James Polk
Global Research

Nuestra era se define en gran parte por dos conceptos muy interrelacionados: la globalización y la denominada “guerra contra el terrorismo”. En su calidad de operadores geopolíticos-económicos, ambos conceptos se complementan como medios significativos para fines específicos; ambos conforman aspectos importantes de nuestras vidas de todos los días y determinan la forma y el contenido de gran parte de lo que pasa por discurso público. Particularmente en Europa y en EE.UU. se mantiene a las poblaciones vigilantes ante “peligros claros y presentes” planteados ostensiblemente por el “terrorismo internacional” por medio de iconos mnemótécnicos de movimientos de tropas en Asia Central y/o conspiraciones estratégicamente desplegadas para atentados que supuestamente son frustrados “justo a tiempo” por nuestros servicios de inteligencia. Como si se hubiera copiado de las notas para conferencias de Carl Schmitt, se fabricó un “enemigo” totalitario al que se puede recurrir convenientemente si la memoria pública comienza a flaquear.

La globalización ha procedido mediante tres interpretaciones y representaciones del mundo en su conjunto, diferentes pero claramente interrelacionadas: como el “momento cosmopolita” sociopolítico [1] (para pedir prestado un término acuñado por Seyla Benhabib) del globo como encarnación de nuestro mundo cotidiano; como la escena de operaciones de los intereses corporativos/financieros multinacionales; y como el campo de batalla en el cual se considera que los conflictos incitados requieren soluciones exhaustivas, globales, que deben lograrse mediante un Nuevo Orden Mundial. En su estado actual, el constructo de un mundo unificado es en gran parte sinónimo del gobierno mundial ideal tal como fue conceptualizado por la Sociocracia del filósofo francés Auguste Comte en el Siglo XIX [2], en el cual los banqueros internacionales y los think tanks elitistas determinan y ejecutan las políticas públicas.

Imcluida en este ideal global está, por supuesto, la disolución completa de la nación-Estado como tal a través de la gradual, pero de facto irreversible, integración de naciones individuales en el marco totalitario de entidades políticas, económicas y de las principales judiciales/jurídicas que operan a escala global (las más importantes: las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco de Pagos Internacionales y la Organización Mundial de Comercio).

Las raíces filosóficas de este proceso integrador pueden encontrarse en los factores determinantes que llevaron al Tratado de Westfalia, que terminó con la horrorosamente brutal Guerra de Treinta Años. El tratado también enterró el principio Cuius regio, eius religio y reinstaló la tolerancia de los protestantes como fue aclarada en la Paz de Augsburgo (1555), cuya revocación bajo el Emperador Fernando II del Sacro Imperio Romano Germánico en el Edicto de Restitución (1629) provocó la cruenta contra-respuesta de la nobleza protestante en Austria y Bohemia. Los términos del acuerdo de paz también limitaron radicalmente el territorio y el poder del Sacro Imperio Romano y reconocieron la soberanía de los numerosos principados que constituían el campo de la influencia alemana, y que delegó en Francia y Suecia la tarea de guardianes de la paz.

Pero el Tratado de Westfalia fue de considerable importancia por otro motivo significativo. Los consejeros en Münster y Osnabrück pudieron establecer mediante un discurso racional el concepto de un acuerdo de paz basado en la primacía de la razón y de las reglas del derecho que trascendían los intereses nacionales y sistemas de creencias beligerantes, produciendo, con un sentido genuinamente Kantiano, la idea reguladora de la paz alcanzable como principio de razón para guiar todas las acciones de las partes involucradas, y a la cual todos los participantes, nolens volens, debían someterse. Esto es claramente evidente en la forma en que diversas cláusulas del tratado asumieron un papel metanormativo. De esa manera el tratado allanó el camino para una era de pensamiento secularizado en el cual el vigor de la ley y la negociación política servían de instrumentos para la resolución de conflictos y de líneas directivas de soberanía nacional basada en principios de razón.

