Geovanny Pichardo A.
Aporrea

Como lo prometí, aunque un poco más tarde de lo que esperaba, aquí les transcribo la segunda parte de este interesante artículo, que nos aclara como un Colirio para los ojos, lo dañino y perjudicial que es ese aparato al que llamamos Televisión. (Este articulo le da continuidad a uno anterior, publicado en Aporrea el 03/09/2010).

Hasta ahora(en el articulo anterior) nos hemos referido al hecho televisivo como tal sin mencionar apenas las intenciones que necesariamente tienen quienes lo controlan. Y hemos visto que es una tecnología que proporciona espectáculo y entretenimiento, que no puede contar cosas complejas y que dificulta relacionarse, pensar y actuar mientras se ve.

“Como tecnología de implantación de imágenes en el cerebro, la TV permite hablar directamente al interior de la mente de millones de personas y depositar en ella imágenes (que difícilmente se pueden modificar) capaces de lograr que la gente haga lo que de otra manera nunca hubiera pensado hacer. (No hay que olvidar la ley de Galbraith: se publicita lo que no se necesita). El objetivo de la publicidad es crear malestar, para resolverlo

después a través de aquello que publicita. Cuando alguien necesita de verdad algo suele saberlo sin que se lo recuerden. La publicidad tiene como objetivo producir carencias. Para ensalzar sus propuestas triviales, la publicidad asocia los productos con valores no triviales (relacionarse, gustar, alegrarse, tener seguridad, pertenecer a la comunidad, ser inteligente, respetar la naturaleza, ser querido, no envejecer, tener éxito, etc.), produciendo con ello un fuerte desorden semántico en los valores que asocia, al forzarlos, descafeinarlos,

Simplificarlos y ponerlos junto al producto anunciado. Es curioso que de los numerosos mecanismos que utiliza la publicidad sólo haya sido denunciado el de la publicidad subliminal, cuando en realidad esta denuncia camufla que casi toda la publicidad (fundamentalmente asociativa) es subliminal, en el sentido de que es difícil procesarla

Conscientemente mientras se ve. Con una variedad de ingeniosas triquiñuelas, la publicidad consigue suprimir las numerosas maneras que las personas y las comunidades tienen para desarrollar su bienestar (entre otras relacionándose), y las reduce a un pequeño espectro de soluciones que ofrecen las grandes compañías.

La configuración de las ciudades, con sus nuevas áreas comerciales en las que se reúnen las principales compañías, para vender los productos que pueden anunciarse en televisión en detrimento de los lugares clásicos de compra y encuentro (mercadillos, plazas, calles), muestra el esquema básico anunciado al principio de este artículo: del tiempo no regulado, el 60% se ve la televisión y en el 40% restante se compra lo que en ella se anuncia. El paseo por la plaza y el mercado es sustituido por la tarde en el Carrefour con sus firmas transnacionales y sus entretenimientos de Hollywood, todos ellos anunciados en televisión.

La idea finalmente es bien simple: La televisión es un medio en manos de los ricos, que lo controlan adecuadamente para hacerse aún más ricos. No hay obreras, okupas, marroquíes o ecologistas controlando la

Programación. Junto con el sistema financiero, la televisión es el acelerador más eficiente del proceso de globalización, en el que la producción y los residuos se crean a escala mundial, y los beneficios

Y el control de los recursos suelen concentrarse en los mismos sitios.

Las televisiones más importantes del mundo son propiedad de las 100 compañías más grandes, que a su vez son las que más se anuncian en televisión. La ABC es propiedad de Disney, la NBC de General Electric, la CBS de Westinghouse, Antena 3 (hasta el momento) es de Telefónica.

Las cadenas públicas o se privatizan o se mimetizan con las privadas y en cualquier caso quienes las financian, en buena parte, son las mismas compañías. En la actualidad existen unos conglomerados industrial-financiero-mediático-políticos, (véase el caso Berlusconi) en los que resulta muy difícil saber quién controla a quién pues son

todo uno o hacia ello se encaminan. Ya se están estableciendo contactos para una alianza entre News Corporation, Microsoft y General Motors. Se esperan además nuevas alianzas en los sectores de la energía, las telecomunicaciones, la industria del entretenimiento, la biotecnología, la aeronáutica, etc.

