La contrarrevolución aprendió del referendo por la Reforma y –sin mayores movilizaciones de calle, por ahora- ha sabido conducir a las urnas a una masa electoral (proveniente sobre todo de las capas medias de la sociedad) hipnotizada por la propaganda anti-comunista y por el espejismo de las bondades y placeres del consumismo. Estas capas medias (las más empobrecidas) no logran entender que el otrora “estado de bienestar” petrolero (profundamente egoísta e individualista) les fue arrebatado hace tiempo por el capitalismo dependiente venezolano y no por el socialismo venezolano en construcción. Este último más bien busca restituir dicho estado sobre nuevas bases de solidaridad y compromiso patriótico.
Cierto que la revolución obtuvo una victoria importante, si la vemos dentro de la constitucionalmente obligada lógica de sincerar en el parlamento la correlación de fuerzas políticas en el escenario venezolano (60-40). Pero siguen sonando alarmas que deben ser escuchadas, so pena de provocar, por omisión, mayores dificultades para el proceso revolucionario.
No hay que obviar en el análisis las repercusiones de una crisis económica mundial que afectó a los precios petroleros; una tremenda sequía que puso en evidencia la debilidad heredada en el sistema eléctrico; una delincuencia exacerbada por una combinación de la cultura del consumismo con el negocio internacional de la droga que tiene en Colombia (nuestro hermano y vecino país) su principal bastión productivo; una ineficiente “cultura” de gestión pública que reproduce en muchos espacios el fondo, la forma y el estilo de la burocracia petrolera cuarta republicana.
Son algunos de los factores adversos que influyen en que se mantenga vigente la volátil fluctuación electoral de un amplio segmento de venezolanos y venezolanas, que ayer votaron por las opciones revolucionarias y hoy se abstienen. Pero también un número importante de compatriotas pertenecientes a los sectores populares más pobres están identificadas con la “visión” consumista del capitalismo y han sido contagiados con este temor, vía la influencia que sobre ellos ejerce la clase media disociada. Podríamos decir que ciertos sectores populares son arrastrados ideológica y políticamente por sectores medios, que a su vez son arrastrados por las clases más poderosas aliadas con el imperialismo. Eso lo vemos cuando el carnicero o el dueño del abasto vocifera en contra del gobierno ante una clientela popular que en muchos casos recibe el supuesto “beneficio” del “fiao”. O también en centros de trabajo como las clínicas privadas, donde una elite de profesionales de la medicina, descalifica, oculta tras su fanfarrónica sapiencia, a diario y a cada rato a la revolución, ante los oídos indefensos de empleados, pacientes y familiares. Y muchos casos por el estilo.
Claro, no todas son razones basadas en lo mediático o la propaganda. Existen causas estructurales que facilitan que estas prédicas tengan terreno fértil, tal como señalamos más arriba cuando hablamos de las repercusiones de la crisis económica mundial, precios petroleros, etc.
Habría que añadir la ofensiva imperial, nacional e internacional, en contra de los sectores revolucionarios y patrióticos que tiene su centro en incentivar ese temor al “comunismo” a través de la guerra mediática, económica y la amenaza militar (directa de Estados Unidos o a través de Colombia, que está aún latente). Esta guerra nunca ha cesado, más bien se ha profundizado con la inclusión protagónica de la derecha europea dentro de un amplio apoyo del capitalismo internacional liderado por Estados Unidos.
Entonces, una combinación de odio y temor motivó a una gran masa de electores a votar por las opciones de derecha. Otras causas (voto castigo, decepción, apatía, falta de organización, etc.) son, en nuestra opinión, secundarias en cuanto al origen del voto escuálido, pero ciertamente importantes sobre todo en el análisis del fenómeno del descenso en aproximadamente un millón de votos que sufrieron las opciones revolucionarias (tomando como referencia los resultados electorales de la Enmienda constitucional).