Paralelamente al desarrollo de principios internacionales de conducta cosmopolita en nuestra propia época como los que se encuentran en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en los estatutos de la Convención de Ginebra, los intereses económicos y financieros han explotado tanto los códices formulados en acuerdos internacionales y medidas jurídicas que actualmente sustituyen leyes nacionales previamente existentes a través de organismos cada vez más totalitarios como la Organización Mundial del Comercio. [3] Es el poder encarnado en los dominios de intereses financieros concentrados que actualmente están en el proceso de transformar nuestra vida cotidiana y las esferas de experiencia en formas previamente inimaginables.

Golpe de Estado

Silenciosamente, y cuidadosamente ocultado al escrutinio público, ocurrió un golpe de Estado en 1914 en EE.UU. Los resultados de ese golpe incruento se hacen sentir actualmente a una escala verdaderamente global. Con una planificación cuidadosa y detallada, los representantes de las instituciones financieras más poderosas de Europa y de EE.UU. tuvieron éxito mediante la promulgación de la Ley de la Reserva Federal (también conocida como la ley Glass-Owen) en la alteración radical y permanente de los fundamentos de la nación en su conjunto.

Mediante la creación del sistema de la Reserva Federal, los intereses financieros que concibieron escribieron e implementaron la ley Glass-Owen se apoderaron de la autoridad del gobierno de EE.UU. como representante teórico de los ciudadanos del país para imprimir nuestra propia moneda y colocaron esa autoridad en manos de un cártel bancario privado. Según el Artículo 1, Sección 8, de la Constitución de EE.UU., se otorga el poder al Congreso para “acuñar moneda” y “regular su valor”. La Ley de la Reserva Federal interpreta evidentemente este poder de modo bastante literal, como la acuñación de centavos, 5 centavos, 10 centavos, y cuartos de dólar; sin embargo, el centro de la ley es la creación de moneda en la forma de billetes de banco. Cuando el gobierno necesita dinero el tesoro de EE.UU. emite pagarés en forma de bonos del tesoro de EE.UU., que luego vende al sistema de propiedad privada de la Reserva Federal a cambio de un cheque de la Reserva Federal. En realidad, el banco de la Reserva “Federal” simplemente introduce las cifras correspondientes en el teclado del ordenador, una vez como deuda y otra vez como activo. En otras palabras, la Reserva Federal crea cifras de la nada, por las que luego pide un reembolso con intereses. Después los fondos se acreditan a la cuenta del gobierno y con ellos se pagan diferentes gastos. El “dinero” como tal es creado de la nada en ese momento exacto por el banco de la Reserva Federal. Pero hay un truco adicional utilizado por todos los bancos que operan con el sistema de la Reserva Federal: préstamos de reserva parcial [fractional reserve lending]. Este ardid permite al banco multiplicar por diez la cantidad de dinero que presta a sus clientes sin tener los fondos reales en reserva para respaldarlo. Todo el ardid ha permitido a los dueños ocultos del sistema privado de Reserva “Federal” la extorsión efectiva de dinero al pueblo de EE.UU. en forma de pagarés, también conocidos como bonos del tesoro, que luego deben reembolsarse con intereses.

La base legal de este escandaloso sistema en la ley Glass-Owen en EE.UU. fue sólo el comienzo. Como otros bancos centrales firmantes del Acuerdo de Bretton Woods (y por lo tanto del acuerdo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional), el sistema de la Reserva Federal puede controlar la cantidad de dinero en circulación mediante diversos mecanismos, por ejemplo mediante el aumento o la reducción de las tasas de interés y/o los requerimientos de reserva mínima de los bancos en el sistema de préstamos de reserva parcial. A través de la promulgación del sistema de la Reserva Federal, la esencia del dinero se ha convertido en deuda. Mediante la creación de deuda, el dinero llega a existir en el sistema. Por lo tanto es obvio que nunca interesa al banco que los clientes, los prestatarios, paguen realmente sus deudas porque eso dejaría a los bancos sin pagos de intereses. Cuando sucede que los prestatarios son naciones soberanas, por ejemplo del mundo en desarrollo, o ahora EE.UU. y una serie de países en Europa Occidental, los pagos de intereses obtenidos por los bancos llegan fácilmente a ser cientos de miles de millones de dólares. Esto es extraordinariamente lucrativo para bancos que han podido “participar» en la negociación de acuerdos de paz (mediante los cuales se fijan condiciones de rendición y reembolso de daños) y en las deliberaciones de acuerdos comerciales internacionales para regular el comercio y las finanzas globales.

