Don Custodio Sajvin
(Campesino maya de Chimaltenango, Guatemala)
Desde hace ya unos años, y cada vez en forma más marcada, el término «oenegé» se ha incorporado al lenguaje cotidiano. ONG, es decir: organización no gubernamental. La designación es amplia, cabiendo allí un espectro muy dilatado de posibilidades.
En sentido estricto, una institución no gubernamental puede ser cualquier organización no ligada al aparato estatal. Podría entrar en la categoría, entonces, toda la iniciativa privada, desde una microempresa unipersonal hasta una corporación multinacional; o una entidad deportiva autónoma, una fundación, un grupo de vecinos. Pero hay una aceptación tácita respecto a lo que se quiere decir con el término: si bien están marcadas por no pertenecer a un gobierno, como las empresas privadas, las ONG’s tienen la particular connotación de ser entidades sin fines de lucro ligadas al ámbito de la acción humanitaria. Aunque las iglesias, que también desarrollan un trabajo humanitario y que tampoco son entidades gubernamentales, y en algunos casos –los nuevos grupos neopentecostales no entran en esta clasificación– no tienen fines de lucro, no son ONG’s. Para entrar en tal categoría se necesitan ciertos emblemas. Un aspecto «bohemio», informal, casual –quizá una camisa con la imagen del Che pueda ayudar– completa el cuadro.
Las hay de todos los gustos, colores, tamaños y sabores. Se las encuentra por todos lados, en el Norte (en general colaborando con los sectores pobres, tanto de sus países como con los del Sur), y en el Sur del mundo (operando los fondos que vienen del Norte próspero). Se dedican a las más variadas cuestiones: desarrollo sustentable, educación, derechos humanos, salud, promoción cultural, medio ambiente, etc., etc. Viven de diversas fuentes de financiamiento: colectas solidarias, fondos públicos, donaciones de grandes empresas privadas (¿habrá también lavado de hot money?), pero el circuito es siempre el mismo: el Norte dona, el Sur recibe. Algunas son minúsculas, casi familiares; otras son monstruos de impacto mundial que a veces inciden con relativa fuerza en las políticas gubernamentales de los países donde actúan. En su mayoría son laicas, pero también las hay vinculadas a iglesias (católicas, protestantes). Por todo ello, dada esta amplísima variedad, se hace imposible establecer generalizaciones. Dicho en otros términos: entre las ONG’s hay de todo, absolutamente de todo.
Pero hay rasgos comunes que vale la pena destacar. Por lo pronto, cosa común para todas, son entes creados por vocación de servicio. No es la ganancia material lo que las genera, al menos en principio. De todos modos la recaída en estos patrones es algo siempre posible, y en no pocas ocasiones, más allá de las declaraciones de principio, eso puede terminar siendo el motor de las organizaciones. De todos modos, las ONG’s siguen siendo uno de los pocos espacios donde, a veces, la mística de servicio es posible.
El fenómeno de la «oenegización» –hoy día dando la clara sensación de «llegado para quedarse»– es bastante reciente, de estas últimas décadas. Es contemporáneo de las políticas de reducción de los Estados que han venido teniendo lugar desde la década de los 80 del siglo pasado. Ahí donde éstos se reducen o se retiran, entran las ONG’s como complemento. A veces, incluso como claro y abierto colchón, como bálsamo.
Más allá de las buenas intenciones, no hay duda que su incidencia es cuestionable, fundamentalmente por pequeña, por minúscula. ¿Por qué hay que reemplazar funciones que son inherentes al Estado? Si se profundiza el análisis, esto nos puede conducir entonces al cuestionamiento de todo el movimiento oenegista: ¿son realmente imprescindibles estos mecanismos, o están hablando de tendencias políticas donde su proliferación es funcional por razones que van más allá del humanitarismo? ¿Quién, entonces, se beneficia de ello?
En todo caso, lo que queda claro es que las agendas que las ONG’s ponen en marcha recuerdan la cita del epígrafe: respondiendo a las líneas fijadas por las potencias del Norte, que es de donde provienen los financiamientos, se hace lo que esas potencias estipulan, pero no lo que la población pobre a quien se dirige el esfuerzo necesita. Claramente lo sintetiza el politólogo Helmer Velásquez: «Como afirmaba Custodio Sajvin, veterano dirigente cooperativista de la aldea Caquixajay en Tecpán, Chimaltenango, [Guatemala] –allá por los años setenta–: la cooperación «rasca en donde no pica». Con esto aquel experimentado dirigente campesino indígena daba por sentado que los proyectos de desarrollo impulsados por los organismos internacionales se planificaban, diseñaban y ejecutaban al margen de las necesidades, intereses y designios de la población «beneficiaria» que en buena parte de los casos resultaba más bien víctima de las prenociones de la tecnocracia».
En algunos temas específicos no hay ninguna duda que han sido casi exclusivamente las ONG’s quienes fijaron agendas y abrieron debates, contribuyendo a generar políticas públicas; ahí están, por ejemplo, el campo de los derechos humanos, de la reivindicación de los derechos de género, del trabajo por el cuidado medioambiental, de la prevención del VIH/SIDA. Sin ellas, sin su esfuerzo, esos asuntos podrían seguir permaneciendo ocultos para los Estados y también para la sociedad civil. Incluso en más de algún caso fueron estas organizaciones instrumentos para apoyar movimientos populares con programas revolucionarios, por ejemplo en África y en América Latina; también, en algunos contextos, apoyaron hasta movimientos de acción armada. Una vez más: entre las ONG’s hay de todo, por supuesto.
