Eduardo Febbro

Asimétrica, espontánea, activada por un núcleo de militantes invisibles, la tantas veces anunciada “guerra de las redes” o ciberguerra escribió su primer gran capítulo colectivo. Los ciberactivistas del grupo Anonymous lanzaron una vasta ofensiva contra las empresas que se sumaron a la persecución de que fue objeto Julian Assange, el cofundador de Wikileaks. Amazon, PayPal, Visa, Mastercard y Postfinance, la filial de los servicios financieros de los correos suizos, vieron sus portales de Internet bloqueados por los ataques de esta nebulosa. Las citadas empresas, sin que exista ninguna orden judicial que las obligara, se sumaron a la cacería mundial de Assange y, de una u otra manera, cortaron las fuentes de financiación de Wikileaks. La Operation Payback (Operación Revancha) montada por Anonymous no tiene precedentes en la historia de las redes. Ya hubo en el pasado ataques contra portales mastodónicos, pero ésta es la primera vez que se da una ofensiva tan coordinada y plural con un objetivo cuyo zócalo no es ciberanarquismo sino la defensa de un bien comunitario como la libertad. Su masividad y su eficacia temporal sorprendieron a los especialistas que, hasta la semana pasada, veían en esos grupos una fuente de problemas potenciales pero limitados.

Uno de los portavoces de Anonymous, un tal Coldblood, explicó a la prensa británica que el operativo “se está convirtiendo en una guerra, pero no una guerra convencional. Es una guerra de información digital. Intentamos conseguir que Internet siga siendo libre y abierta a todo el mundo, como Internet ha sido siempre”. Si Anonymous saltó al primer plano con su implicación en la batalla a favor de Wikileaks, su activismo ya había hecho estragos con ataques contra los portales de la Iglesia de la Cientología y, en septiembre pasado, contra el estudio de abogados Baylout, cuyo negocio es defender los derechos de autor de la industria del disco y del cine en los Estados Unidos, el portal de la Motion Picture Association of America (MPAA), y a quienes Anonymous acusa de “políticas excesivas” en la protección de los derechos de autor.

Vadoor, un miembro de Anonymous, explicó a Página/12 que el núcleo funciona “sin jerarquías, no hay jefes, ni verticalidad. La participación es anónima y voluntaria, y eso es lo que hace nuestra fuerza. Nadie sabe cuántos somos, no siquiera nosotros mismos”. Anonymous opera en efecto a partir del foro de discusión 4chan y parece carecer de estructura estable. La filosofía central del grupo gira en torno de la defensa del concepto de un Internet a la vez neutro, libre y abierto. Todo aquel que tiende a empañar esa “neutralidad” está en la mira de Anonymous. El éxito del operativo “Revancha” parece demostrar la pertinencia de los análisis aparecidos en la red en los últimos meses, en especial en el portal TorrentFreak. En un texto publicado en TorrentFreak, Enigmax (es el nombre del firmante) se pregunta si acaso este tipo de acciones (el término técnico es DNS, denegación de servicio) no constituyen “la protesta del futuro”. Antes, escribe Enigmax, hacía falta viajar, desplazarse. En cambio ahora, “en la era Internet, cualquiera puede viajar por el mundo y estar presente en todos los lugares y hacer daño con sólo un clic del mouse”. El autor recuerda el carácter casi imparable de las ciberescaramuzas: “Ningún abogado, ninguna orden y ninguna fuerza policial pueden parar este tipo de ataques”. Con la Operation Payback, Anonymous sumó esta semana un nuevo galón a los obtenidos con sus dos grandes operaciones precedentes, Chanology y Skynet.

9Finger, otro miembro de Anonymous contactado por Página/12, contó que el grupo, a diferencia de otros, es más sólido porque tiene “más conciencia y más humor”. Según 5Finger, Anonymous está constituido por gente, por “geeks” con un alto nivel de conciencia política y mucho humor. Su divisa es una sutil declaración de guerra: “We are Anonymous, We are Legion, We do not Forget, We do not Forgive, Expect us! (Somos anónimos, somos legión, no olvidamos, no perdonamos. ¡Espérennos!). De hecho, la guerra virtual empezó al revés. Antes de que Anonymous saliera a defender a Assange, el portal de Wikileaks empezó a ser atacado con el mismo método (denegación de servicio) por un cibervengador llamado Jester. En un par de mensajes colgados en Twitter (http://twitter. com/th3j35t3r/status/8997739723493376) Jester justificaba su encono contra Julian Assange porque “Wikileaks pone en peligro la vida de nuestros soldados”. A partir de allí Anonymous dejó en suspenso sus otros ataques e hizo circular un mensaje en Internet (https://uloadr.com/u/4.png) convocando a la defensa de Assange: “Julian es objeto de una cacería global, en el sentido físico y virtual. Tenemos suerte de poder combatir en la primera guerra de la información”.