La Primera Guerra Mundial y su resultado suministran un ejemplo muy esclarecedor de cómo se ha logrado esto. Las condiciones impuestas a Alemania mediante el Artículo 231 del Tratado de Versalles establecieron los fundamentos para la consolidación de los intereses financieros enormemente poderosos en Londres, Nueva York, Frankfurt y París, que habían sido esenciales para la imposición, a cualquier precio, de la Ley de la Reserva Federal en EE.UU. (Habría que señalar que son los mismos intereses financieros que también hicieron su parte para llevar a las naciones al conflicto militar. El foco en este caso, sin embargo, sigue limitado a la génesis y perpetración del cártel de la banca central privada como tal y sus conexiones con la actual crisis financiera y la guerra contra el terrorismo.)

El horror de la Primera Guerra Mundial condujo rápidamente a la comprensión de que la comunidad global de naciones no debería permitir que semejante crueldad volviera a ocurrir, y que hacían falta principios de conducta universalmente reconocidos y aceptados para garantizar la paz y la armonía internacional. Semejantes principios de buena voluntad, reminiscentes intencionalmente de los términos fijados por la Paz de Westfalia, sólo podían implementarse mediante una voluntad general común o consenso global. En otras palabras, una Liga de Naciones, un Völkerbund en el más estricto sentido kantiano, era necesaria para definir e implementar principios internacionalmente válidos de conducta humanitaria, por cierto cosmopolita, a fin de beneficiar a toda la especie humana y toda nuestra vida cotidiana.

Este impulso positivo fue, entre otras cosas, lo que llevó a los participantes en la “guerra para terminar todas las guerras” a fundar el “Convenio de la Liga de las Naciones”. El acuerdo incluía 26 principios a los que se comprometían los 58 Estados miembro. Pero el problema más central que confundía los ideales de la Liga era el hecho de que el acuerdo se basaba en importantes intereses económicos que esencialmente condenaban al tratado al fracaso desde el principio. La Liga se basada en el statu quo tal como fue definido por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, quienes, como representantes al mismo tiempo de “intereses” ostensiblemente “nacionales”, hicieron todo lo posible por asegurar los mayores beneficios posibles para los banqueros de la elite que trabajaron entre bastidores en Nueva York, Londres, Paris, y Frankfurt. Y los medios para ese fin se encontraron en los términos de los pagos de reparaciones que luego impusieron a Alemania. Un artículo publicado el 31 de mayo de 1922 en el New York Times esbozó las demandas más destacadas impuestas a Alemania por las potencias de la entente Aliada:

“La Comisión de Reparación llamó a Alemania a aceptar los siguientes compromisos antes del 31 de mayo:

  1. Reducir los gastos y equilibrar el presupuesto.
  2. Detener el aumento de la deuda externa y del papel moneda en circulación.
  3. Aceptar una ligera supervisión de sus esfuerzos en esa dirección.
  4. Tomar medidas para impedir más fuga de capital y recuperar 2.000 millones de dólares que desaparecieron del país durante los últimos dos años.
  5. Asegurar la autonomía de la política del Reichsbank.
  6. Reiniciar la publicación de estadísticas fiscales del Gobierno.” [4]

Los lectores atentos notarán inmediatamente los inconfundibles paralelos con las exigencias (“medidas de austeridad”) frecuentemente impuestas a naciones en desarrollo por el Fondo Monetario Internacional en sus propuestas políticas conocidas previamente como “programas de ajuste estructural”, incluyendo demandas de privatización del sistema bancario o, para utilizar la frase introducida por la “jerga de la Fed”, para garantizar la independencia (“autonomía”) de la política de los bancos. (En una traducción corregida, es la simple demanda de que se permita a ese cártel de la banca privada, como única fuente de dinero ficticio, que cometa su engaño monetario basado en la deuda sin ninguna supervisión o control por el pueblo o sus representantes). Una gama de condiciones impuestas por el FMI ha llevado constantemente a dificultades interiores generalizadas y a crisis económicas, dentro de las naciones en cuestión, porque los intereses y el bienestar de la población en general discrepan evidentemente a menudo de los programas del FMI que se implementan. Joseph Stiglitz lo describió como sigue:

“El FMI no sólo se dedica a los objetivos fijados en su mandato original de realzar la estabilidad global y asegurar que haya fondos para países que enfrentan una amenaza de recesión a fin de que impulsen políticas expansionistas. También se dedica a los intereses de la comunidad financiera. Esto significa que el FMI tiene diferentes objetivos que a menudo están en conflito entre ellos.

