Arturo Jauretche*
Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas —hijas, nietas, bis­nietas y tataranietas. (Los padres son distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una sola y ella es la que determina la filiación).
Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia an­tes del bautismo en que la reconoció como suya.

En Los profetas del odio y la yapa digo de la misma:

“La idea no fue desarrollar América según América, in­corporando los elementos de la civilización moderna; enrique­cer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimien­to según Europa y no según América”.

“La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civili­zado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar —si Nación y realidad son inseparables—.”

Veremos de inmediato, en la zoncera que sigue —el mal que aqueja a la Argentina es la extensión— cómo para esa mentalidad el espacio geográfico era un obstáculo, y luego, que era también obstáculo el hombre que lo ocupaba —español, crio­llo, mestizo o indígena— y de ahí la autodenigración, y cómo fueron paridas y para qué convertidas en dogmas de la civi­lización.

Carlos P. Mastrorilli en un artículo publicado en la revis­ta “Jauja” (noviembre, 1967) analiza dos aspectos esenciales de la mentalidad que se apoya en esa zoncera:

“En la íntima contextura de esa mentalidad hay un cier­to mesianismo al revés y una irrefrenable vocación por la ideo­logía. Por el mesianismo invertido, la mentalidad colonial cree que todo lo autóctono es negativo y todo lo ajeno positivo. Por el ideologismo porque prefiere manejar la abstracción conceptual y no la concreta realidad circunstanciada”.

El mesianismo impone civilizar. La ideología determina el cómo, el modo de la civilización. Ambos coinciden en ex­cluir toda solución surgida de la naturaleza de las cosas, y buscan entonces, la necesaria sustitución del espacio, del hom­bre y de sus propios elementos de cultura. Es decir “rehuir la concreta realidad circunstanciada” para atenerse a la abstracción conceptual.

Su idea no es realizar un país sino fabricarlo, conforme a planos y planes, y son éstos los que se tienen en cuenta y no el país al que sustituyen y derogan, porque como es, es obs­táculo.

Que la oligarquía haya creído un éxito definitivo de la zoncera Civilización y barbarie, lo que llamó “el progreso” de la última mitad del siglo XIX y los años iniciales del presente, ha sido congruente con sus intereses económicos. Alienada al desarrollo dependiente del país, su prosperidad momentánea le hizo confundir su propia prosperidad con el destino nacional.

Había por lo menos una constatación histórica que pare­cía justificar el mesianismo y la ideología liberal de la oligarquía.

El problema se le plantea a ésta ahora, cuando el cambio de condiciones internas y especialmente externas, por el aumento de población y su nivel de vida, y la situación en el mercado mundial de la economía de intercambio comercial fundada en el precio, por la economía mercantil, se destruyen las bases de la estructura primaria de intercambio de materias primas por materias manufacturadas, pues así como hay imperios que pierden sus colonias, hay colonias que pierden su imperio, cuando dejan de serles necesarias a éste.

Ahora, como ya no puede confundir su éxito propio y mo­mentáneo con el destino de la gran Nación que parecía apa­rejado a su prosperidad colonial, piensa en achicar la pobla­ción, como sus antecesores pensaron en achicar el espacio en la buscada disgregación del Virreynato del Río de la Plata.

Mesianismo e ideología ya no encuentran, como pareció antes, su identificación con el destino del país. La oligarquía se vuelve anti-mesiánica desde que rechaza concretamente la grandeza al propiciar el achicamiento del pueblo, y su ideología no puede proponer otras soluciones que las de la conservación cada vez más desmejorada de la estructura existente: de este modo se convierte en freno y eso es lo que se confie­sa de hecho por sus tecnócratas que sólo proponen seguir ti­rando desde que el destino del país colonia está cubierto definitivamente.

Así, pierde el papel promotor que se había asignado mien­tras se creyó constructora —y esa fue su fuerza— para hacerse conservadora en un país que no debe dar un paso más ade­lante. Ya lo he dicho también: los progresistas de ayer se vuel­ven anti-progresistas desde que todo su progreso sólo puede realizarse contra la ideología que identifica el destino nacional con sus intereses de grupo.

Pero sí esta congruencia circunstancial en el interés de grupo permite comprender el descastamiento de las llamadas “elites”, impedidas de una visión de distancia por su circuns­tancial prosperidad que obstó a la comprensión del país en un largo destino —todo destino nacional es largo—, no vale para los ideólogos que aparentan desde una postura popular un me­sianismo revolucionario. De titulados democráticos a marxistas, la explicación ya no tiene la congruencia que en la oligar­quía y pasa a ser mesianismo e ideología sin una pizca de con­tenido material. Se trata, como dice Mastrorilli, de una “abs­tracción conceptual en que no gravita la concreta realidad circunstanciada”.

Aquí aparece desnuda, desprovista de toda constatación pragmática, la zoncera Civilización y barbarie, según sigue gravitando en la “intelligentzia”.

