Alberto Maldonado S
Los manipuladores tratan de presentar como “locos de remate” a los que empezaron a sospechar desde un inicio que la sublevación policial del jueves 30 de septiembre era un vulgar y común golpe de estado.
Y es que, según los medios “sipianos” (de la SIP -Sociedad Interamericana de Prensa- y la CIA -Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos) y otros “analistas políticos”, ha sido el Presidente ecuatoriano, Rafael Correa, el causante de todo lo ocurrido.
Dicen y sostienen los periodistas sipianos y sus adláteres que si el “intemperante de Correa” no se hubiera presentado ante los amotinados del día y en vez de ello, hubiera mandado a su ministro de gobierno o al comandante de policía, al Regimiento Quito No 1 a discutir la situación, lo más probable “habría sido” que los policías amotinados hubieran terminado por entender que no se trataba de nada contra ellos y sus remuneraciones y habrían logrado que los asambleístas revean su resolución de allanarse al veto legislativo, en este y otros puntos, a la ley del servidor público.
Eso dicen y aseguran, a continuación, que “nadie quería sacar a Correa” pero que su intemperancia le hizo ir al cuartel, “a desafiar” a los “pobrecitos policías insurrectos”, a pesar de que estaba impedido de hacerlo por la reciente operación de rodilla que le habían practicado pocos días antes.
Según esta versión, en el cuartel sublevado Correa se encontró con “una turba de reclamantes” con la que era imposible dialogar por lo que no le quedó “más remedio que hacerse el macho y exclamar: Si quieren matar al Presidente, pues mátenme”.
Según la tesis mediática sipiana, ese momento se volvió peor para Correa, un “ególatra” que nunca entendió “la psicología de un policía de tropa reclamando sus derechos”.
Aceptan a regañadientes que, a partir de ese momento, “no es nada difícil que personas extrañas al reclamo policial”, especialmente políticos de centro derecha que han sido “víctimas” de la diatriba de Correa durante estos tres años y meses, hayan pensado que había llegado el momento de “ponerle en su sitio” a este tal por cual; y hayan intentado plegar a la movilización con la idea de que había llegado la ocasión para salir de Correa; “pero jamás atentar contra su vida o contra la democracia”.
Los medios sipianos, de su parte, también han puesto lo suyo para tratar de manipular la información y darle un giro contrario a la “libertad de expresión”.
Aseguran que la cadena nacional dispuesta por el Gobierno, durante la noche del jueves, fue una arbitrariedad de Correa y que lo único que consiguieron fue que el gran público ecuatoriano se privó de sus imágenes y sus informaciones.
No podía faltar la protesta por haberles obligado a esa cadena (muy propia de un estado de excepción, que ya había sido dictado) a difundir los comunicados de prensa y por cuanto dicen que “se ha tergiversado malvadamente la protesta de un grupo de policías que reclamaba sus derechos”.
¿Cuál fue la verdad de lo acontecido?
En esta ocasión, el testimonio de millones de ecuatorianos, que siguieron a través de la radio y la televisión, esa especie de maratón política inesperada, certifica que la nueva versión, no pasa de ser una opinión de los golpistas, interesados en desvirtuar aquello que fue un criterio generalizado: que los policías insubordinados (eso no lo pueden negar) de buena o de mala fe, se prestaron para que sectores contrarios a Correa y su revolución ciudadana, intenten no solo un cambio de Presidente, sino un magnicidio.
Los hechos que se sucedieron son claros, precisos y concretos.
¿Puede alguien, que sufra de ingenuidad recalcitrante, aceptar que el paro nacional que afectó a la seguridad pública, en todo el país, desde las primeras horas de la mañana, es un asunto que puede lograrse espontáneamente?
¿Puede alguien suponer siquiera que la toma del aeropuerto internacional de Quito, durante todo el día jueves, por elementos armados del ejército, la policía y la FAE (Fuerza Aérea Ecuatoriana) puede ser un acto aislado?