“La tensión es tanto mayor porque este conflicto no puede hacerse público: si el nuevo papel del FMI se reconociera públicamente, el apoyo a esa institución podría debilitarse, y es casi seguro que los que lograron cambiar el mandato lo sabían. Por lo tanto, el nuevo mandato tenía que presentarse de manera que pareciera, por lo menos superficialmente, consecuente con lo anterior.” [5]

Y precisamente esta extraordinaria expansión del poder de los cárteles privados de la banca fue fundamental en gran parte en las maniobras entre bastidores durante y después de la Segunda Guerra Mundial. En un ensayo muy esclarecedor publicado en Foreign Affairs en 1936, Leon Fraser puso en conocimiento de un público selectivo la verdadera agenda oculta de la elite bancaria:

“La verdad fue que los expertos [es decir los de la segunda Comisión Young –jp] aprovecharon la ocasión del nuevo ajuste de las reparaciones como excusa para reparar una brecha reconocida hace tiempo en el tejido de las finanzas internacionales. La organización que propusieron tenía funciones no conectadas con las reparaciones, y estas funciones ostensiblemente secundarias fueron, en la conciencia interior creadores, los motivos predominantes para su establecimiento. Algunos miembros –en particular los conectados con la banca comercial– veían la institución como un instrumento para abrir nuevos campos de comercio mundial mediante nuevas extensiones de crédito […] Aunque no hubo unanimidad sobre las oportunidades de crear más crédito, todos los expertos estuvieron de acuerdo en que el Banco podía subsanar un vacío evidente en la organización financiera del mundo, es decir, proveer un centro para la colaboración del banco central y para que la corporación mejorara el mecanismo monetario internacional.” [6]

El banco al que se refería Fraser era, obviamente, el banco central de todos los bancos centrales, el Banco de Pagos Internacionales, con su central en Basilea.

Louis McFadden, ex banquero convertido en congresista de Pensilvania, condenó de manera muy clara los motivos ocultos y los métodos operativos del Tratado de Versalles. McFadden apuntó en particular al Banco de Pagos Internacionales, que se hizo cargo del oro que Alemania debía entregar en pagos de reparaciones. McFadden escribió, refiriéndose a la teoría de Grotius de arreglos justos de conflictos militares (De iure belli ac pacis), que en realidad el Tratado de Versalles se había negociado de mala fe, y que la “Casa de Morgan” y los sospechosos habituales de la camarilla de banqueros internacionales eran los principales beneficiarios de los bonos de reparaciones, y que algunos aspectos sustanciales del tratado se habían elaborado en los centros financieros de Londres, mucho antes de las verdaderas negociaciones en París. McFadden auguró proféticamente las consecuencias a largo plazo del tratado como “fundamento para la renovación de una docena de guerras legalmente justificables”. [7]

La consolidación del poder económico y financiero en Occidente al final de la Segunda Guerra Mundial posibilitó la subsiguiente globalización rápida y generalizada de tendencias incipientes que ya eran visibles en la plataforma de la Liga de Naciones. El establecimiento de las Naciones Unidas en 1945, así como la fundación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, tal como fue estipulado por el resultado del Acuerdo de Bretton-Woods (1944), contribuyeron sustancialmente al sistema internacional de moneda y finanzas de un carácter distintivamente anglo-estadounidense. Esto significó en particular que los bancos centrales de todas las naciones miembros tenían que adoptar en gran parte el modus operandi del sistema de la Reserva Federal. La impresión de monedas nacionales, que solía ser privilegio de gobiernos soberanos, debía ser reemplazada por el sistema de bonos gubernamentales o la emisión de pagarés, que entonces se prestarían o se venderían al cártel bancario privado (encabezado por el respectivo “banco central” del país) a cambio de billetes moneda con interés vencido. Los resultados de dos guerras mundiales, en las cuales un cártel bancario privado había escrito en última instancia las condiciones de la rendición económica y financiera, habían llevado por obligación a los vencidos al papel de participantes en la mayor estafa de la historia humana: la creación de dinero de la nada mediante deudas, con pagos de interés en flujo permanente a la esfera de la elite bancaria privada. Todo a escala global.