Pero en otros campos, aquellos que tienen vinculación directa con lo económico duro –el hueso duro de roer de la estructura social– su incidencia es más baja. O nula. No siendo partidos políticos con proyectos asimilables a los códigos de la práctica partidista, guardando en general posiciones pretendidamente neutras, apolíticas incluso, las ONG’s tienen un impacto relativo en cuanto propuesta de transformación social. Aunque existen desde hace varias décadas, no han sido un genuino contrapeso a los poderes conservadores (aunque entre sus insignias figure la camisa con la estampa del Che Guevara en algunos de sus miembros).
Hoy por hoy todo el Sur, lo que llamábamos Tercer Mundo tiempo atrás, está inundado de ONG’s. Pero esa inundación, más allá de constituirse en fuente de empleo de una buena cantidad de cuadros técnico-profesionales tanto en el Norte como en nuestros atribulados países sureños, abre interrogantes sobre lo que realmente aporta a la equidad mundial. No se puede decir que no dejen su granito de arena al respecto, pero quizá llama la atención la desproporción existente entre la cantidad existente de ONG’s y su impacto real. No es que no sirvan para nada, por supuesto. Lo llamativo es ese auge ¿desmedido? de estas últimas décadas, y su incidencia en la vida concreta, en la atención de las reales necesidades de los «beneficiarios» (palabra que no puede dejar de producir cierto escozor, siempre ligada a beneficencia).
Insistimos: no es posible generalizar y dar una respuesta unívoca para un fenómeno tan variado, pero ante lo complejo del asunto no puede menos que abrirse algunos interrogantes: ¿por qué esta proliferación casi infinita de ONG’s? A veces son más las organizaciones que la población beneficiaria de sus acciones; ello lleva a una sobreoferta de servicios, quizá innecesarios, duplicando esfuerzos, por tanto desperdiciando recursos. Aunque se insiste hasta la saciedad con la necesidad de coordinar entre las que desarrollan acciones afines, una multiplicación siempre creciente de ONG’s lo torna difícil, cuando no imposible. ¿Divide y reinarás? Pero ¿quién divide? ¿Y quién sigue reinando entonces? Recordemos, como dice el refrán, que «quien paga los músicos pide las piezas».
Es también parte del discurso oficial del oenegeismo la prédica sobre la necesidad de no ser paternalistas, de no caer en asistencialismo. ¿Por qué esa machacona insistencia? ¿Se sabrá, sin decirlo, que el sólo hecho de establecer un circuito donde uno da implica que el otro recibe, y eso se cierra en sí mismo? ¿No se contribuye así a generar una cultura de la dependencia, de la beneficencia? Si tanto se insiste, ¿será que eso indirectamente nos habla de la dificultad –o imposibilidad– de ir más allá de la figura de la caridad?
La dinámica que ha ido tomando el mundo del oenegeismo dio como resultado una masa de técnicos-burócratas que se encarga de su administración; pero a veces da la impresión que ese universo de población (clase media, con formación media o universitaria) se autoperpetúa a sí mismo, por lo que los proyectos para sus organizaciones surgen a la medida de las mismas más que en función de necesidades comunitarias.
En los países pobres –el lugar por excelencia de intervención de las ONG’s– las acciones emprendidas dependen enteramente de recursos externos; es decir: se inscriben en el campo de la cooperación internacional. Aunque ello abre la pregunta sobre si el circuito en juego constituye un verdadero aporte solidario al desarrollo de los más pobres y excluidos, o es parte de un mecanismo de sofocamiento de zonas calientes, «bomberos sociales». Dada esa dinámica, ¿puede el trabajo de las ONG’s ser un real instrumento de transformación estructural, o es un bálsamo, un lenitivo? Hace 50 años que el Sur recibe «cooperación», y las cosas no han cambiado mucho. ¿Cuántos salieron de pobres con eso? Cooperación, claro está, que no es Plan Marshall que sí recibió la Europa de la post guerra.
Si hay solidaridad y un espíritu justiciero en el seno de las ONG, ¿por qué se repiten las diferencias abismales entre trabajadores externos y locales? (en sueldos, en beneficios, en proyectos a largo plazo). La precarización laboral que se ha impuesto en estos últimos años de capitalismo salvaje (llamado eufemísticamente «neoliberalismo») trajo como consecuencia los contratos en condiciones cada vez más desventajosas para los trabajadores. En las ONG’s ello también se repite. ¿Por qué?
Las precedentes no son sino preguntas orientativas; de ninguna manera se pretende invalidar el inestimable aporte que pueden constituir las organizaciones no gubernamentales a genuinos procesos de cambio, en el sentido más amplio. Que haya deslices, corrupción, injusticias, aprovechamientos, mentiras y falsedades en su seno no debe sorprendernos; eso es la condición humana (¿dónde no lo hay?) La cuestión que se intenta plantear es hasta dónde son un aporte al mejoramiento general…, y hasta dónde también pueden jugar como mecanismo de control social. Si para el desarrollo se necesita ese apoyo externo –apoyo minúsculo en dinero, pues no son el Plan Marshall, no hay que olvidarlo–, si siempre e inexorablemente se depende «de afuera», eso abre preguntas en cuanto a los límites de los mecanismos en marcha. ¿Pueden estas pequeñas inversiones –por las que, en el Sur, los trabajadores especializados oenegizados se matan y meten zancadillas en su búsqueda, frenética a veces– ayudar al genuino desarrollo? ¿O tenía razón lo que nos decía don Custodio, el cooperativista del epígrafe?
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