Guillermina L. Genovese
Una disputa por la construcción de sentidos
Los medios de comunicación ejercen una función esencial en la construcción simbólica de las sociedades modernas. En este contexto, se transformaron en actores políticos centrales, que manipulan y sesgan los flujos de información, manifestando una tendencia creciente a la intervención directa en las disputas políticas. El artículo sostiene que los actuales procesos de cambio en Argentina y Venezuela, que dieron lugar a la emergencia de gobiernos de nuevo signo, demuestran palmariamente la centralidad del rol de los medios de comunicación, que han pasado a ocupar el espacio de oposición a estos gobiernos. Dentro de estos nuevos procesos, se ha abierto en Venezuela y Argentina una discusión por la necesidad de regular y democratizar el sistema comunicacional, que dio lugar a la aprobación de nuevos ordenamientos legales regulatorios.
I. El rol de los medios de comunicación en las sociedades modernas
En la actual era de la digitalización y la globalización de las fuentes de información, el rol de los medios de comunicación se ha elevado como una temática trascendental. Las industrias “infocomunicacionales” en las sociedades modernas han asumido una notoria función política. No se limitan sólo a trasmitir información sino que opinan, deciden, orientan, definen intereses, es decir, se han convertido en actores políticos relevantes.
A lo largo de la historia de la Humanidad, desde las distintas tecnologías de la información y la comunicación, correspondientes a cada período histórico, el control cultural de las masas ha sido constantemente un instrumento a mano de las clases dominantes para reproducir sus bases de sustentación y legitimidad. Antonio Gramsci (1981) señalaba la centralidad de las instituciones y organizaciones de la sociedad civil en la construcción de hegemonía, entendida como la universalización de los intereses de un grupo particular al conjunto de la sociedad. Es decir, los sectores dominantes en las sociedades modernas conservan y reproducen sus posiciones de privilegio, mediante la construcción de consensos culturales desde instituciones no estatales. En la construcción de este consenso hegemónico y en la disputa de sentidos, el lenguaje ha cumplido siempre una función esencial. Como sostiene Rubén Dri (2009), “la dialéctica de práctica y conciencia, práctica y lenguaje, atraviesa todas las luchas sociales (…) El momento del lenguaje (…) actualmente lo cumplen los grandes medios de comunicación” (Dri, 2009: 1).
Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. Los cambios tecnológicos que acontecieron desde la segunda mitad del siglo XX han potenciado esta característica natural del sistema de poder a un nivel exponencial. La realidad inobjetable que la televisión ingrese a toda hora en todos los hogares alrededor del planeta transformó el rol de los núcleos de elaboración de ideas e información de los centros de poder mundial. En este sentido, “los medios de comunicación se transformaron en medios de dominación, con una tendencia creciente a la intervención directa en la disputa política” (Giniger, 2009: 8).
Giovanni Sartori (1997) advertía en “Homo videns. La sociedad teledirigida” sobre los peligros de que los medios de comunicación y particularmente la televisión se erijan como el único factor de socialización de la persona. La tesis central de Sartori es que la televisión y la imagen modifican y empobrecen el aparato cognoscitivo del “homo sapiens”, anulando su pensamiento y haciéndolo incapaz de articular ideas claras y diferentes. Según el autor, el hombre estaría expuesto a un sólo tipo de influencia (la televisión) en el mundo moderno, desestimando a los otros factores éticos-formativos de socialización, como la familia y la educación. “Del «homo sapiens», producto de la cultura escrita, se ha pasado al «homo videns», producto de la imagen” (Sartori, 1997: 2). En este contexto, el autor da cuenta de la video-política, esto es, el poder político de la televisión: el término vídeo-política refiere “sólo a uno de los múltiples aspectos del poder del vídeo: su incidencia en los procesos políticos, y con ello una radical transformación de cómo «ser políticos» y de cómo «gestionar la política» (…) El poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea (…), la televisión condiciona (…) las decisiones del gobierno” (Sartori, 1997: 22). Para Sartori (1997), el hecho de que la información y la educación dependan de la televisión acarrea serios peligros para la democracia ya que “quienes seleccionan las informaciones se convierten en administradores del dominio simbólico de las masas” (Fisichella, 1995-1996; citado en Sartori, 1997: 48).