Muchos de los vehículos y recursos de inversión discutidos cada vez en más estudios han vinculado con mucho éxito la esfera política con la corporativa/financiera entre las que ya es imposible ver una separación clara. No obstante, entre amplios segmentos de las poblaciones en muchos países, los ciudadanos votantes siguen convencidos de la santidad de las autoridades elegidas. Esas convicciones se basan en una publicidad falsa, y los votantes no han visto la fusión entre el capital y la exitosa ocupación de campañas y puestos realizada regularmente tras las pantallas de humo de los medios de comunicación masivos. En una serie de casos importantes, incluso los movimientos de oposición y protesta han sido comprados y escenificados. [8] ¡Sí, podemos!, se puede considerar ahora como el coro lamentable de los que fueron engañados por el cambio en el que creían. El cambio vino en forma de continuos rescates a los bancos de Wall Street y la colocación confortable por el propio Obama del ex jefe de la Reserva Federal de Nueva York en el trono del tesoro de EE.UU., inmune a la crítica y a la reprimenda, a pesar de sus urgentes correos electrónicos al abogado de AIG instando a guardar silencio como reacción a las consultas del Congreso sobre la dimensión de los fondos de rescate de la Reserva Federal canalizados a los bolsillos de Goldman Sachs. (Evidentemente cuando esas revelaciones salieron a la luz pública (¡en Internet!), los medios dominantes estaban ocupados convenciendo al público semi-consciente de la importancia del paradero pasado y presente de los genitales de Tiger Woods.) Y no ha pasado nada. Pero los lacrimosos y desesperados parecen tragarse cada vez las exageraciones de Hollywood: ¡Él es el UNICO!

Los procedimientos esquemáticos realizados por el FMI, el Banco Mundial, y la OMC adquieren frecuentemente un carácter descaradamente absurdo. Así fue en el caso del programa de ajuste estructurado citado frecuentemente, desarrollado para Bolivia en el Documento Marco de Política para 1998-2001 del Mecanismo Reforzado de Ajuste Estructural (ESAF por sus siglas en inglés). A cambio de préstamos muy necesarios del FMI, se exigió a Bolivia que transfiriera los “derechos” del sistema de aguas de Cochabamba a la firma privada de Aguas de Tunari, subsidiaria del consorcio International Water Ltd./Bechtel Corporation. (Bechtel adquirió mala fama internacional bajo el gobierno de George W. Bush como receptora sin licitación de generosos contratos militares de “reconstrucción” en Iraq.) La privatización del suministro de agua significó que los precios de este recurso vital aumentaron más de un 300%, con lo que fue inasequible para numerosas familias. A pesar de la amenaza de indignación pública y posible violencia, un informe escrito por expertos del Banco Mundial aconsejó que no se dieran subsidios públicos para compensar el aumento en los precios del agua en Cochabamba. [9]

Recientes maquinaciones de la Organización Mundial de Comercio también han llevado a precarias estrategias de globalización. Según Greg Palast, un informe interno enviado a su oficina en The Guardian reveló amenazas reales dirigidas al gobierno izquierdista de Brasil si el país se seguía negando a firmar el Acuerdo de Servicios Financieros de 1999. Este acuerdo formaba la base legal internacional para la desregulación de los denominados “productos financieros”, desarrollados específicamente como ser “swaps de incumplimiento crediticio” y “valores respaldados por hipotecas”, que luego condujeron a la catástrofe financiera global.

El modelo de crisis seguida por un plan prefabricado para una solución global ha sido persistente desde principios del siglo XIX, cuando las elites bancarias europeas tocaron todos los registros con el fin de establecer un banco central en suelo estadounidense. Eran los mismos intereses estructurales que terminaron por llevar a la aprobación de la ley Glass-Owen. Y dentro de este modelo también se encuentran los orígenes de la actual crisis financiera, específicamente dentro de las más altas esferas del sistema de la Reserva Federal.

Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, D.C., la Reserva Federal fue “obligada” a reducir los tipos de interés a un mínimo con el fin de evitar un posible colapso de una serie de importantes servicios e industrias. Esta acción posibilitó la decisión de las filiales de bancos en todo el país de ofrecer créditos fáciles, en particular para hipotecas inmobiliarias. Dos años después, todo el país vivió un frenesí de compras de casas con visiones de aumento del valor de las casas año tras año hasta el fin de los tiempos. Numerosos compradores compraron dos o tres con la esperanza de convertirlas en innumerables miles de dólares de ganancia.

Se crearon los fundamentos para la inicialización de un instrumento financiero previamente desconocido –BISTRO (Broad Index Secured Trust Offering)– desarrollado en los think tanks de J P Morgan. A la velocidad de las transferencias electrónicas de fondos, BISTRO posibilitó inimaginables beneficios exponenciales mediante “swaps de incumplimiento crediticio” [CDS] que la “Casa de Morgan” luego pasó a dividir en paquetes y los vendió por miles a partes interesadas en corporaciones, bancos, gigantes de los seguros y fondos de inversión en todo el mundo. Como lo describió con exactitud la revista alemana Der Spiegel, “los gerentes de bancos y banqueros centrales eran los capitanes de ese barco, entre ellos súper estrellas como el gerente de J P Morgan Blythe Masters y el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan.” [10]

Los observadores atentos de la historia de las finanzas reconocerán el modelo concreto de desarrollo en este caso. Una expansión del crédito putativamente bien fundada y el auge económico correspondiente van seguidos de una repentina retracción del crédito y una implosión de los mercados. En el centro de nuestra crisis actual está la industria bancaria y su capacidad de crear dinero y derivados de la nada. El colapso era previsible, y es muy probable que haya sido cuidadosamente planificado. En cuanto comenzó el colapso de 2008, los directores de los principales bancos de EE.UU. comenzaron a emitir ultimatos al pueblo estadounidense a través de su propio representante, Henry Paulson (ex director ejecutivo de Goldman Sachs, como secretario del Tesoro. Si los cofres de los bancos no se hubieran rellenado con amplios fondos públicos, los estadounidenses pronto se despertarían con la ley marcial en las calles de muchas ciudades importantes.

Y, rápidamente, los representantes en Washington, que no ven ni oyen nada malo, salieron al rescate de la elite financiera global, todo a costa de los contribuyentes, y en última instancia también a costa de la soberanía nacional. Demandas concomitantes de “soluciones globales” a este problema evidentemente global fueron puestas rápidamente en el orden del día nacional e internacional por el G20 y por destacados economistas como Kenneth Rogoff. El Congreso de EE.UU. ratificó recientemente una puesta a punto exhaustiva del sistema financiero de la nación, y al hacerlo otorgó más autoridad a la Reserva Federal. A escala global, expertos financieros y económicos de todo el mundo están desarrollando revisiones fundamentales del Acuerdo de Basilea (Basilea III) dentro del marco del Banco de Pagos Internacionales. [11]

Al mismo tiempo, el anuncio de la Reserva Federal a finales de 2010 de que iniciaría una segunda vuelta de “ajuste cuantitativo” en sus esfuerzos por liberar crédito y aliviar a las instituciones financieras de activos moribundos llevó a más llamados vociferantes a que una nueva moneda de reserva global reemplace al dólar enfermizo. La decisión de la Reserva Federal de aumentar la liquidez mediante la impresión de más dólares ya se ve como un error potencialmente fatal por parte de muchos escépticos, particularmente en China que posee una suma extraordinariamente elevada de dólares de EE.UU. en su tesoro de reservas monetarias. Rusia y China, entre otros, ya han acordado un intercambio bilateral de bienes y servicios utilizando sus propias divisas, sin usar el dólar estadounidense como intermediario.

