Agencias

 

Copiapó. – «Esperanza», es el nombre con el que han bautizado a campamento de tiendas de campaña que las autoridades levantaron cuando vieron que las familias no estaban dispuestas a alejarse de la mina. «No podíamos esperar y mirar lo que pasaba en las noticias en la tele», contesta Zulemí Barrios, mujer de 55 años a través del teléfono mientras sigue en el campamento.

Su hermano  Yonni ha pasado bajo tierra mitad de sus 50 años. Un veterano que, hablando con sus allegados, se suele quejar de la peligrosidad de la explotación San José . «Decía que había muchos fallos. La mina solo tenía una entrada y no había una salida de emergencia. El cerro además estaba muy mal: crucjía todo el rato y había muchos derrumbes», afirma Zulemí. Y añade otro detalle: «Una semana antes del accidente en el que se quedó atrapado mi hermano, hubo otro en el que un minero perdió una pierna. No se supo nada, no salió en los medios. Se encubrió todo».

El joven boliviano Carlos Mamani Solís, de 24 años, llevaba justo una semana trabajando en la mina. La carpa de su familia, en ese pequeño pueblo en el que se ha convertido el campamento, está cerca de la de los Barrios Rojas. «Carlos vino a Chile hace cinco años. Desde hace uno trabajaba en las minas», cuenta su hermano, Luis. Salió de La Paz nada más conocer la noticia del derrumbe. «Me avisó mi cuñada. Y viajé para acá», cuenta. Dice que todos los gastos fueron a su cargo, que de la empresa minera no han recibido ayuda.

«No se les ha visto por aquí. Durante todos estos días, ninguno de los dueños dio la cara», dice Zulemí repitiendo las quejas que los familiares vienen haciendo contra la sociedad San Esteban, que gestiona la explotación. «La mina estuvo cerrada y luego se reabrió. Mi hermano trabajaba siempre más horas de las ocho que tenía [legalmente] que hacer, hacía sobreturnos y turnos continuados. Cuando estaban allí abajo les daban solo agua y dos galletas», denuncia. El sueldo de Yonni alcanza los 400.000 pesos chilenos: unos 620 euros.