José Miguel Casado

Un hombre se escapó de la muerte, y con el poco tiempo que se roba en cada aliento, se ha dedicado disciplinadamente a advertir a la Humanidad sobre las grandes amenazas que atentan contra la posibilidad de que siga existiendo. Es un hombre angustiado. Es un hombre revolucionario no ya por convicción, sino por naturaleza intrínseca. Ese hombre no es ningún quijote, es el más sabio de los consejeros de una Humanidad extraviada. Es Fidel. Nuestro Fidel.

Me molesta un poco que se perciban sus palabras desde un punto de vista meramente emocional: “Tan bello el viejo. Le sigue echando pichón hasta el último momento”. Fidel no se ha dedicado a generar opinión pública por el simple hecho de ser útil desde sus nuevas condiciones. Bien podría dedicarse a asesorar a los cuadros dirigentes de los procesos diversos que pintan a Latinoamérica de esperanza. O podría dedicarse a analizar las contradicciones de la Revolución Cubana, hacer propuestas a la dirigencia de su país en torno a ello, etc. Fidel sabe que estamos atravesando una coyuntura de enormes proporciones. Y aunque me vayan a ahorcar los que creen que ya el Capitalismo se está desplomando, creo que Fidel sabe que no estamos aprovechando este momento como deberíamos, que estamos obligados, porque existen condiciones ciertas, a capitalizar la coyuntura y que no hacerlo bien puede significar el fin de nuestra especie.

La hegemonía del Imperialismo Yanqui está bajo amenaza: Fracaso militar en Afganistán e Irak, crisis de su sistema financiero, profundo endeudamiento de su economía, debacle de su sistema de seguridad social, desempleo, descontento interno (alimentado ahora por la filtración de inteligencia de WikiLeaks), surgimiento de nuevos polos de poder contendientes, resquebrajamiento de su hegemonía comunicacional, etc. No se puede hacer en este limitado espacio, un análisis demasiado extenso, pero no está de más nombrar uno que otro factor. Esta inestabilidad de su hegemonía abre un escenario complejo. Por una parte, existe la posibilidad de capitalizar tal coyuntura a favor de la causa revolucionaria. Pero por otro lado, la bestia imperial se desespera y surgen entonces escenarios posibles que parecerían para algunos, cosa de ciencia ficción. Cabe destacar que la bestia tiene razones de sobra para no sentirse rendida, como me lo indicara sabiamente en estos días una camarada brasilera, quien me dijera “empezando por el pequeño detalle de que es la potencia emisora del patrón monetario internacional, nada más y nada menos”. Ya se decía en los 70 que caería la hegemonía yanqui, crisis económica (no tan profunda como hoy) y derrota militar en Vietnam (más grave que hoy) y el DÓLAR fue clave para mantenerla. Alzaron la tasa de interés, quebraron a Latinoamérica y el mundo, y salvaron su economía. Así que hay que pensar bien antes de andar haciendo fiestas triunfales. Y hay que escuchar a Fidel.

Fidel ha venido advirtiendo al mundo sobre la seria posibilidad de que se desencadene un holocausto nuclear. En discurso ante la Asamblea del Poder Popular de Cuba, expresó claramente las causas por las que Irán no cederá ante ninguna presión norteamericano-sionista, y cómo la insistencia del Imperialismo de inspeccionar los navíos iraníes, devendría en una guerra que adquiriría un carácter nuclear. Ante tal realidad, comprimida criminalmente aquí a un par de líneas, Fidel ha instado a la Humanidad a hacer una campaña que genere los niveles mínimos de conciencia de auto preservación en aquellos actores que pueden pintar algo en todo esto. En especialísimo nivel de prioridad, ubica Fidel al Presidente Obama, en cuyas manos estará la última palabra. El comandante asegura que de estar consciente de las consecuencias de tal acto, Obama no aprobará una decisión que devenga inevitablemente en la desaparición de cientos de millones de seres humanos, incluyendo por supuesto, las millonarias bajas norteamericanas.

La pelea es entonces aquella de lograr que los jerarcas imperiales logren, en esta coyuntura, sobrepasar su cultura casi religiosa de la invencibilidad, aquella que ha llevado a la NASA al fracaso tras los desastres del Challenger y el Columbia que explotaron en el aire por no cumplir los protocolos bajo la premisa “Somos los EEUU de Norteamérica, ¿Qué puede salir mal?”. Esa misma soberbia imperial que podría llevar a los halcones del Pentágono a continuar una política que haría explotar ya no uno o dos trasbordadores espaciales, sino “nuestra contaminada y única nave espacial”. Y aunque sea obvio, es necesario decir: nave en la que ellos también son tripulantes.