Presiones inflacionarias inevitables garantizan que los días del dólar de EE.UU. como moneda de reserva mundial estén contados; este resultado no promete nada bueno para los estadounidenses, que con gran probabilidad verán la ley marcial siempre y cuando los precios para las necesidades diarias como la gasolina aumenten rápidamente más allá de lo asequible. Como operador jefe de todas las fuerzas clandestinas que quieren ver un gobierno mundial que controle el planeta, la Reserva Federal ha estado destruyendo activamente la moneda estadounidense como instrumento de soberanía nacional. Y en estrecha colaboración con la Reserva Federal, grupos de trabajo dentro de las Naciones Unidas y del FMI han publicado documentos de posición clave en los cuales se propone una nueva divisa global, que se espera sea impresa o acuñada por un banco central global. [12]

La guerra global “contra el terror”

Junto al aumento de la autoridad de instrumentos globales como el FMI, la OMC y el Banco de Pagos Internacionales, una red internacional de vigilancia está en plena formación con consecuencias trascendentales para la vida y la libertad individual. La integridad de Internet se encuentra particularmente en peligro ya que la integridad de Internet es el último bastión del intercambio de información sin censura. Con cada “ciberataque” publicitado, sea realidad o una creación ad hoc, surgen nuevas demandas de un aumento de las medidas de seguridad y de la legislación para controlar tanto la forma como el contenido online. Nuevos conceptos supranacionales clave como “al-Qaida”, “redes terroristas” o “transferencias sospechosas de dinero” son ahora de uso común en el discurso público y permiten la implementación de medidas de control y estrategias de vigilancia militar/política sin precedentes sobre los ciudadanos de a pie. La buena disposición de gobiernos de todo el mundo para adoptar medidas contra el terror, potencialmente hostiles a todas formas de libertad individual, se basa en la cuestionable aceptación de la explicación oficial presentada por el gobierno de EE.UU. y sus servicios de inteligencia de los eventos que ocurrieron el 11-S. La escasez de la crítica de la inverosímil narrativa oficial de todo lo que ocurrió el 11-S, en especial en los medios dominantes de EE.UU., es de por sí suficiente evidencia de una prensa estadounidense totalmente controlada desde arriba.

Los análisis de David Ray Griffin y de Steven Jones (entre muchos otros) [13] de múltiples inconsecuencias y puras imposibilidades en la explicación oficial de los ataques del 11-S proveen una evidencia obvia de que hubo y hay conspiraciones mucho más siniestras de lo que el público estadounidense está dispuesto a creer. Las respuestas a la inevitable pregunta ¿cui bono? apuntan a los beneficiarios a largo plazo del control global que en última instancia no permitirá ninguna excepción.

El modelo siempre es el mismo. Se presenta una crisis de proporciones trascendentales, y se ofrecen soluciones a escala global que terminan por consolidar los intereses de un Nuevo Orden Mundial, tal como fue imaginado por Auguste Comte, con un control total por parte de los banqueros y una elite intelectual seleccionada. El sistema de la Reserva Federal debe verse como es: la agencia de una camarilla internacional de elites bancarias que están determinadas a obtener un gobierno global, con un sistema único de justicia universal, una sola moneda y una red de vigilancia universal como garantes de un régimen totalitario y neofeudalista a prueba de fallos. Gracias a los esfuerzos de la misma elite global, EE.UU. agoniza y terminará por sucumbir ante las restricciones que sus dirigentes han adoptado de buen grado dentro del contexto de la globalización.

Tan admirable como pueda ser la paz perpetua bajo un sistema de razón benevolente, que considere primordialmente la santidad de toda la vida terrestre en el planeta, los antecedentes históricos concretos de los que están más activamente involucrados en hacer que los ideales del Nuevo Orden Mundial lleguen a buen término bastan como motivo para rechazar sus objetivos.

Los banqueros de elite en EE.UU. y Europa concibieron e implementaron el sistema de la Reserva Federal como un importante escalón hacia un posible gobierno global de una sociedad neofeudalista. La continua crisis económica global también se concibió y se implementó como otro instrumento esencial para producir un gobierno mundial controlado por los banqueros y sus socios intelectuales establecidos en posiciones cruciales y que toman las decisiones, ¿Quis custodiet ipsos custodes?

Las políticas y maquinaciones clandestinas de la Reserva Federal aceleran la “necesidad” y la “exigencia» de una moneda global para reemplazar a las monedas nacionales existentes. En épocas anteriores, la implementación de semejantes planes e intenciones se habría considerado alta traición y se habría castigado de forma adecuada; en la jerga actual se podría calificar, de modo más apropiado, como acto de terrorismo.