Si bien la tesis de Sartori denota un notorio atisbo de radicalidad y un tono que linda con lo apocalíptico, que deben ser tenidos en cuenta a la hora de evaluar la pertinencia de sus presunciones, efectivamente las actividades comunicacionales permean las concepciones del mundo que las sociedades construyen. Los medios de comunicación son distribuidores masivos de contenidos que definen gran parte de la oferta cultural de una sociedad, sus alcances y variaciones. El sector de la información industrializada ejerce un rol medular en la construcción y reproducción de la narrativa simbólica y cultural en las sociedades de masas. Toda la vida cotidiana está mediada por las “fabricaciones” que realizan los medios de la realidad, lo cual no significa una influencia unidireccional y manipuladora que anule todo tipo de discernimiento crítico frente a la realidad mediática, pero sí constituye un fenómeno omnipresente del que resulta difícil sustraerse. La espesura del mensaje comunicacional, que se ha progresivamente convertido en una mercancía que los medios venden a las grandes audiencias, impacta directamente en la definición de la agenda política, las prioridades y la opinión pública. De esta manera, los medios de comunicación se han convertido en “dispositivos de selección y jerarquización de la información. Es decir, de editorialización de la realidad” (Diehl, 2008: 2). Se trata de una información, que por estar mediatizada, es parcialmente sesgada, parcialmente veraz, parcialmente inclusiva y democrática, desarticulada, polarizada e inorgánica (Gumucio Dagron, 2009).
En el devenir de esta transformación, se ha ido configurando un proceso de concentración de medios de comunicación y de las industrias culturales y de información y comunicación, que particularmente acuciante en América Latina, ha dado lugar a la emergencia de multimedios, que detentan una “peligrosa concentración de la palabra” (Becerra y Mastrini, 2009: 16). Los medios de comunicación hoy son grandes holdings empresariales locales o trasnacionales que definen sus estrategias desde una lógica comercialista, que prioriza la persecución de sus intereses particulares sobre su responsabilidad social de contribuir al desarrollo de bienes públicos, como la información y la diversidad cultural. Los altos niveles de concentración de la propiedad de los medios en América Latina se vieron facilitados por el ajuste de carácter estructural, que inspirado en el ideario neoliberal en boga, se llevó a cabo en la región durante los años noventa. Estas reformas estructurales1 significaron el triunfo de la economía de mercado, lo cual erosionó la capacidad de intervención por parte del Estado en el funcionamiento de los sectores “infocomunicacionales”. Los medios de comunicación se concentran hoy en unos pocos grupos que se han elevado como los interlocutores privilegiados del poder político y el poder económico.
Ahora bien, ¿es inerme esta concentración de poder en una región como la latinoamericana en que el acceso a los bienes culturales y de información está atravesado a priori por una desigualdad social endémica? Esta tendencia es preocupante no sólo por los efectos distorsionantes que la concentración en pocas manos en cualquier actividad genera contra principios como la pluralidad, la posibilidad de innovación y dinamismo, sino que en los medios de comunicación se ultrajan derechos fundamentales: teniendo en cuenta que los medios son quienes estructuran en las sociedades contemporáneas buena medida de las percepciones que las poblaciones proyectan sobre su cotidiano, se torna una necesidad ineludible “garantizar la diversidad de voces, fuentes y actores para así lograr introducir el pluralismo en los sistemas de medios” (Becerra y Mastrini, 2009: 212). La concentración de los canales de producción y distribución de contenidos informativos tiene un efecto cualitativo directo sobre las modalidades de conformación de la opinión pública, que resulta al menos parcializada.
