Carlos Alberto Ruíz Socha
Ban Ki-moon ha designado (2 de agosto de 2010) a Álvaro Uribe Vélez, presidente saliente de Colombia, como integrante y vicepresidente de un comité internacional que investigará hechos relacionados con el asalto israelí a la Flotilla de la Libertad que se dirigía a la Franja de Gaza en mayo de este año. En dicha acción, por la que acaba de interponerse en el Estado español una querella contra responsables israelíes, murieron nueve personas y decenas quedaron heridas. Dicho comité lo presidirá Geoffrey Palmer, ex primer ministro de Nueva Zelanda. La embajadora colombiana ante la ONU, Claudia Blum, ha dicho: “La designación es reconocimiento del liderazgo y alta credibilidad del presidente Álvaro Uribe en el escenario internacional, de su franqueza y honestidad. Además, la escogencia del Secretario General y su aceptación por parte de Turquía e Israel, es una demostración de la confianza en el equilibrio y transparencia del Presidente”. La señora Blum agregó que “si bien el asunto es complejo, el Presidente está en capacidad de aportar en la investigación sus amplios conocimientos y experiencia sobre temas de paz, seguridad y derecho internacional, así como su imparcialidad, criterio jurídico y capacidad de análisis. Con el panel, también podrá aportar las recomendaciones solicitadas por el Secretario General, para prevenir hechos similares en el futuro, y contribuir positivamente a las relaciones entre Turquía e Israel y en la situación en Oriente Próximo”.

¡Lo que faltaba! Un connotado criminal, como es Uribe Vélez, dará lecciones e instrucciones al mundo sobre derecho internacional humanitario y derechos humanos. Quien aparece reseñado de delincuente, incluso desde hace veinte años en fichas de agencias oficiales de los Estados Unidos, señalado como “el narcotraficante 82”, va a posar y a pasar apenas acabe su gobierno (7 de agosto próximo) como juez ad-hoc. Un indiciado capo paramilitar, hacedor de una estrategia perversa, neofascista, que ha causado miles de desapariciones forzadas, torturas, masacres, asesinatos políticos, desplazamiento forzado, exilio e impunidad sistemática, será blindado con un cargo en un comité que averiguará algo de los crímenes de sus socios sionistas. El mismo que ha sembrado un país de pobreza, violencia, terror y militarización; el mismo que apoyó absolutamente la invasión a Irak; el mismo que ha cedido el establecimiento de bases militares de los EE.UU. para agredir también a otros pueblos; el mismo que ha ordenado que el derecho humanitario no se aplique en Colombia; el mismo que dirigió incursiones militares y secuestros en otros países violando elementales principios de soberanía de otros Estados; esa persona estará, en nombre de la ONU, bajo su aval, cumpliendo una tarea que, por básica apariencia, debería cumplir otro, así pensara lo mismo que Uribe. Pero no quien encarna la barbarie. Ya ni las apariencias se guardan.

La ONU fue creada tras la Segunda Guerra Mundial para posicionar, primariamente y primeramente, unas formas, unas fachadas de contención, y secundariamente para enunciar unos valores de ambigua formulación política, con algún asidero humanista e idealista, en medio del más crudo realismo. Desde su propio nacimiento es proclive. Su naturaleza obligó a que muchas dinámicas se plegaran a la más rancia practicidad de estructuras e intereses de poder, al tiempo que se pregonan compromisos de humanización. De ahí que la esquizofrenia sea su lógica, su cometido y su fuente. He citado otras veces el pragmatismo que se sintetiza en lo que expresó Cordell Hull (Secretario de Estado estadounidense, uno de los creadores de la ONU, Premio Nobel de la Paz en 1945), cuando dijo sobre “Tacho” Somoza de Nicaragua, a quien la prensa calificaba como hombre sangriento: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Lo he recordado a propósito de Uribe Vélez.

Eso es la ONU. Donde también han estado, como excepción, unas pocas mujeres y unos pocos hombres con sentido de la decencia. Que han representado con denuedo costosas aspiraciones de los pueblos, de la humanidad entera. Recuerdo en el último período a
Miguel d’Escoto y su digna labor presidiendo la Asamblea General.

¿Cómo es posible que el Secretario de la ONU no sepa lo que pasa en Colombia? ¿Cómo es posible que escupa a la cara de cientos de miles de víctimas? ¿Es posible que no lea, al menos superficialmente, informes de derechos humanos, incluso de órganos de la ONU, que reportan verdaderos crímenes de lesa humanidad cometidos no sólo en ocho años de gobierno sino en otras épocas en las que Uribe Vélez ha tenido mando político y para-militar? ¿No sabe de las recientes fosas con cientos de asesinados por sus fuerzas militares? ¿No sabe de los señalamientos que Uribe hace a decenas de defensores-as de derechos humanos que reciben luego amenazas de muerte por sus críticas y denuncias? ¿No sabe de los miles de jóvenes ejecutados en los “falsos positivos”?