«La manipulación inteligente y consciente de los hábitos y opiniones organizadas de las masas es un elemento importante en una sociedad democrática. Aquellos que saben manipular este mecanismo oculto [es decir, la televisión y la publicidad y, como consecuencia directa, la opinión pública] de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el que realmente manda en nuestro país.» Así empieza Propaganda, una descarada apología de un Gobierno Mundial Único que en 1928 publicó Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, y en la que también afirma lo siguiente: «Conforme la civilización se vuelve más compleja, y conforme la necesidad de un gobierno invisible se hace más patente, se han inventado y desarrollado medios capaces de reglamentar la opinión pública.»

Una vez que los controladores –científicos sociales en las principales instituciones de lavado de cerebro del mundo– comprendieron que el ciudadano no tiende tanto a comprar ideas como a adquirir sicológicamente un ideal inalcanzable, en seguida tuvieron a su disposición las herramientas necesarias para cambiar el perfil moral y la conciencia de la sociedad (lo que los freudianos denominan «superyó»). Para la gente del CFR (Council on Foreign Relations) y para los bilderbergers, controlar la mente de las personas era una cuestión clave. Con la llegada de la televisión y la manera de utilizarla para seducir a los televidentes, los viejos valores de la sociedad se desvanecieron. Algo nuevo, turbio e indefinido empezó a emerger de las tinieblas porque los ejecutivos se dieron cuenta de que una conciencia «posmoderna» para propósitos de consumo de masas se expresa mejor sin tener «ningún punto de vista único, ninguna filosofía, sino sólo una negación de la razón como aspecto a favor de la La publicidad es simplemente un mito moderno que realiza la misma función que la mitología de las

culturas antiguas. En The quest for mind: Piaget, LéviStrauss, and the structuralist movement, Howard Gardner escribió: «Los mitos están diseñados para enfrentarse a problemas de la existencia humana que parecen insolubles; encarnan y expresan esos dilemas en una forma coherente y estructurada, y con ello nos sirven para hacerlos inteligibles. A través de su parecido estructural con situaciones dadas del “mundo real”, los mitos crean un punto de equilibrio en el que los hombres pueden asumir los componentes cruciales del problema. De ese modo, un mito es a la vez intelectualmente satisfactorio y socialmente cohesionador.» No existe ninguna sociedad que no posea alguna forma de mito. Así pues, no es sorprendente que una sociedad basada en la economía de la producción y del consumo en masa desarrolle su propio mito en forma de anuncio, de publicidad. Como mito, abarca todas las facetas de la vida, y como mito utiliza lo fabuloso y lo aplica a lo cotidiano (Hidden myth: Structure & symbolism in advertising, Varda Langholz Leymore, Heynemann Educational 1975). El sociólogo John Berger, en Ways of Seeing, define a la publicidad como el proceso de practicar glamour. El glamour lo constituye el estado de ser envidiado. Concluye que «la publicidad, pues, se basa en la solitaria felicidad que emana de ser envidiado por otros». Pero la envidia tiene una cara oscura que, según el sociólogo alemán Helmut Schoeck, ha sido pasada por alto por el pensamiento del siglo XX (Envy: A theory of Social Behavior, Liberty Fund; Reprint Edition , 1 de diciembre de 1987). «Desde la Edad Media –escribe Schoeck en el

citado libro, la envidia se ha considerado el principal término para identificar las causas del sufrimiento

humano. Igual que la desesperación, la envidia deriva de la separación del sujeto respecto del objeto del

deseo, combinada con la sensación de que uno no puede conseguir lo que desea. En la envidia, la necesidad de alcanzar se convierte en una necesidad de destruir. Sin embargo, en el corazón de este odio, se halla la notable profundidad y simplicidad de la aspiración humana, una aspiración de vida, de ideales, de valores, de vitalidad y de amor. Una aspiración de conexión. Una aspiración de belleza. Es una aspiración que se manifiesta de forma optimista a través de símbolos, imágenes y conceptos idealizados. Y los que se dedican a lavar cerebros lo saben perfectamente y sacan pleno provecho de ello”.

