Miguel Manzanera
En el reciente informe del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), coordinado por Amartya Sen, premio Nobel de economía en 1998, se publican los estudios sobre el desarrollo humano de ese organismo de la ONU, sintetizados por el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Ese trabajo nos ofrece un panorama alentador de la evolución humana en las últimas décadas, tanto como de la propia evolución de la investigación sociológica. El IDH se construye agregando tres factores: la esperanza de vida (indicador de la salud de la población), el índice de escolaridad segregado en dos variables (indicador de la educación) y los ingresos per cápita (indicador del acceso a bienes económicos).

El mayor mérito de ese estudio es desvincular las mediciones económicas de criterios capitalistas, como son el PIB (Producto Interior Bruto) y los ingresos monetarios de los ciudadanos. En este sentido se acerca a una ciencia económica que se funde en criterios de utilidad y no de mercado, como es la que se pide desde una óptica de izquierdas, especialmente desde la economía marxista. Sin embargo, ese estudio no realiza una ruptura completa con la economía de mercado, dado que los ingresos siguen jugando un papel importante en la definición del bienestar y por tanto del IDH.

Esto hace que un país como Cuba no pueda participar en la lista de naciones clasificadas por el IDH. Sin embargo, a partir de los dos primeros componentes del índice (salud y educación) el IDH establece otro índice paralelo que soslaya los ingresos individuales. Teniendo en cuenta nada más que esos dos factores, Cuba, con valor IDH 0,892, se situaría en el puesto 16 de la tabla, justo detrás de España que ocuparía el 15 con 0,897. Se da el caso de que, si se tienen en cuenta los ingresos, España ocupa el puesto 20.

Es evidente que el IDH es un indicador rústico –los propios autores lo reconocen-, pero lo es menos que el PIB utilizado por los economistas capitalistas. Por otra parte, nos resulta insuficiente, por cuanto trata de tasas medias y no tiene en cuenta la desigualdad social, ni las clases sociales. Los indicadores además son un tanto simples, pues, por ejemplo, en educación no estudia la calidad de la enseñanza, sino tan sólo los años de escolarización. Pero incluso con esas limitaciones el informe permite vislumbrar ciertas alternativas a la economía capitalista neoliberal, mostrando que el aumento de la riqueza en un país no siempre conlleva una mejora del IDH y que hay países pobres que han incrementado su desarrollo humano sin el correspondiente incremento de los ingresos. En cambio, China ha crecido en riqueza económica sin mejorar el desarrollo humano -aunque también señala que la orientación de la política actual china tiene en cuenta esos factores (IDH 117)-. Esa observación parece importante, pues muestra que los ingresos económicos no van unidos siempre a una mejora en la calidad de vida.

Sobre la base de un nuevo conjunto de datos y estudios, nuestros resultados también corroboran una afirmación inicial clave de los Informes sobre Desarrollo Humano: el desarrollo humano no es sinónimo de crecimiento económico y los grandes logros son posibles aún sin crecimiento acelerado. (…) Al formular muchas políticas de desarrollo se presume que el crecimiento económico es indispensable para los logros en salud y educación. Nuestros resultados sugieren que no es así. (…) no es necesario que los países resuelvan el difícil problema de generar crecimiento para poder abordar los desafíos que existen en los frentes de la salud y la educación. Se trata sin duda de una buena noticia. (IDH 54)

En el informe se reconoce que el trabajo no remunerado es un factor de riqueza que no está contabilizado por los indicadores del mercado, que se basan en la riqueza producida en términos de dinero: el PIB no considera una cantidad desproporcionada del trabajo realizado por la mujer (IDH 127), lo que redunda en una información incompleta para todos los países. También añade el informe que la sostenibilidad ambiental es un factor importante en el desarrollo de la humanidad, aunque sus indicadores no se agregan en la elaboración del IDH.

Para que el desarrollo humano sea sostenible, es necesario cortar el vínculo entre combustibles fósiles y crecimiento económico, partiendo de los países desarrollados, que son responsables de una parte desproporcionada de las emisiones más perjudiciales. (IDH 123)

Este es la debilidad mayor del IDH, que muestra así su dependencia de los criterios económicos capitalistas, al no incluir las externalidades en la producción de la riqueza entre los datos relevantes del desarrollo, así como la importancia del trabajo no remunerado en las comunidades tradicionales y las sociedades de orientación socialista. El informe se limita a recordar la gravedad de los problemas ambientales para el futuro de la humanidad –unas perspectivas sombrías (IDH 124)- y a recomendar que se informe a la ciudadanía sobre ello para cambiar los hábitos consumistas. Pero reconoce que con los actuales enfoques es improbable que se logre detener –y mucho menos revertir- el cambio climático global (IDH 124) y recuerda lo sucedido en la Cumbre de Copenhague como un fracaso internacional. Se trata de un problema sobrepasa las fronteras estatales, por lo que es necesario establecer instituciones que permitan una gobernabilidad mundial.

Por otra parte, el informe subraya la importancia de la ayuda al desarrollo y sus efectos beneficiosos para los países que la reciben.

Sobre esa base el IDH realiza las siguientes recomendaciones:

  1. establecer la equidad como objetivo prioritario de la política económica.
  2. combinar las políticas redistributivas estatales con la iniciativa privada.
  3. necesidad de una inversión nacional que garantice la independencia
  4. no es necesaria una liberalización total del comercio
  5. necesidad de abordar los riesgos ambientales

En definitiva las conclusiones del PNUD se establecen desde la perspectiva del Estado del Bienestar, que combina la intervención estatal con la economía privada. De ese modo se muestra crítico con las políticas neoliberales dominantes, sin llegar a romper con el paradigma sociológico capitalista. Sin embargo, esas conclusiones pueden resultar insatisfactorias; el modo en que se ha elaborado el IDH no puede convencer a quienes consideramos que los problemas ambientales son muy graves y exigen una intervención más decidida por parte de todos. El IDH debería incluir una medida de la sostenibilidad y no una medida de ingresos económicos, que en buena parte son resultado de un exceso en el uso de los recursos disponibles. El hecho de que no sea así, incluso siendo los autores conscientes de la gravedad del problema, es el resultado -en mi opinión- de las servidumbres que mantienen estas instituciones internacionales, respecto de las relaciones de poder establecidas a nivel internacional en nuestros días y la cuestionable hegemonía de las economías capitalistas desarrolladas.