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Ya está, ya ha sucedido. El momento esperado se ha producido: a mi hijo, a punto de cumplir 10 años, le han dicho, por primera vez en toda su vida, «moro de mierda».

Ya está, ya ha sucedido. El momento esperado se ha producido: a mi hijo, a punto de cumplir 10 años, le han dicho, por primera vez en toda su vida, «moro de mierda». Marcaremos la fecha en el calendario para conmemorarla cada año, porque indudablemente comienza una nueva etapa en su biografía, aquella en la que deberá ser consciente de sus rasgos distintivos y las consecuencias que conllevan. De entrada me pregunta si eso de «moro» es bueno o es malo y repite, como un atenuante de su gran delito, que él nació en Vic. Como todos los niños, no se ve ninguna diferencia. Me habría gustado presenciar el acontecimiento, como el primer contagio, el primer diente que se cae, el primer trazo para dibujar, aún sin sentido, su propio nombre. Pero no, a partir de una edad, a los hijos empiezan a pasarles cosas de las que las madres no seremos testigos de primera fila, sino que deberemos conformarnos con el relato que a posteriori hagan ellos, en el mejor de los casos.

Yo tengo la suerte de no recordar muy bien mi primera vez, porque las tres palabras se escurrieron entre muchas sin sentido que iba aprendiendo de la nueva lengua. Después, me recuerdo buscándolas en el diccionario para intentar averiguar por qué aquello que me decían como insulto era un insulto, qué quería decir si era tan negativo. Buscaba «moro», claro, que la mierda ya sabía lo que era, este país del que todos hemos formado parte en un momento u otro y al que nos envían cada dos por tres, tal y como apuntaba el amigo de una amiga en una conversación a pie de calle. Mi suerte tal vez fue la de crecer en una escuela donde todos éramos de mierda en un momento u otro: el moro, el charnego, el gitano e incluso el catalán. Intuyo que los años que vendrán serán los más difíciles, los de intentar que mi hijo siga creyendo que es tan de aquí como cualquier otro y que nadie le puede negar el derecho a sentir eso por mucho que le repitan que es de mierda.