Debería de ser obvio para cualquiera que reflexione un poco que la «cultura popular» no es espontánea, sino que, está controlada por las grandes corporaciones y fabricada por sus principales think tanks, por fundaciones y organizaciones relacionadas que, con los bilderbergers, el CFR y el Instituto Tavistock, que, como demostraré más allá de toda duda en este capítulo, son los responsables de la música, de la TV, de las películas, los libros, la moda, etc. Para conseguir su objetivo, la élite de Bilderberg y sus científicos sociales del Tavistock se dieron cuenta de que necesitaban centrarse en las percepciones de la generación joven para «provocar un cambio general de paradigma que abarcase a varias generaciones o, lo que es lo mismo, para cambiar el conjunto de creencias y valores que gobiernan la sociedad». El espectador, pues, resultó ser una víctima inconsciente del lavado de cerebro.

«Un indicador de este cambio en los paradigmas sociales –afirma L. Wolfe en un artículo titulado “Apague su televisor”, publicado en The New Federalist en 1999– son los valores que encarna la cultura popular juvenil. Esta cultura se asimila, se aprende de los miembros de la propia familia y de las instituciones, como las escuelas, que actúan como sustitutos de los padres. Si deseas cambiar los valores de la sociedad, es más fácil hacerlo centrándote en los jóvenes que reforzar esos nuevos valores en la sociedad

completa.» En dos libros pioneros, escritos a mediados de la década de 1970, Eric Trist –uno de los

fundadores del Tavistock y uno de sus agentes, que residió en Estados Unidos hasta su muerte en 1993– y Frederick Emery –un científico social clave en el desarrollo de organizaciones por el aporte teórico sobre el diseño de estructuras participativas de trabajo como equipos que se autogestionan– informaron sobre el sobrecogedor efecto que veinte años de televisión habían tenido en la sociedad norteamericana. «Trist y

Emery expusieron que el proceso de ver televisión era en sí mismo un mecanismo de lavado de cerebro. Citaron estudios previos que demostraban que, fuera cual fuese el contenido, el visionado de televisión desactiva los poderes cognitivos de la mente y logra un “efecto similar al de un narcótico” en el sistema nervioso central, convirtiendo al espectador habitual en un sujeto sugestionable y manipulable; además, descubrieron que estos zombis con el cerebro lavado negarían histéricamente que les pasase nada o

siquiera que tales manipulaciones de su “pensamiento” fueran posibles.»

En un informe de 1991, publicado por el maltusiano Club de Roma y titulado «La primera revolución global», sir Alexander King afirmó que «los nuevos avances en la tecnología de la comunicación ampliarán en gran medida el poder de los medios… [que se convertirán así] en el agente del cambio» en la lucha por establecer un orden «único» que «trascenderá y erradicará el concepto de Estado-nación».

La idea de Estado-nación surgió en el siglo XV gracias al Consejo de Florencia y estaba basado en el

bienestar general del hombre, el concepto de una constitución y el concepto del derecho natural, que se

basa, a su vez, en el hecho de que el hombre es distinto a cualquier otro animal. Estas ideas fueron

plasmadas en expresiones y formas concretas primero en Francia bajo el reinado de Luís XI y luego en

Inglaterra bajo el reinado de Enrique VII. Para el Nuevo Orden Mundial y sus cohortes, la idea fundamental es igualar al hombre con el animal, es decir, degradarlo. Ese ha sido uno de los principales

objetivos políticos del Bilderberg, del CFR, el Tavistock y el Club de Roma. Lo que la mayoría no comprende es que «mucho de lo que leemos en los periódicos o vemos en la televisión ha sido aprobado por las compañías de demoscopia», afirma el ex agente del MI6 John Coleman en Conspirators’ Hierarchy: The Store of the Comitee of 300 (La jerarquía del conspirador: La historia del comité de los 300). «Lo que vemos es lo que los encuestadores creen que debemos ver. A esto se le llama “creación de opinión pública”.» La idea que subyace a ese fragmento de condicionamiento social es la de descubrir hasta qué punto el público responde a directivas políticas fijadas por los bilderbergers. Se los denomina «grupos de población objetivo», y lo que miden las encuestadoras es «cuánta resistencia se genera a lo que aparece en las “noticias de la noche”», concluye Coleman en el mismo libro. Todo forma parte del complejo proceso de creación de opinión pública diseñado en el Tavistock y descrito en uno de sus manuales como el «mensaje que llega a los órganos sensoriales de las personas que deben ser influenciadas».

