Ulises Canale
Prensa Latina
Pareciera que de tiempo en tiempo Irán está condenada a estar en el vórtice de una confrontación en la que se reiteran antojadizamente episodios casi idénticos de amenazas, sanciones económicas, ultimátum, avatares bélicos y malabarismos diplomáticos.

A finales de 2007 fui testigo en Teherán de una tensa coyuntura muy similar al actual cisma con Occidente, en la que quizás la mayor diferencia entonces fue que no hubo tal despliegue de medios navales de guerra, entre ellos portaaviones y submarinos nucleares estadounidenses, acompañados de buques israelíes.

Visto así, el mundo -a partir de la región del Golfo Pérsico- se aboca a una guerra cuyo fin declarado sería contener el avance de la República Islámica en su programa nuclear, privándola de enriquecer uranio para impedir que se dote del arma atómica.

Pero el llamado expediente nuclear iraní es parte de un diferendo nacido desde el triunfo mismo de la revolución liderada por el ayatolah Ruhollah Khomeini, que en 1979 cometió el pecado de dejar a Occidente sin uno de sus dos aliados incondicionales en Medio Oriente.

El derrocamiento de la monarquía del último Shah de Persia, Mohamed Reza Pahlavi, provocó un vuelco de magnitudes proporcionalmente similares tanto dentro de Irán como en la región, alentando movimientos de resistencia islámica en Palestina y el Líbano.

Pero a la vez que Teherán consolidó alianzas con gobiernos árabes a los que Washington veía con ojeriza, la nación chiita debió sortear -y de hecho lo hace ahora- ancestrales rivalidades religiosas también compulsadas, sin lugar a dudas, por fuertes intereses económicos.

El Irán persa y chiita libró una sangrienta guerra de ocho años (1980-1988) impuesta por el Iraq del sunnita Saddam Hussein, entonces amparado por Estados Unidos, y hoy vive una relación por momentos azarosa con Arabia Saudita, Yemen y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Curiosamente, el Iraq de estos días -con un gobierno frágil, bajo ocupación estadounidense, pero de confesión chiita- aparece a priori como el último país que se involucraría en un ataque militar contra su vecino, rodeado de un golfo con predominio árabe-sunnita.

Al margen del peso regional de la monarquía wahabita y su defensa a ultranza de esa corriente fundamentalista del Islam sunnita, Teherán podría pagar factura al gobierno emiratí por el viejo contencioso territorial en torno a las islas de Abu Musa, Tomb Mayor y Tomb Menor.

La isla de Abu Musa en el Golfo Pérsico está bajo jurisdicción iraní y los EAU la reclaman por razones económicas, ambientales, de seguridad, y sobre todo estratégicas, debido a sus reservas de crudo.

Declaraciones aparentemente desautorizadas del embajador emiratí en Washington, que afirmó preferir el recurso de una acción militar que supuestamente brinde seguridad a los EAU, a «vivir con un Irán nuclear», también enrarecieron el clima entre Teherán y Abu Dhabi.

Lo cierto es que a raíz de la aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU de sanciones contra Irán, el banco central emiratí congeló las cuentas de 41 entidades iraníes afectadas por las nuevas medidas punitivas y Dubai cerró las oficinas de unas 40 firmas persas.

A ello se añade que los ministerios iraníes del Interior, Salud y Relaciones Exteriores barajaron la posibilidad de cancelar los viajes de ocio a los Emiratos Árabes Unidos (EAU), en respuesta a lo que tildaron de «comportamiento humillante» hacia turistas de aquel país.

Por otro lado, Arabia Saudita se apresuró a desmentir que estuviera dispuesto a abrir su espacio aéreo a aviones militares israelíes para una eventual agresión a Irán o cooperar con la pretendida inspección de barcos que transporten mercancías desde y hacia la nación persa.

Sin embargo, la reciente visita del rey saudita Abdulah Bin Abdel Aziz al Saud a la Casa Blanca para hablar con Barack Obama avivó especulaciones de medios de prensa regionales, que también comentaron los movimientos inusuales de tropas estadounidenses en bases de Qatar.

El reino wahabita es visto como el aliado árabe más cercano a Washington y tiene diferencias con Irán, de ahí que ayudó a Yemen a enfrentar la rebelión de los chiitas Houthis en Saada, donde círculos de Sanaa y Riad trataron de involucrar reiteradamente a Teherán por su presunta ayuda a esos irregulares.

A los ojos de analistas iraníes entrevistados por Prensa Latina, hay peligro real de una agresión estadounidense, aunque al mismo tiempo creen que la presencia de barcos israelíes es, paradójicamente, un factor que podría ahuyentar esa posibilidad.

Muchos en la actual coyuntura se preguntan lo que supondrá para el mundo árabe-islámico que uno o varios de sus Estados intervengan o sirvan de plataforma para una beligerancia en la que tendría mucho que ganar el «enemigo común», el gobierno sionista de Israel.

Crisis económica que compulsaría a guerras como vía de escape, diferencias confesionales entre musulmanes y sed de revancha en potencias afectadas por una revolución que les resulta incómoda, refuerzan la creencia de una guerra inminente, aún cuando las crisis con Irán lamentablemente se tornan cíclicas.

Fuente: http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=204640&Itemid=1