Confieso que siempre le he tenido simpatía porque; en general me gusta Escandinavia, su traje rojo me resulta premonitorio y, porque tras esas barbas siempre he creído reconocer a un filósofo alemán que cada día tiene más razón en lo que afirmó en varios libros muy citados pero poco leídos.
No tema por el tenor de esta carta, no soy el niño chileno que hace varios años le escribió :”Viejo Cabrón, el año pasado te escribí contándote que, pese a ir descalzo y en ayunas a la escuela, me había sacado las mejores notas y que el único regalo que quería era una bicicleta, en ningún caso nueva, no tenía por qué ser una mounty byke, o para correr el Tour de France. Quería una simple bicicleta, sin cambios, para ayudar a mi madre en el reparto de la ropa ajena que lava y plancha en casa. Eso era todo, una puta bicicleta, pero llegó navidad y recibí una estúpida corneta de plástico, juguete que he conservado y te envío con esta carta para que te la metas en el culo. Deseo te de el sida, viejo hijo de puta”.
¿Fueron sus elfos los responsables de tan monstruoso desaguisado? Pues bien, estimado Santa Claus, seguramente este año recibirá numerosas peticiones de bicicletas, pues el único porvenir que espera a los chicos del mundo es como mensakas, sin contrato laboral y condenados a repartir paquetes hasta los 67 años. Sin embargo yo no le pido una bicicleta, le pido en cambio, un esfuerzo pedagógico, y que ponga a sus elfos y renos a escribir millones de cartas explicando qué son y dónde están los mercados.
Como usted bien sabe, nos han jodido la vida, rebajado los sueldos, esquilmado las pensiones, retirado el subsidio de paro y condenado a trabajar a perpetuidad para tranquilizar a los mercados.
Los mercados tienen nombres y rostros de personas. Son un grupo integrado por menos del uno por cien de la humanidad, y son al mismo tiempo los dueños del 99 por cien de la riqueza. Los mercados son los integrantes del concejo de accionistas, y los mismos accionistas de, por ejemplo, un laboratorio que se niega a renunciar a los royalties de una serie de medicamentos que, si fueran genéricos, salvarían millones de vidas. No lo hacen porque la vida no es rentable, pero la muerte sí lo es, y mucho.
Los mercados son los accionistas de las industrias que envasan zumo de naranjas, y que esperaron hasta que la Unión Europea anunciara leyes restrictivas para los trabajadores no comunitarios, que serán obligados a trabajar en España u otro país de la Unión Europea, según los reglamentos del trabajo y condiciones salariales de sus países de origen. Apenas esto ocurrió, en las bolsas europeas se dispararon los precios de la próxima cosecha de naranjas. Para los mercados, para todos y cada uno de esos accionistas, la justicia social no es rentable, pero la esclavitud sí, y mucho.
Los mercados son los accionistas de un banco que, embarga el piso a una mujer con un hijo inválido. Para todos y cada uno de esos accionistas, gerentes y directores de departamentos, las razones humanitarias no son rentables, pero el despojo, la expulsión de la pobreza a la miseria sí lo es, y mucho. Y para los estafadores de la esperanza, sean estos de derecha o derecha, pues no hay otra opción entre los defensores del sistema responsable de la crisis causada por los mismos mercados, despojar de su vivienda a esa anciana fue una señal para tranquilizar a los mercados.
En Inglaterra la criminal alza de las tarifas universitarias se hizo para tranquilizar a los mercados. El descontento social engendrará inevitables acciones por la supervivencia, y los mercados pedirán sangre, muertes, para tranquilizar su apetito insaciable.
Que sus elfos y renos expliquen detalladamente que en medio de esta crisis económica generada por la voracidad especulativa de los mercados y por la renuncia del Estado a controlar los vaivenes del dinero, ningún banco ha dejado de ganar, ninguna sociedad multinacional ha dejado de ganar, y hasta los economistas más ortodoxos de la teoría de mercado, concuerdan en que el principal síntoma de la crisis es que los bancos y las empresas multinacionales ganan menos, pero en ningún caso han dejado de ganar. Que sus elfos y renos expliquen hasta la saciedad que fue el mercado el que se opuso a cualquier control estatal a las especulaciones, pero ahora imponen que el Estado castigue a los ciudadanos por la merma de sus ganancias.
Y por último, permítame pedirle algo más: miles, millones de banderas de combate, barricadas fuertes, adoquines macizos, máscaras antigás, y que la estrella de Belén se convierta en una serie de cometas incandescentes con un blanco fijo: las Bolsas, que ardan hasta los cimientos, pues las llamaradas de cien hermosos incendios nos darían, aunque temporalmente, una inolvidable Noche de Paz.
Muy fraternalmente
Fuente: Le Monde Diplomatique