Roberto Herrera
En el reino animal existen tres especies, que por su organización, despiertan la atención de especialistas y profanos: Las abejas, las hormigas y las termitas. Hexápodos con una estructura social interesante, genéticamente estipulada y con una morfología determinada, que permite fácilmente detectar a simple vista a qué casta pertenecen y por lo tanto cuál es su función en el sistema.
Dado el origen biológico de estas sociedades es de esperar que exista un equilibrio natural entre los diferentes tipos de castas funcionales. Y en efecto así es. En las grandes colonias conformadas por estos insectos himenópteros cada habitante ejecuta la función que genéticamente le corresponde desempeñar. La distribución del resultado del proceso interactivo con la naturaleza se rige de acuerdo a la ley biológica de a cada cual según sus necesidades. Con un cerebro infinitamente menos complejo, que el del homo sapiens, estos bichitos tienen un comportamiento social, que en la simbología humana podría interpretarse como solidaridad, fraternidad y cooperación, en estricta concordancia con la naturaleza (una variante natural de desarrollo sostenible), cualidades, por lo demás, casi inexistentes en la especie humana. Obviamente los insectos no tienen conciencia de sus actos ni tampoco reflexionan al respecto. Solamente en las películas de Walt Disney los animales se comportan como los humanos.
El hombre ha traspasado su idea monárquica a una sociedad altamente organizada, en cuanto a su funcionalidad, en la cual no existe una jerarquía y no sugiere la existencia de una casta de sangre real, ni presupone obreras en un sentido capitalista de producción ni zánganos cuyo género estaría vinculado a la propiedad privada de los medios de producción ni a su capacidad productora de espermatozoides ni a su preponderante función en la cadena biológica. Cosa que por lo demás, no corresponde a la realidad, ni en el reino de los insectos ni en la sociedad humana.
Sin embargo, en el reino de los humanos las monarquías todavía existen y hay reinas que mandan en la corte y reyes holgazanes, que mandan a callar a sus súbditos en el momento menos oportuno. También hay zánganos, que viven del trabajo de los demás en todas las sociedades existentes. Los hay de todos los colores y en todas las variaciones habidas y por haber.
En la colonia melífera el panal es de todos. Allí se trabaja y se vive en función de la conservación de la especie, a diferencia de la sociedad capitalista, en la que en aras del beneficio particular de unos pocos, se arriesga la propia especie y la destrucción de la naturaleza, y en la cual ni los zánganos ni las reinas son más importantes.
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