Anonymous perdió sus dos plataformas virtuales de convocatoria: la cuenta “Operation Payback” en Facebook y “Anon_operation” en Twitter, ambas suspendidas el miércoles pasado. Pero una cuenta se abrió luego en

Twitter (http: //twitter.com/anonops) cuyo volumen de mensajes demuestra el eco que han tenido las iniciativas de Anonymous. Con el escándalo Wikileaks y los sabuesos del globo acechando a Julian Assange, la insurrección numérica se hizo una identidad sólida. Quienes creían que estos ciberactivistas eran una cofradía de delirantes sin conexión con otra realidad que no fuera la de las computadoras descubrieron la pertinencia de una causa y la eficacia con que les fue posible defenderla.

No obstante, Anonymous delinea una corriente nueva en el mundo de la ciberdisidencia. Su envoltorio ideológico señala una evolución con respecto a quien ha sido el “padre de los piratas”, el iniciador de una idea sencilla pero tenaz, Hakim Bey. Bey, cuyo verdadero nombre es Lamborn Wilson, es un escritor poético y militante que se autodefine como un “anarquista ontologista”. Bey teorizó las famosas TAZ, Zonas Autónomas Temporarias (Temporary Autonomous Zone en inglés) cuya misión es aparecer y desaparecer “para escapar mejor a los agrimensores del Estado”. Para Bay, la TAZ es una “insurrección fuera del Tiempo y de la Historia, una táctica de la desaparición”. Con ese principio funcionaron muchos piratas informáticos, hackers, ciberrebeldes y habitantes de la cibercultura.

Anonymous, por el contrario, reivindica otra meta más amplia y permanente y -detalle particular- la explica. En una carta difundida para explicar las acciones a favor de Wikileaks, el grupo alega: “Anonymous es una idea viva. Anonymous es una idea que puede ser editada, actualizada o cambiada como le guste. No somos una organización terrorista como quieren hacer creer los gobiernos, los demagogos y los medios de comunicación. En este momento Anonymous está centrado en una campaña pacífica para la Libertad de Expresión. (…) Cuando los gobiernos controlan la libertad, lo están controlando a usted. Internet es el último bastión de la libertad en este mundo en constante evolución técnica. Internet es capaz de conectar a todos. Cuando estamos conectados somos fuertes. Cuando somos fuertes, tenemos el poder. Cuando tenemos el poder somos capaces de hacer lo imposible. Es por esto que el gobierno se está movilizando contra Wikileaks. Esto es lo que temen. Nunca se olvide de esto: le tienen miedo a nuestro poder cuando nos unimos”.

John Perry Barlow, cofundador de la Electronic Frontier Foundation, una organización independiente que trabaja en la protección de las libertades civiles y la libertad de expresión en Internet, advirtió hace unos días lo que estaba ocurriendo: “La primera guerra informática ya ha empezado. El campo de batalla es Wikileaks”, escribió. Y así parece. Hace unos meses, en una entrevista con Página/12 Nicolas Arpagian, especialista en ciberseguridad y cibercriminalidad, redactor en jefe de la revista Prospective Stratégique y autor de un ensayo sobre los ciberconflictos, “La Ciberguerra, la guerra numérica ha comenzado”, observaba el carácter previsible e inédito de este movimiento: antes, un Estado atacaba a otro Estado, mientras que ahora un individuo solo es capaz de llevar a cabo un ataque contra algo mayor que él. Y no es todo. Una empresa puede igualmente atacar a un Estado y éste, a su vez, tiene la posibilidad de dirigir sus ataques contra un banco. Estamos en la desproporción, en la valorización del judo, donde el más pequeño puede atacar al más grande. El orden de la guerra fue trastornado”. Wikileaks cambió, a su vez, el orden y el sentido de la insurrección numérica.