El mapa de medios en el caso argentino, altamente concentrado y centralizado, refleja los efectos más peligrosos para el escenario de la diversidad y la pluralidad de voces, contenidos y actores. Las industrias “infocomunicacionales” en la Argentina denotan el promedio de concentración más elevado de América Latina (84% por parte de los primeros 4 operadores, en el caso de la facturación, y el 83% en el caso del dominio del mercado)2, con el agravante de que la mayoría de las firmas que controlan las industrias de la información y la comunicación pertenecen a los mismos grupos que se encuentran ramificados en todos los mercados del sector “infocomunicacional”. Los principales conglomerados mediáticos en la Argentina son Clarín (que lidera los mercados de prensa escrita, televisión por cable, televisión abierta, radio y agencias de noticias), Telefónica (en telecomunicaciones y en televisión abierta), Vila-Manzano-De Narváez (en televisión por cable, televisión abierta y prensa escrita) y Grupo Hadad (radio, televisión abierta y prensa escrita) (Becerra y Mastrini, 2009), siendo el grupo Clarín quien controla actualmente más del 40% de los contenidos que circulan a través de distintos soportes de comunicación masiva (diarios, revistas, radio, televisión abierta y por cable e Internet), con la consecuente sinergia en materia de definición de prioridades, contenidos, línea editorial y promoción de determinados productos en detrimento de otros que aquello acarrea. Esta concentración se manifiesta en tres direcciones: horizontal (adquisición de varios medios de comunicación del mismo tipo), vertical (adquisición de empresas de otras áreas que conforman la cadena de valor) y conglomeral (diversificación de la empresa corporativa en distintas esferas de los medios de comunicación y sus auxiliares).
En Venezuela, los grandes medios audiovisuales se encuentran controlados por redes privadas de televisión (Radio Caracas TV, Venevisión – que sumaban el 67% de la audiencia televisiva venezolana en 2004- Globovisión, Televen y CMT3) y por los principales diarios (El Universal y El Nacional). Un pequeño grupo de empresarios es propietario de quince estaciones de televisión en Venezuela, que también poseen agencias de publicidad, casas discográficas y otras industrias culturales. Asimismo, los medios de difusión escritos se concentran en la manos de una pocas familias adineradas. Dentro de éstas, el principal holding mediático es Cisneros, que posee la licencia de Venevisión y se encuentra ramificado en otros medios de la región. Estos conglomerados mediáticos asumieron poco después que Hugo Chávez iniciara su primer mandato en 1998 la función de los partidos políticos tradicionales que habían perdido, Acción Democrática (AD) y COPEI.
Frente a este escenario, los medios de comunicación están hoy en el centro del debate político en Argentina y Venezuela. La irrupción de gobiernos progresistas en la escena política de estos países durante los últimos años ha puesto en primera plana la función política de los medios de comunicación privados, que han asumido la dirección del proceso de confrontación con estos regímenes. La polarización de sus respectivos escenarios políticos nacionales, en un clima de permanente enfrentamiento entre el gobierno y la oposición, se trasladó a la labor de las grandes industrias de la información, que se han convertido en la vanguardia de la oposición política a dichos regímenes.
II. Argentina y Venezuela: los medios de comunicación en un contexto de polarización
Los actuales procesos de cambio en América Latina, que dieron lugar a la elección de gobiernos de nuevo signo, pusieron de manifiesto el rol activo de los medios de comunicación privados en la disputa por el poder político. El mito de los medios de comunicación como espacios neutros entre relatos y puntos de vista no se sostiene en contraste con la conducta política de los grandes conglomerados mediáticos en las coyunturas de las mayorías de los países de la región.