A tal batalla nos ha convocado Fidel. Es una batalla de obvia urgencia y de carácter COMUNICACIONAL. Es aquí donde este artículo encuentra su verdadera razón de ser. Hace dos días, el comandante expresó una frase que debió haber retumbado en toda la izquierda planetaria: “Si ganamos la guerra comunicacional, no hará falta hacer más revoluciones”. Evidentemente no debe entenderse en un sentido literal, pero a riesgo de sonar a orate creo que no está lejana de ser una verdad incluso en su lectura literal.

En la opinión de este autor, el campo de batalla en el que debemos centrar los fuegos dentro de la lucha de clases, es en el campo comunicacional. A eso infiero que se refiere Fidel en su máxima, y cuando nos convoca a “enfrentar los problemas actuales con ideas nuevas”. Los revolucionarios no hemos entendido que la conquista del gobierno para la ulterior conquista del poder, no significa nada sin la conquista de la conciencia colectiva. No sólo en un grado de afinidad política sino de comprensión de la realidad objetiva de este mundo. Parecemos operar bajo el principio: “Hagamos que nos sigan, que nosotros sabremos encaminarlos hacia el bien”. Llamamos conciencia al hecho de que la gente desfile detrás de los hombres consientes y eso es una mentira que amenaza con derrotarnos, y peor aún, cerrar los caminos para salvar a esta humanidad.

La pelea debe ser entonces por conquistar la conciencia, y esa pelea la tenemos que dar en la trinchera comunicacional. Esto debe hacerse además en códigos que sean accesibles para la gente, atractivos, creativos. Que hagan llorar, que hagan reír, que hagan hervir la sangre. No basta con salir a predicar, a aburrir a la gente con conceptos ajenos a su emocionalidad. Hay que empezar por aceptar, de verdad aceptar, que las mayorías están enajenadas y que, por ende, la lucha por su conciencia debe librarse en un código que logre penetrar el letargo de la alienación. No se trata de copiar los códigos del Capital (indiscutiblemente y criminalmente efectivos), pero sí de utilizar sin resquemores, sin principismos prehistóricos y dogmáticos, códigos atractivos que hagan de la verdad UN ALIMENTO ACCESIBLE PARA LAS MASAS. Se trata, en efecto, de no hacer afrentas contra el propio marxismo y su cosmovisión dialéctico-materialista. Se trata de utilizar esa herramienta para interpretar la complejidad que implica luchar por la revolución socialista en el mundo de hoy.

Los revolucionarios nos hemos quedado a la saga en la lucha comunicacional. Existen por primera vez canales tan masivos de comunicación, que han permitido que Fidel caracterice: “Si ganamos la guerra comunicacional, no hará falta hacer más revoluciones”. ¿Entendemos la profundidad de sus palabras? ¿Acataremos el llamado que nos hace esta gigante voz de la conciencia revolucionaria? ¿O seguiremos abordando la causa revolucionaria desde las ideas vencidas por la propia dialéctica de la Historia? Las ideas fundamentales ya están ahí, los grandes caminos, la estrategia. Pero la táctica hay que reinventarla día a día, al calor de los cambios del contexto histórico-social. Y en este siglo XXI el teatro de operaciones en el que deben centrar los fuegos todos los revolucionarios, es el de la comunicación masiva, en todas sus formas y sin complejos principistas: Televisión, Cine, Prensa escrita, El Documental, La radio, La literatura, El teatro, EL INTERNET, etc. Es la lucha por la conquista de las conciencias, lo demás ya lo sabemos hacer camaradas, pero sin esa materia prima, tendremos siempre al enemigo en casa, aún dentro de nosotros mismos. Creo que por ahí van los tiros, es mi humilde opinión, si suena a locura es porque probablemente tiene algo de cierto. Es, en mi percepción, una de las fundamentales ideas de ese Fidel que dijo hace dos días “llámenme loco si quieren, llévenme a un manicomio”, la locura de Galileo, y de todos los hombres cuyas ideas nos asustan, porque amenazan con despojarnos de nuestra mentira confortable.

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