Por la profesión de esta zoncera el ideólogo, extranjero o nativo, se siente civilizador frente a la barbarie. Lo propio del país, su realidad, está excluida de su visión. Viene a civilizar con su doctrina, lo mismo que la Ilustración, los iluministas y los liberales del siglo XIX; así su ideología es simplemente un instrumento civilizador más. No parte del hecho y las circunstancias locales que excluye por bárbaras, y excluyéndolos, ex­cluye la realidad. No hay ni la más remota idea de creación sobre esa realidad y en función de la misma. Como los libera­les, y más que los liberales que —ya se ha dicho— eran con­gruentes en cierta manera, aquí se trata simplemente de hacer una transferencia, y repiten lo de Varela: —”Si el sombrero existe,
sólo se trata de adecuar la cabeza al sombrero”. Que éste ande o no, es cosa de la cabeza, no del sombrero, y como la realidad es para él la barbarie, la desestima. De ninguna manera intenta adecuar la ideología a ésta; es ésta la que tie­ne que adecuarse, negándose a sí misma, porque es barbarie.

Así la oligarquía y su oposición democrática o marxista disienten en cuanto a la ideología a aplicar pero coinciden to­talmente en cuanto al mesianismo: civilizar. Si la realidad se opone a la aplicación de la ideología según se transfiere, la in­adecuada no es la ideología de transferencia sino la realidad, por bárbara. Los fines son distintos y opuestos en cuanto a la ideología en sí, pero igualmente ideológicos.

Si en las ideas abstractas son opuestos, la zoncera Civili­zación y barbarie los unifica en cuanto son la civilización. De donde resulta que los que están más lejos ideológicamente son los que están más cerca entre sí —en cuanto teólogos— como ocurre cada vez que la realidad enfrenta a todos los civiliza­dores. Entonces se unifican contra la barbarie, que es como llaman al mundo concreto donde quieren aplicar las ideo­logías.

Esto se hace evidente en los momentos conflictuales en que el país real aparece en el escenario social o político.

El mismo Mastrorilli en el artículo referido dice:

“Sarmiento y Alberdi querían cambiar el pueblo. No edu­carlo, sino liquidar la vieja estirpe criolla y rellenar el gran espacio vacío con sajones. Esta monstruosidad tuvo principios de ejecución. Al criollo se lo persiguió, se lo acorraló, se lo con­denó a una existencia inferior. Sin embargo los aportes de sangre europea que se vertieron a raudales sobre el país, no consiguieron establecer una síntesis humana muy distinta de la precedente. Los ingleses —relictos de las invasiones o colo­nos traídos de la fabulosa imaginación rivadaviana— se agau­chaban. Los polacos, los alemanes, los italianos, también. Y a espaldas del régimen colonial se hizo una nueva masa humana que se doblegó sin resistencia ante la potencia de la geografía y la presencia irreductible de lo hispánico como principio organizador de la convivencia.”

“El régimen fracasó sociológicamente. A partir de 1914 aprendió a contar con una masa popular desconfiada y ad­versa. En suma: el régimen quiso cambiar al pueblo y no pu­do: quiso entregar el espacio inerme y tropezó una y otra vez con algo viviente y cálido que nosotros llamamos conciencia nacional y ellos desprecian como barbarie”.

Eso pasó, como dice el autor, desde 1914. Culminó “el 17 de Octubre, en la más grande operación de política de masas que vio el país; la muchedumbre estaba compuesta por cabecitas negras —restos del criollaje proscripto— pero también por hijos de gringos, polacos y maronitas lanzados contra el ré­gimen con violencia inusitada”.

Así, la zoncera de Civilización y barbarie se apoya en dos patas y anda, pero cojeando, porque una es más larga que la otra, que es como una pata auxiliar a la que se recurre cuando el régimen está en peligro.

Una ideología apuntala a otra ideología, por más que su signo sea inverso en teoría, porque tienen en común el supues­to mesiánico que cada uno quiere realizar a su manera, pero ambas partiendo de la negación de lo propio. Conviven entre gruñidos y se tiran mordiscones, pero siempre entre civilizados que se defienden en común de los bárbaros, es decir del país real. La recíproca tolerancia nace de la unidad civilización y se practica de continuo en la común devoción por todas las zonceras nacidas del vientre de la zoncera madre.

No preguntéis entonces por qué comparten la misma historia que se niegan a revisar desde que revisar importa dejar sin base la zoncera generatriz. Destruir ésta implica sustituir una mentalidad hecha partiendo de ella y excluir el mesianismo y la ideología como fundamento de un pensamiento ar­gentino para dar su oportunidad al buen sentido. Ahí, en Ci­vilización y barbarie, la zoncera madre, está el punto de con­fluencia de las ideologías, es decir, de la negación de toda posibilidad para el país nacida del país mismo. Es como si dijé­ramos la “Unidad Democrática” tácita de que surgen todas las otras.