Notas

1) La noción de cosmopolitismo de Benhabib y de sus implicaciones para las sociedades humanas es presentado en Another Cosmopolitanism (Berkeley Tanner Lectures), Robert Post, ed. (Oxford: Oxford University Press, 2008) y en The Rights of Others: Aliens, Residents, and Citizens (The Seeley Lectures), (Cambridge: Cambridge University Press, 2004).

2) Auguste Comte, System of Positive Polity, trad. Richard Congreve, (London: Longmans, Green, and Co., 1877).

3) Vea en particular Michel Chossudovsky, The Global Economic Crisis: An Overview, The Global Economic Crisis. The Great Depression of the XXI Century, ed. Michel Chossudovsky y Andrew Gavin Marshall, (Montreal: Global Research Publishers, 2010) 3 – 60.

4) Edwin L. James, “Reparations Issue Now Up To Bankers,” New York Times, 31 de mayo de 1922.

5) Joseph E. Stiglitz, Globalization and Its Discontents (New York: W. W. Norton, 2002) 206 – 207.

6) Leon Fraser, “The International Bank and Its Future,” Foreign Affairs (Nueva York: Council on Foreign Relations) vol. 14, número 3 (Abril, 1936), p. 454.

7) Louis T. McFadden, “The Reparations Problem and the Bank for International Settlements,” Annals of the American Academy of Political and Social Science, vol. 150, Economics of World Peace (Julio, 1930), p. 53 – 64.

8) Michel Chossudovsky, “Manufacturing Dissent: the Anti-globalization Movement is Funded by the Corporate Elites. The People’s Movement has been Hijacked,” Center for Global Research, 20 de septiembre de 2010, http://www.globalresearch.ca

9) IMF Bolivia Public Expenditure Review. www.wds.worldbank.org

10) El texto original del Spiegel: “Bankmanager und Zentralbanker waren auf diesem Schiff die Kapitäne, darunter Superstars wie die JP Morgan-Managerin Blythe Masters und der Ex-chef der US-Notenbank, Alan Greenspan.” (traducción j.p.) “Der größte Diebstahl aller Zeiten – wie Finanzjongleure die Welt in eine Krise stürzten, die noch lange nicht beendet ist,“ Der Spiegel, número 47 (11 de noviembre de 2008) p. 47.

11) Vea Ellen Brown, The Towers of Basel: Secretive Plan to Create a Global Central Bank, The Global Economic Crisis. The Great Depression of the XXI Century, ed. Michel Chossudovsky y Andrew Gavin Marshall, (Montreal: Global Research Publishers, 2010) 330 – 342.

12) Vea particular el trabajo del Fondo Monetario Internacional intitulado “Reserve Accumulation and International Monetary Stability” preparado por el Strategy, Policy and Review Department (13 de abril 2010) y el informe de las Naciones Unidas “Report of the Commission of Experts of the President of the United Nations General Assembly on Reforms of the International Monetary and Financial System” (21 de septiembre de 2009).

13) Vea especialmente David Ray Griffin: Debunking 9/11 Debunking: An Answer to Popular Mechanics and Other Defenders of the Official Conspiracy Theory (Northampton, Mass.: Olive Branch Press, 2007); ídem., The 9/11 Commission Report: Omissions and Distortions (Northampton, Mass.: Olive Branch Press, 2004); Niels H. Harrit, Jeffrey Farrer, Steven E. Jones et al., “Active Thermite Material Discovered in Dust from the 9/11 World Trade Center Catastrophe,” The Open Chemical Physics Journal, 2009, 2, 7-31.

Profundamente influenciado por la Escuela de Teoría Crítica de Frankfurt y de la fenomenología del Siglo XX, James Polk siguió sus estudios de filosofía en la Universidad Libre de Berlín, donde recibió su doctorado por un trabajo sobre Kant y Heidegger. Es autor de Am Horizont der Zeit y de The Triumph of Ignorance and Bliss – Pathologies of Public America.

© Copyright James Polk, Global Research, 2010

 

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.

 

Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=22551