Si la buena opinión de Uribe la diera un sionista o un fanático nazi de cualquier parte del planeta, no tiene sentido escribir esta columna. Pero que la buena calificación provenga del Secretario General de la ONU, provoca repulsión, da asco y vergüenza. Evidencia la falta de profesionalidad, de estudio e investigación, no sólo de ese diplomático, sino de quienes conforman los equipos que rodean a Ban Ki-moon para la toma de decisiones. O no. Quizá lo habrán hecho a conciencia. O simplemente Benjamin Netanyahu ha sabido proponer y hacerse obedecer. Israel es socio militar de Colombia hace tres décadas, como proveedor de armas, de medios de inteligencia y de mercenarios.

Esta escena recuerda algunos libros y películas. En una de los hermanos Coen, “Muerte entre las flores”, varios gángster entran en conflicto, manejan a su antojo a políticos y policías, que se mueven con uno u otro según convenga. Por la plata baila el perro, reza un dicho popular. Pero Ban Ki-moon, el señor surcoreano que está atornillado en la ONU, quizá no sea de los que se muevan sólo por dinero. Busca salvar un prestigio y un final feliz, como diplomático de la banalidad, nadando entre las aguas del mal y del bien, con sus respectivos muertos diarios. Y para ello aplica lo que aprendió en Harvard, donde estudió a Joseph Nye, inspirador de la teoría neoliberal de las relaciones internacionales. Ya veremos algún día al opaco Secretario volver a hablar de ética. Precisamente eso llama la atención de la película mencionada: uno de los mafiosos reiteradamente invoca la ética entre ellos. Como parece ser el correctivo de Ban Ki-moon refiriéndose a Uribe y su papel de investigador de crímenes de sus socios. Por supuesto esto es o puro cretinismo o pura complicidad. Muy por debajo de la ética de la banda de ladrones de la que hablara Platón.

Si el Secretario de la ONU se siente con el derecho de pisotear a los muertos, no podemos sino de esta forma reaccionar: sin reverencia ante lo que parece una broma de mal gusto. Un chiste macabro. Por solidaridad, no ya con el pueblo colombiano, sino con el palestino y con los familiares, amigos y organizaciones de las nueve personas turcas asesinadas; por esencial pudor debe ser rechazada esta designación. Es un insulto, un golpe sórdido a las víctimas de crímenes de lesa humanidad.

A esta designación debe contestarse con voces de la conciencia despierta de una humanidad indignada, pidiendo la conformación de un Tribunal que juzgue a Álvaro Uribe Vélez por crímenes de lesa humanidad, paramilitarismo y narcotráfico.

Al señor Ban Ki-moon la prensa coreana lo llama “la anguila”, por su habilidad para esquivar preguntas, según comentan varios medios. Después de lo que acaba de hacer, con este escupitajo a miles de madres de asesinados-as y desaparecidos-as, encumbrando a Uribe; después de este homenaje que le ha hecho a un sicópata colectivo, como es Uribe Vélez; después de este blindaje y de esta limpieza internacional que hace de las fístulas de un paramilitar y narcotraficante, pienso que la ONU se corrompe más, y que lo que día a día se impone en ella es la práctica carroñera. La ONU se sirve de lo que encuentra en las
mesas del gran poder mundial: no importa en qué estado de enfermedad o putrefacción se encuentre el político criminal de turno, que, en lugar de responder ante un tribunal, se instala en su periferia con aires de fiscal. Pensemos en los cuatro sicarios de Las Azores. Si Aznar o Bush quieren un puesto de honor en la ONU, pueden mandar su curriculum vitae a Ban Ki-moon. Tony Blair ya lo tiene: es el enviado especial del Cuarteto para Oriente Próximo. Y José Manuel Durão Barroso es el presidente de la Comisión Europea.

Razón tienen los pueblos de construir otras organizaciones, como la alianza ALBA, entre gobiernos, por ejemplo, o el Tribunal Permanente de los Pueblos, entre movimientos alternativos e intelectuales, y otras instancias que expresan una superior conciencia ética de la humanidad. En la ONU poco se puede hacer. Como en la OEA. Una de las tareas en esos teatros será defender mínimos principios de derecho penal internacional que puedan aplicarse, quizá desde otros derroteros, a quienes desarrollaron diversas estrategias de genocidio. Algunas de esas herramientas, ¡vaya uno a saber!, quizá puedan emplearse para
buscar que algún cabecilla de algún régimen criminal responda ante algún órgano judicial donde se aventure un proceso. Sí, pensándolo mejor, y soñando con el deseo, no está mal que Uribe salga de su gran finca en Colombia y que conozca mundo con sus escoltas.

Tampoco está mal que se familiarice con textos de derecho internacional. A lo mejor tenga que escuchar algún día, si sus restos en descomposición dan para ello, cómo se formulan cargos por crímenes internacionales, ya no ocurridos en aguas mediterráneas frente a Gaza, sino en América del Sur. Ese día me gustaría ver cómo se escabulle la anguila.

(*) Carlos Alberto Ruiz es jurista. Ph. D. en Derecho.