En «Geopolítica de la cuenca del Plata» (1973), Alberto Methol Ferré analiza la ahistoricidad del pensamiento uruguayo. En ninguna parte como allí —recordemos otra zoncera: “como el Uruguay no hay”—, se “tu­vo una conciencia política eminentemente abstracta”. La falsifi­cación de la historia, allá como aquí, se completó con la concep­ción estratosférica del país en cuanto se excluyeron las causales internacionales de los hechos propios o inversamente se exclu­yeron los hechos propios de las causales internacionales. Así, dice: “Nos enseñaban una historia de puertas cerradas, des­granada en anécdotas y biografías, o de bases filosóficas inge­nuas, y nos mostraron la abstracción de un país casi totalmen­te creado por pura causalidad interna. A esta tesis tan estre­cha, se le contrapuso su antítesis, seguramente tan perniciosa. Y esta es la pretensión de subsumir y disolver el Uruguay en pura causalidad externa, en una historia puramente mundial a secas. Una historia tan de puertas abiertas que no deja casa donde entrar…”. “A la verdad, esta última actitud no escribe
historia uruguaya, que le aburre, y prefiere vagabundear y solazarse en la contemplación a veces minuciosa de la historia mundial. Nos escindíamos en pueblerinos o ciudadanos del mundo…”.

Así, de una historia isla, pasábamos a la evapora­ción, a las sombras chinescas de una historia océano, donde la historia se juega en cualquier lado menos aquí y aquí lo de cualquier lado. “Esta actividad lujosa —la historia océano—, si hoy canaliza disponibles jóvenes iracundos, ayer permitía a nuestra diplomacia pagarse de las palabras proyectándose pa­ra dictar cátedra mundial sobre los derechos humanos y arbi­trajes”. Son dos formas del escapismo.

“Interioridad pura o exterioridad pura, dos falacias que confraternizan…”. “… ¿quiérese mayor lujo que extrapolarse en la historia de los otros?…”. “Era una manera de renunciar a hacer historia”… “Por otra parte, ese idealismo externo en su versión de
izquierda dimitirá frente a nuestra historia de puertas cerradas,
conservadora. Incapaz de criticarla, porque no le interesaba vitalmente, terminaba en los hechos por acep­tarla en bloque. No puede darse incorformismo más confor­mista”. .. “Así la esterilidad del marxismo uruguayo para de­cir nada sobre el país, salvo el caso
reciente de Trías. Así, el idealismo jurídico romántico, de derecha
o de izquierda, son los modos uruguayos de suplir la ausencia de una política in­ternacional real. El rasgo común de nativistas y oceánicos es que el Uruguay no era problema.”

Crucemos de nuevo el río. ¿No estamos en presencia de una situación parecida? Si la falsificación de la historia ofi­cial, presentando la Argentina como un conflicto entre la civi­lización y la barbarie, ha desestimado el conflicto entre lo na­cional y lo extranjero desde que el objeto de la historia no es la Nación sino la civilización, la izquierda, como tampoco tiene en cuenta lo nacional como causalidad histórica, produce el mismo conformismo que en el Uruguay con la historia oficial. Esta vez para que la historia del futuro dependa exclusivamente de la causalidad externa, generando un escapismo que tiene las misma raíces antinacionales que, naturalmente, rehuye la construcción propia para trasladarla al escenario de la civilización. Por donde vienen a ubicarse, como sus cofrades de la otra banda, en un balcón sobre el mundo que es donde se opera la historia idealizada.

Pero un balcón no es una puerta por donde entra y sale lo propio y lo ajeno, sino un puesto de observación donde se espera que fuera se resuelva lo que hay que resolver adentro, cosa que le conviene a los que ya adentro lo tienen resuelto. De aquí la coincidencia cuando el país real intenta sus pro­pias soluciones y a su manera.

En tren de clasificación, la zoncera de Civilización y bar­barie es una zoncera intrínseca, porque no nace del falseamien­to de hechos históricos ni ha sido creada como un medio aun­que después resultase el medio por excelencia, ni se apoya en hechos falsos. Es totalmente conceptual, una abstracción anti­histórica, curiosamente creada por gente que se creía historicista, como síntesis de otras abstracciones.

Plantear el dilema de los opuestos Civilización y barbarie e identificar a Europa con la primera y a América con la se­gunda, lleva implícita y necesariamente a la necesidad de ne­gar América para afirmar Europa, pues una y otra son térmi­nos opuestos: cuanto más Europa más civilización; cuanto más América más barbarie; de donde resulta que progresar no es evolucionar desde la propia naturaleza de las cosas, sino derogar la naturaleza de las cosas para sustituirla.

Para el que ha leído Los profetas del odio y la yapa al ha­blar de esta zoncera no hago más que resumir conceptos allí expresados, pero es necesario reiterarlos en este libro por lo que se ha dicho de la maternidad de todas las zonceras. La aceptación de ésta hace posible la vialidad de las otras, cosa que se irá viendo a medida que se trate cada una.

Empezaremos por aquellas que por considerarlas hijas ma­yores van en este capítulo: la que se refiere al espacio y es la de que “el mal que aqueja a la Argentina es la extensión”. La otra es la autodenigración que va implícita en la conside­ración de lo humano propio como barbarie.

* Pensador Nacional