“El pueblo no dejó al alcalde realizar sus planes. Tienen miedo de que el cólera se quede para siempre si permiten que los cuerpos sean enterrados”, explica Pierre Jovin, director de la morgue. El pánico de los haitianos y la incapacidad del Gobierno para atajar las leyendas de la epidemia se han conjurado para agravar la crisis. Una crisis que no habría impactado tan duramente si los fondos de los países donantes hubieran llegado tras el terremoto, según Médicos Sin Fronteras (MSF).
Del “impacto menor” de MSF a la “situación apocalíptica” que plantea la Organización Panamericana de la Salud: 200.000 casos en tres meses, 400.000 en medio año. La epidemia, que ha matado a casi 1.500 personas, crece sin parar. Casi tan rápido como el pánico entre los haitianos.
“Si los cadáveres no portan el acta de defunción, la gente no dejará que sean enterrados. Y en parte este miedo irracional es lógico, porque el Estado debería ser capaz de recoger los cadáveres de los enfermos de cólera, llevarlos a una pequeña fosa y realizar una misa. Esa es su obligación, no la de los familiares”, añade Jovin, mientras sus trabajadores se lavan las manos con cloro de forma compulsiva, convencidos de que su vida depende del líquido matabacterias.
El Banco Mundial ha decidido desviar diez millones de dólares de la reconstrucción para luchar contra la enfermedad. Medida vista con desconfianza por un pueblo que sabe que no hace falta que la tierra tiemble para que su vida parezca un terremoto. Muertos por el cólera, violencia en la campaña electoral, disturbios callejeros y un nuevo susto nocturno: el derruido ministerio de Economía se incendió de madrugada y cientos de desplazados del Campo de Marte estuvieron en vilo durante horas. El Puerto Príncipe de todas las plagas ni siquiera deja descansar a su pueblo.