Pascual Serrano y Juan Carlos Monedero

 

No demos ni una sola baza al imperio y sus comparsas para frenar las revoluciones de América, de Egipto, de Túnez, de Libia. Mubarak, Ben Ali, Gadafi, escogieron un camino contrario a los intereses de sus pueblos y fueron arrastrados por el viento popular. Los líderes de América Latina, que han demostrado estar con sus pueblos, deben encontrar su lugar con esos pueblos árabes que se levantan. Por que la lucha por la emancipación es una.

Los levantamientos populares que se están sucediendo en los países árabes abren sin duda la peligrosa posibilidad de que despierten, e incluso faciliten, la intervención de las potencias occidentales vía OTAN, con la consecuente tragedia de ocupación, crimen y atropello a la soberanía que caracteriza las intervenciones de la Alianza y los Estados Unidos. Es evidente que en río revuelto pueden suceder muchas cosas. Sin embargo, ese temor no debe impedirnos a quiénes, como el Che, nos indignamos ante cualquier injusticia y contra cualquier persona en cualquier lugar del mundo, apoyar los movimientos populares que se rebelan contra tiranos. Y los gobernantes de los tres países árabes donde en este momento más lejos han llegado las rebeliones lo son. Tan tiranos como amigos de los gobernantes europeos, con quiénes tan buenos negocios tenían cuando el pueblo aún no había empezado a hablar.

Tampoco faltan quienes piensan que, detrás de los levantamientos, se encuentra la mano del imperio, interesado, como siempre, en desestabilizar y tomar el control del país y de sus recursos,  repitiendo para ello el esquema que tan bien conoce de las revoluciones de colores. Por supuesto que Estados Unidos y sus escuderos europeos estarían encantado de tomar ese control, e incluso en estos momentos, caben pocas dudas de que descansan sobre las mesas de los gobiernos estudios que permitan legitimar esa ocupación. Para saber de esos planes, basta conocer la manipulación sobre los acontecimientos en Libia, algo que ya ha quedado al descubierto. En las primeras veinticuatro horas de su llegada a Tripoli el periodista de Il Manifesto Maurizio Matteuzzi comprobaba que muchos de los acontecimientos difundidos por los medios occidentales -y también por árabes como Al Jazzira y  Al Arabiya-, no se correspondían con la verdad. No existían las fosas comunes en Tadjoura, no era cierto que el distrito de Fascilum y otros distritos de la capital hubieran sido bombardeados. No era cierto que el aeropuerto de Mitiga hubiera sido tomado por los rebeldes. Informaciones falsas que no ayudan a entender las razones profundas del pueblo libio para mostrar su rebeldía ante quien hace mucho abandonó la pelea de los pueblos árabes –tergiversaciones que, a veces, pueden haber tenido la voluntad de informar –el caso de los medios que, a día de hoy, tienen ganada su credibilidad-, pero que sabemos que, de manera más general, tienen la única voluntad de confundir y preparar el camino a la intervención de la OTAN–tarea constante de los medios tradicionales al servicio de los intereses creados-.

Sin embargo, la amenaza del control de las grandes potencias no puede ser razón para condenar a los pueblos árabes al yugo de unos gobernantes déspotas y corruptos. En la parábola de Buda y la casa en llamas, Bertolt Brecht narra la historia de una familia cuya vivienda está ardiendo. Mientras los vecinos les increpan para que la abandonen y se salven de morir abrasados, la familia no deja de preguntarse sobre el futuro que les espera fuera de la casa, si el frío les amenazará, si conseguirían otro techo, si podrían alimentarse. El miedo al futuro les paralizaba y les impedía abandonar una muerte segura. Es verdad que el vacío de poder y la desestabilización planea sobre esos países y la región, pero es de ese modo como siempre se produjeron las revoluciones. El vacío de poder puede ser aprovechado por los militares, por un líder mesiánico, por el imperio, pero también podría serlo por el pueblo que ha tenido el coraje de romper su obediencia y desafiar al poder.

De modo que de eso se trata, de que mientras algunos poderes están al acecho, también lo estén los hombres y mujeres de Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Bahrein, Jordania, Argelia o Marruecos, para no permitir que nadie que no les represente ocupe ilegítimamente el gobierno. Y con ese pueblo debemos estar quiénes siempre denunciamos las dictaduras de los países árabes, esas que vendían a precio de saldo los recursos naturales del país a las potencias europeas a cambio de ser mantenidas en el poder con la excusa de que contenían la amenaza islámica. Ahora hemos visto que quien de verdad amenazaba esos regímenes era la sed de justicia de un pueblo.

Muy inteligentemente los gobiernos europeos han abandonado a los dictadores una vez comprobado que no pueden seguir manteniendo la farsa. Sería un error imperdonable que fuera la izquierda quien, temerosa de la garra del imperio, se refugiara en el mal menor. El vacío de poder está llegando, y con el pueblo movilizado se abre una etapa constituyente con un pueblo soberano al que le corresponde dibujar los contornos de su organización social y política. Sabemos que en muchos centros de poder se estarán maniobrando para colocar a un candidato que permita mantener el saqueo y la corrupción. La propuesta del presidente español de inventar un plan Marshall de reconstrucción de Libia o trasladar el modelo de la transición española al mundo árabe son las penúltimas mentiras de un occidente que prefiere seguir negociando con élites en vez de con el pueblo y sus representantes legítimos. Ni el dinero privado de ese Plan Marshall, que entregaría Libia a las grandes empresas, ni una transición que se hicera por las cúpulas y olvidase al pueblo pueden solventar las décadas perdidas en el mundo árabe. Muy al contrario, sería un retroceso que traicionaría las esperanzas depositadas por los pueblos que están rompiendo con sus yugos. Ayudemos a los pueblos a que  sean ellos los que, de una vez, tomen el destino de sus países, lejos de repetir el saqueo de las empresas transnacionales y los grupos que las representan.

No son pocos los rebeldes alzados en los pueblos árabes que miran a los procesos emancipadores de América Latina en busca de ejemplo. Es momento de que las revoluciones latinoamericanas acompañen a las revoluciones árabes. Un sueño internacionalista por la base, lleno de dificultades pero también lleno de esperanzas. Esos mismos dictadores, sostenidos por los gobiernos europeos, han sido expulsados de la historia por mujeres y hombres que quieren tomar las riendas de su destino. No demos ni una sola baza al imperio y sus comparsas para frenar las revoluciones de América, de Egipto, de Túnez, de Libia.

Mubarak, Ben Ali, Gadafi, escogieron un camino contrario a los intereses de sus pueblos y fueron arrastrados por el viento popular. Los líderes de América Latina, que han demostrado estar con sus pueblos, deben encontrar su lugar con esos pueblos árabes que se levantan. Por que la lucha por la emancipación es una. Pueblos que han tomado la palabra. Y la palabra del pueblo es la única palabra que reconocerán los rebeldes allá donde se alzan.