Más allá de las particularidades que han adquirido cada una de las expresiones locales de lo que en el ámbito académico se ha denominado como un “giro a la izquierda”4 en América Latina, el paisaje regional presenta ciertos rasgos comunes, que permiten hablar de un análogo ideario político. Estos gobiernos progresistas “tienen en común dos objetivos, independientemente de su estilo político, que son la integración social y la lucha contra la pobreza, por un lado, la rehabilitación del Estado y de la política, por el otro” (Rouquié, 2007: 16). Los triunfos de las izquierdas expresan el agotamiento de las reformas estructurales que caracterizaron a la agenda neoliberal que imperó durante la década del noventa en la región. La “penuria social inenarrable” (Laclau, 2006: 118), a la que condujo la aplicación de la ortodoxia neoliberal, generó la exclusión de amplios sectores de las sociedades latinoamericanas, que quedaron inmersos en un círculo vicioso de indefensión social. Serán estos sectores, anteriormente excluidos, quienes convergerán para el ascenso de estos nuevos gobiernos con una agenda basada en la redistribución de la riqueza y el reconocimiento social y político de los sectores sociales desfavorecidos. Esta identificación entre líderes y sectores pobres, donde éstos últimos asumen el protagonismo del escenario político, “ha generado (…) una acelerada polarización, y las clases medias y altas sienten cada vez más distancia con el régimen” (Ramírez Gallegos, 2006: 33). De esta manera, la derecha política ha emprendido furiosas campañas contra estos nuevos gobiernos, configurando escenarios políticos fracturados y polarizados5.
Así, en muchos de los gobiernos de izquierda en América Latina, el sistema se reordenó en función de su adhesión o no al oficialismo. Esto es lo que ocurre en Venezuela, “entre el (…) arco chavista y el contradictorio universo opositor” (Natanson, 2008: 1), y en Argentina, entre las fuerzas kirchneristas y una oposición dividida, pero no atomizada. Los paisajes políticos nacionales de ambos países atraviesan, con mayor o menor radicalidad, una creciente polarización que se manifiesta tanto en los procesos electorales como en la vida política cotidiana, donde el tejido social, político y económico se ha impregnado en su conjunto. Es en este clima de fractura social y política donde los medios de comunicación privados asumieron la dirección política del polo de oposición a los gobiernos progresistas de Argentina y Venezuela.
Tal como señala Fernando Arellano Ortiz (2009), “los denominados mass media han fabricado una «matriz» informática para calificar de «populistas» y «caudillistas» a los gobiernos de izquierda que vienen irrumpiendo en América Latina y de esta manera descalificarlos y deslegitimarlos de plano” (Fernando Arellano Ortiz, 2009: 3). Los esquemas comunicacionales han caído en la práctica de editorializar la información, acudiendo a la tergiversación, la estigmatización y la desinformación. En la construcción del mensaje informativo, la falacia, la distorsión, el sesgo y la presentación de escenarios dramáticos y apocalípticos han sido las constantes de la labor periodística. Los medios de comunicación van construyendo mecanismos para generar, por un lado, un clima hostil y negativo hacia los gobiernos de Argentina y Venezuela y, por el otro, realidades perversas para demonizar a figuras o entidades públicas.
Para dar cuenta de este escenario, describiremos, en primer lugar, los procesos de polarización de los sistemas políticos de Venezuela y Argentina6, identificando a las fuerzas sociales y a los discursos políticos en pugna y, en segundo lugar, analizaremos el rol de los medios de comunicación privados en estos contextos de polarización, puntualizando aquellos acontecimientos en donde su intervención directa se expuso con mayor radicalidad. Para ello, y dentro de los estrechos márgenes del presente estudio, optaremos por una estrategia metodológica consistente en rastrear los principales titulares de las versiones digitales de los diarios más importantes de Venezuela y Argentina- El Universal y Clarín, respectivamente7- durante el desarrollo de aquellas disputas para significar el tratamiento otorgado a las mismas por dichos medios.
(*) Lic. Ciencia Política-Universidad de Buenos Aires
guigenovese@gmail.com