado en otras partes por razones estratégicas y geopolíticas inconfesables. ¿Algunas regiones en Libia serán una copia de las regiones denominadas «tribales» en la frontera de Afganistán y Pakistán, con el fin de crear zonas de tensión propicias a todo tipo de maniobras militares y diplomáticas?
¿Conseguirá el pueblo libio triunfar sobre todos los manejos que se traman en secreto para vaciar la revolución de su contenido liberador, al tiempo que se desembaraza del odiado régimen de Gadafi? De todos los escenarios expuestos, ¿será capaz el pueblo libio de imponer el que corresponde a sus aspiraciones democráticas, a sus intereses nacionales y a los intereses nacionales de los pueblos vecinos? Si la culpable y escandalosa pasividad de los Estados vecinos sólo puede suscitar el asombro y la indignación, incluso aunque los fuertes factores estratégicos y diplomáticos podrían explicarla, es un hecho que la actitud de los pueblos anda muy lejos de estar a la altura de los desafíos que ahora tienen como escenario a Libia, pero que pueden influir gravemente en la paz y la seguridad de toda la región