Si no hacemos nada para contrarrestarlo, lo factible es que en las elecciones que vienen los sectores sociales que ciegamente siguen a la contrarrevolución (a veces en contra de sus propios intereses) se volcarán masivamente a las urnas electorales como vía para detener la “amenaza comunista” que representa el chavismo. El adversario también aprende y con su victoria en las elecciones por la Reforma aprendió que ciertamente influye sobre esta masa electoral, que llega a un poco más de los 5.3 millones de votantes. Masa que no la vemos –por ahora, insistimos- en marchas ni en movilizaciones, pero que sí se expresa con fuerza en los centros electorales. Masa que no requiere de mayor esfuerzo organizativo sino que se mueve por una aparente propia “convicción”
Del lado revolucionario también hemos aprendido. Una masa electoral “dura” se manifiesta con fuerza en las urnas a favor de las opciones revolucionarias desbaratando en cierta proporción los planes del adversario histórico. En la pasada elección esta masa superó en poco margen a la oposicionista. Pero, una masa de un millón de votantes decidió abstenerse. Y allí nuestra debilidad, por los menos para este tipo de elecciones que tienen un fuerte acento regional. Tratándose de la permanencia directa de Chávez en el poder, el asunto cambia.
El potencial elector revolucionario se diferencia diametralmente del elector oposicionista. El elector oposicionista delega lo regional o local a un último lugar para colocar la meta de “sacar a Chávez” como lo fundamental en su conducta política. El elector potencialmente revolucionario (llamémoslo, el “fluctuante” para diferenciarlo del “duro”) expresa su temporal desinterés, indiferencia o descontento, con cierta dosis de ingenuidad política, por la vía de la abstención electoral. Repetimos, otro asunto es cuando se pone directamente en juego la presencia de Chávez (elecciones presidencias y el mismo referendo para la enmienda).
Pero volviendo a la abstención, está demostrado numéricamente que este fenómeno, por lo menos en las elecciones de la Reforma y las recientes parlamentarias, ha golpeado con fuerza al sector revolucionario más que al oposicionista. Los índices de abstención son más altos en los centros electorales populares que en aquellos centros electorales de urbanizaciones de clase alta o media. Los índices de abstención son más altos entre la juventud popular urbana (de los barrios de las grandes ciudades) que entre la juventud de las regiones más rurales.
Si la forma de lucha electoral es la que hemos escogido para alcanzar el socialismo, tenemos entonces que empezar a corregir políticas o crear nuevas dirigidas a priorizar en:
- Disminuir la abstención en los sectores populares, sobre todo entre la juventud de los sectores populares urbanos y semi-urbanos. Hay que desmitificar y desmontar aceleradamente la “estructura” física y mental del barrio como espacio segregado, el cual propicia una cultura donde predominan los anti-valores del capitalismo, donde la delincuencia decreta un toque de queda que inmoviliza políticamente al pueblo. De allí la importancia del asunto de la vivienda y de un nuevo urbanismo, del desarrollo de los ejes norte-llanero y Apure-Orinoco, de la faja petrolera del Orinoco, etc.
- Ganar para la revolución el voto popular que sigue votando por la contrarrevolución. Esto implica incorporar al proceso socio-productivo a importantes contingentes humanos que se dedican a la economía informal, al micro-tráfico de drogas, a la venta ilegal de licores, los juegos de azar, a la mendicidad, o que estando incorporados “formalmente” al aparato productivo, son súper-explotados por los capitalistas grandes y pequeños. Es brutal la desprotección laboral de los trabajadores y trabajadoras que laboran en pequeños y medianos negocios de las áreas del comercio y los servicios en las grandes ciudades.
- Neutralizar la influencia burguesa sobre ciertos segmentos de los sectores populares. Combatir la cultura capitalista con cultura popular. Hay que empezar atacando la “oferta” de los grandes centros comerciales, verdaderos reproductores de consumismo y frivolidad cuyo impacto entre la juventud de las clases medias y parte importante de la juventud de los sectores populares aparentemente no ha sido todavía bien apreciada por nuestra dirección. Hay frentes importantes para esta lucha por la hegemonía ideológica que adolecen del apoyo del gobierno revolucionario y del PSUV, que están faltos de toda política para su desarrollo y consolidación. Una de ellos es el de los medios comunitarios ¡Qué de una vez estos medios sean subordinados al poder popular en construcción, de manera vinculante y sustentable!
