Carlos Lópes

Hora do Povo

 

Traducción para Matrizur de Susana Lischinsky

 

Los medios golpistas comienzan a tragarse el resultado, pero si prefieren darle vuelta la mesa van a sufrir una pérdida total

La elección presidencial del próximo domingo será la más nítida de nuestra Historia, aquella que más ineludiblemente reflejará la fisonomía del país. Hace algunos años uno de los patriarcas del país, Barbosa Lima Sobrinho, afirmó que en el Brasil sólo había dos partidos: el partido de Tiradentes* y el partido de Silvério dos Reis*. Pues jamás una campaña electoral expuso esta verdad de forma tan cristalina – con una grandeza que va hasta más allá de la conciencia de algunos de sus participantes.

Será posible un retrato más acabado – en todos los sentidos – de un silvério  que la deprimente figura de Serra? En nuestro país, jamás un candidato a presidente mostró tanta falta de escrúpulos, tanta falta de límites de cualquier especie. No hubo ninguno entre sus antecesores como candidato del partido de los silvérios que llegase a tales extremos en ese submundo moral.

Ninguno de esos antecesores se presentó como realizador de tanta cosa que no hizo. Jamás uno de ellos mintió tanto al hablar de su vida anterior – de espectaculares realizaciones que no existieron y de otras, reales, con las cuales no tuvo nada que ver. Nunca, alguno de ellos, prometió cosas tan colosales cuan alucinadas, siempre de acuerdo con el auditorio de la vez, aunque una fuese antagónica a la otra, y que todas estuviesen en contradicción con todo lo que Serra practicó en recientísimo pasado. Fue como si creyese posible ganar la elección con promesas de soborno – y un soborno monstruoso, de tan imposible.

Naturalmente, cada uno mide a los otros por la medida que tiene de si mismo. Pero tampoco ninguno de sus predecesores ultrapasó tanto la tranquera de la infamia, de la substitución de la lucha política por la difamación, por la alevosía, por el insulto, por la calumnia. Ni siquiera el paraninfo de todos ellos, Carlos Lacerda – hasta aquí un energúmeno muy difícil de ser hasta imaginado por las nuevas generaciones.

El melancólico final de la campaña de Serra, que, con todos sus medios de comunicación, reunió tres ó cuatro, buena parte pagos para comparecer, abandonado hasta por sus pares – por qué la traición sería fiel a la traición? – refleja el repudio del pueblo brasileño a todos los silvérios. Serra es peor que sus antecesores porque es todo lo que restó de ellos – moral, ideológica y hasta físicamente, pues nos es imposible creer que aquella facies amarga, de repelente envidia y resentimiento, no sea la fachada de un alma.

El pueblo no tuvo condiciones de impedir las corruptas privatizaciones, los robos a la propiedad colectiva para entregarla a monopolios sobretodo externos, las comiaiones millonarias, la destrucción de la cadena productiva nacional, el dragado del Tesoro, la devastación de los servicios públicos, la terrible hemorragia que durante años le impusieron al país, en suma, todo aquello de lo que Serra es el representante, y fue ejecutor.

No olvidaremos el sufrimiento de millones de niños, mujeres, ancianos, hombres capaces súbitamente desempleados, gente sin tener lo que comer, sin tener donde vivir, sin tener cómo vivir. Los que perpetraron esos crímenes todavía no pagaron por ellos.

Pero el Brasil siempre existirá mientras el pueblo brasileño exista. El día de hoy es apenas el día que antecede al de mañana. Stefan Zweig estaba con la razón: nosotros somos el país del futuro. Aún en los peores momentos. No fue así con Tiradentes?

La elección de Lula, en 2002, fue el inicio de nuestra recuperación. Era necesario que el pueblo tomase en sus propias manos a su país – como dijo Getúlio Vargas en 1930 – para otra vez sacarlo del sombrío abismo donde los silvérios lo habían embrollado.

La elección de Dilma es el resultado de ese período – inicial, pero por eso mismo más difícil – de recuperación do Brasil. Naturalmente, esa fue la obra del presidente Lula – inclusive la elección de la persona cierta, su principal colaboradora, para candidata  a su sucesión.

La victoria de Dilma será, por la tercera vez en los últimos años, la victoria del partido de Tiradentes, aquel teniente que donó su vida para afirmar que “si quisiéramos, haremos, juntos, de este país una gran Nación”. Talvez no sea fortuita la coincidencia de la candidata que nació en la tierra de Joaquim José (Tiradentes) y fijó residencia, después años de lucha y resistencia en las cámaras de tortura, en el Estado de Getúlio Vargas (Río Grande del Sur).

El hecho es que el pueblo, muy correctamente, percibió en Dilma, como antes percibiera en Lula, la condensación de las esperanzas que nos mueven desde el siglo XVIII – esto es, aquellas aspiraciones que hicieron y hacen de nosotros una nación. Por eso, su candidatura extrapoló, luego en la partida, cualquier partido institucional, inclusive el PT – que en nada quedó disminuido, por lo contrario – para se tornar la candidatura de toda la nación, esto es, precisamente, la nación de Tiradentes y Getúlio. Intentar reducirla a menos que el partido de Tiradentes, sería, evidentemente, mera tacañería que restringiría su terreno – e, así, concedería ese terreno a los enemigos del país.

Debido a ese carácter amplio y profundo, nada – ni los recursos más bajos del adversario, ni la cruzada más impúdica de los medios reaccionarios y golpistas – consiguió detener el crecimiento de Dilma.

Contra ella, se derrumbaron aquellas que son la principal y traicionera arma de los silvérios, las encuestas electorales engañosas. En las últimas, hasta el notorio Ibope tuvo que convergir para los mismos números que apuntaron el Vox Populi y el Sensus: Dilma vence en el primer turno, por lo menos con 55% de los votos válidos. El Datafolha, tan insensato cuanto su dueño, el perdulario Otavinho, libertino que dilapida la fortuna que el padre le dejó, todavía insiste en el robo – aunque, inclusive esa repartición de la “Folha de S. Paulo” comenzó a reacomodar sus números, devolviendo, en el momento todavía poca cosa, de lo que había hurtado en las preferencias electorales de Dilma. La elección se aproxima y Otavinho quiere huir del castigo.

La ascensión esplendorosa (el lector nos va a permitir este altisonante adjetivo) de Dilma y la debacle fragorosa de Serra son los señales más recientes y retumbantes del nuevo período de la Historia del Brasil iniciado por Lula. El pueblo vio en Dilma una sucesora a su altura. Y tiene razón. Vamos a la elección, que hay todavía muchas cosas para hacer en el Brasil.

 

*Martir de la Inconfidencia Minera (1789), levante contra Portugal, país colonizador, patrono cívico del Brasil.

*Traidor del levante. Delató los revolucionarios a los portugueses.