«Hoy la gente cree que está bien informada, pero no se da cuenta de que las opiniones que cree suyas son, de hecho, creadas en instituciones y por los think tank de Estados Unidos; ninguno de nosotros es libre para formar sus propias opiniones porque la información de la que disponemos nos la ofrecen los medios de comunicación y las encuestadoras Edward Barnays, sobrino de Freud y uno de los inventores de las técnicas de manipulación de la opinión pública. Barnays escribió en Propaganda (1928) lo siguiente: «Fue, por supuesto, el asombroso éxito de la propaganda durante la [Primera] Guerra [Mundial] lo que abrió los ojos a unas pocas personas inteligentes en todos los departamentos de la vida a las posibilidades que ofrecía manipular la mente del público… Somos gobernados, nuestras mentes son moldeadas, nuestros gustos conformados y nuestras ideas sugeridas en gran medida por personas de las que jamás hemos oído hablar. Sea cual sea la actitud que uno elija frente a esta condición, sigue siendo un hecho que casi todos los actos de nuestras vidas cotidianas, sea en la esfera de la política o de los negocios, sea en nuestra

conducta social o en nuestro pensamiento ético, están dominados por un número relativamente pequeño de personas, por una fracción minúscula de los ciento veinte millones [la cantidad de ciudadanos norteamericanos en aquella época] que comprenden los procesos mentales y las pautas sociales de las masas. Son ellos los que manejan los hilos que controlan la mente del público, y son ellos quienes subyugan las antiguas fuerzas sociales y diseñan nuevas formas de maniatar y guiar al mundo.

.-Así se creó el concepto de «celebridad» y, desde entonces, la televisión lo ha fomentado como algo que pocas personas alcanzan. ¿Y qué es una celebridad sino el pseudo acontecimiento definitivo, fabricado con el propósito de satisfacer nuestras expectativas de grandeza humana? Es la historia de éxito definitiva del siglo XX en su persecución de una ilusión. Se ha creado un nuevo molde, de modo que humanos comercializables, héroes modernos, puedan ser producidos en masa para satisfacer al mercado sin el

menor inconveniente. Las cualidades que hoy convierten a un hombre o a una mujer en una marca «anunciada a nivel nacional» son, de hecho, una nueva categoría del vacío humano.

Pero las imágenes idealizadas sólo elevan nuestro espíritu cuando existe alguna forma de moverte

desde dónde estás en la dirección de los valores implícitos en la imagen. Si no hay nada que nos conecte

con la imagen, el ideal nos parece inalcanzable y nos sentimos ajenos a él, produciéndose así no una

unión del público, sino una separación. Así pues, de una forma extraordinariamente hábil, la publicidad

promociona la desesperación rodeándonos primero con imágenes de inalcanzable perfección. En segundo

lugar, la publicidad promociona la desesperación al mostrar que el producto nos dará el ideal que

buscamos cuando nunca puede hacerlo. La tristeza traiciona el idilio de anunciar ese mundo más que

perfecto.

Los Beatles, el grupo más parodiado y versionado de la historia de la música, fueron puestos ante el público norteamericano para que fueran descubiertos. Los adolescentes, que ignoraban lo que en realidad estaba pasando, fueron sometidos a un aluvión incesante de propaganda de la «música de los Beatles», hasta que acabaron convencidos de que les gustaba cómo sonaba y la adoptaron como propia junto con todo lo que la acompañaba. Al crear la ilusión de numerosas y «verificables» fuentes de información, los profesionales del lavado de cerebro engañan a la gente para que crea que lo que está contemplando es información objetiva y equilibrada, previniendo, así, que se genere la sensación de que no hay ningún control externo. «El grupo de Liverpool cumplió con las expectativas y «con un poco de ayuda de sus amigos», es decir, de las sustancias ilegales que llamamos drogas, crearon toda una nueva clase de jóvenes norteamericanos moldeados precisamente según la voluntad del Instituto Tavistock»”

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