- Consolidar la hegemonía que ganamos en las zonas rurales (aprender porqué se da ese apoyo para replicarlo en las ciudades y otros espacios geo-sociales, tomando en cuenta sus peculiaridades). Parece ser que las estrategias socio-productivas aplicadas en la región llanera y otras zonas agro-productivas han tenido un éxito importante digno de ser estudiado y generalizado.
- Revertir sistemáticamente la influencia pequeña-burguesa sobre sectores populares, empezando por el propio PSUV (la formación política-ideológica juega un papel fundamental en este punto). Nuestra dirección tiene que entender que tanto el reformismo de derecha como el anarquismo de izquierda (ambos con fuertes raíces en la Venezuela petróleo dependiente) son altamente disociadores.
Ningún proceso revolucionario es un proceso rectilíneo ajeno a altibajos, retardos, saltos, estancamiento y avances. Una revolución producida en el espacio geopolítico del imperio más poderoso y opresivo de la historia, espacio eufemísticamente llamado el “patio trasero” de los Estados Unidos, no podría esperarse ser un paseo campestre.
Los escuálidos –dirigidos y apoyados con todos sus recursos por el imperio- utilizando el arma electoral, sin mayores movilizaciones, ni marchas, ni estructuras organizativas, con el pragmatismo que caracteriza a la derecha, buscan armar paso a paso su estrategia contrarrevolucionaria. Lo más grave no es la toma escuálida de espacios institucionales desde donde torpedear la revolución (que es lo de menos, ya que son minoría). Lo más grave fue obtener la “justificación numérica” (manipulada por supuesto) para fundamentar la campaña mediática que intenta moralizar sus fuerzas y desmoralizar las nuestras. La moral es factor decisivo en toda batalla.
Por ende, hay que revisar nuestra capacidad para convencer, movilizar y liderar. En este caso, no pudimos convencer, movilizar ni liderar por lo menos a un millón compatriotas que muy probablemente ya han votado por nosotros antes.
Fortalezas tenemos muchas. Estamos a tiempo de corregir nuestras fallas. Una de las medidas remediales, muy a la clásica, es construir un partido de cuadros verdaderamente insertados en el tejido social, que lidere al pueblo y al gobierno. Hay regiones donde el gobierno revolucionario actúa sin sometimiento, con disciplina consciente, al partido y por ende, al pueblo mismo. Gobernadores y alcaldes, y quizás ministros, actúan con demasiada independencia de los colectivos rectores de las políticas revolucionarias. El partido manda al fusil, decía Mao.
La comprensión del socialismo ha calado en una mayoritaria porción del pueblo venezolano, sobre todo entre sus sectores más empobrecidos. La clase obrera empieza a jugar un rol que antes estaba dormido. Pero no es suficiente. Al enemigo siempre hay que derrotarlo con contundencia. No hay otra. Las victorias no decisivas pueden ser buenas si nos permiten evaluar y aprender. Pero también dan chance al enemigo para seguir moviendo sus piezas.
En fin, tenemos un gobierno, un Estado relativamente fuerte, una fuerza armada particularmente sensible a los intereses populares, un partido en acelerada construcción y un pueblo que avanza en organización y conciencia. Hemos ganado importantes batallas en cuanto a alimentación, producción agrícola, servicio eléctrico, educación, salud para el pueblo, infraestructura, asistencia a sectores sociales en particular estado de postración, etc. La contrarrevolución ha mostrado que tiene un techo que le es difícil alcanzarlo. Nuestro techo es mucho, muchísimo más alto que el de ellos, sin duda alguna. Pero hay que trabajar para lograrlo.
La ofensiva general revolucionaria sigue planteada ya que tiene sólidas bases de apoyo para lanzarla. No hacerla o postergarla sería conceder al enemigo una victoria que no obtuvieron. Por supuesto no se trata de una ofensiva retórica sino de una ofensiva con obras, con acciones. Hay que aclarar políticas y mejorar estructuras que optimicen la aplicación del plan de ataque. Buscar la unidad, incorporar a todos los factores (incluyendo a los viejos camaradas que en muchos casos han sido relegados). Eso es lo que quiere el pueblo y lo que al final inclinará decisivamente la balanza a favor de la revolución.
PATRIA SOCIALISTA O MUERTE, VENCEREMOS