¿Puede alguien suponer ingenuamente que los medios sipianos, especialmente la televisión comercial, estuvieron tan oportunos como para comenzar a difundir el paro policial y otros sucesos, desde muy temprano, con la esperanza de que el movimiento se prolongue especialmente a los cuarteles militares ya que supuestamente el perjuicio de lo resuelto por la Asamblea Nacional, afectaba también a este sector?
¿Puede alguien suponer que “civiles” muy afines a los partidos tradicionales, especialmente el que lidera el expresidente Lucio Gutiérrez Borbúa, comience a aparecer en los escenarios policiales, celulares en manos, dando instrucciones a policías insurrectos, que empiezan a lanzar bombas lacrimógenas y disparos al aire, a diestra y sinistra, contra grupos humanos que espontáneamente tratan de responder en las calles a esas primera manifestaciones de golpe de estado?
¿Puede alguien suponer que gentes de civil, con banderas del Ecuador, comiencen a aparecer en las calles capitalinas, lanzando consignas contra Correa y proclamando la “necesidad” de que renuncie el tal por cual de Correa, así en forma espontánea y por su propia iniciativa?
¿Puede alguien suponer que gratuitamente, los policías alzados (o quienes los suplantaban con máscaras antigases) se niegan a dialogar con el Presidente de la República y, en su lugar, le insultan y le agreden físicamente y casi le asfixian lanzándole gases picantes y lacrimógenos?
¿Puede alguien suponer que “humanitariamente” los policías insubordinados aceptan que Correa sea atendido en el hospital policial (sito a metros del regimiento convulsionado) pero que luego impidan su salida ya sea a otra casa de salud o al Palacio de Gobierno hasta horas de la noche, en que es rescatado por un operativo militar que se combina con elementos del GOE y el GIR, dos escuadrones formados por policías especializados precisamente para estas convulsiones?
¿Puede alguien suponer que el Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, sale recién cerca de las 15:00 horas de Quito a proclamar el apego de la fuerza a la constitución y sus autoridades legítimamente constituidas, luego de conjurar a “algunos elementos militares”?
Por estas y otras “evidencias”, como dicen los abogados, no hay duda que el jueves 30 de septiembre del 2010 se dio en el Ecuador un intento de golpe de estado; intento que para la tarde quedó conjurado, porque los ciudadanos y ciudadanas de a pie, salieron en masa a las calles en todo el país, a solidarizarse con su Presidente y su movimiento; y a rescatarlo del secuestro en que los alzados le mantuvieron en el hospital policial. Y sobre todo, porque el sector militar no respondió a las expectativas que se habían forjado los golpistas.
Y, por qué no decirlo, porque Ecuador no es Honduras.
Cierto que en el país hemos asistido a golpes de estado “clásicos”: el jefe o los jefes militares, en coordinación con sectores civiles de derecha, un buen día amanecen agrios y se toman el poder.
Eso era cuando en América Latina reinaba el imperio y necesitaba de Somoza, Trujillo, Batista, Strossner y otros.
Y en ese estilo, ocurrió lo de Honduras: el jefe militar que saca al Presidente Zelaya y lo lleva a Costa Rica en calzoncillos. Luego viene el congreso y la Corte que santifican lo ocurrido y llaman a una elección amañada que le pone a un señor Lobo en la casa de gobierno.
Pero ahora, la propia OEA, especialmente la UNASUR y hasta el Secretario General de Naciones Unidas, tienen que rechazar estos intentos, especialmente si hay un pueblo que no desea más este tipo de gorilazos.
Y contrariamente a lo que los conspiradores querían, resulta que les sale todo, al revés; esto es un Correa aún más sólido que lo que querían.
Desde luego, el Presidente Correa y su Alianza País, no pueden olvidar el episodio, no solo para limpiar a la Policía de lo malos elementos sino porque ese jueves 30 debe tomarse, como en el fútbol, como que le han sacado tarjeta amarilla.
¿Será posible que esperen la roja sin tomar medidas aconsejadas y sin profundizar la revolución ciudadana?