Pablo Gowezniansky

 

Acabo de enterarme de la existencia de la «Generación Y». ¿Qué es la Generación Y? En el blog delasadoalaeconomia.blogspot.com está muy bien explicado: «La ‘Generación Y’ se caracteriza en líneas generales por su apego al uso de las nuevas tecnologías, la desaprensión a la rutina, el desapego al puesto de trabajo fijo a largo plazo y las ansias por conocer, experimentar y crecer en lo personal». Me imagino (y no me equivoco) que este término habrá sido acuñado en el gran país del norte. Rápidamente hago un juego de palabras -inevitable, por otro lado- aprovechándome de la fonética de la letra Y (esto es, why: o su equivalente en español: «¿por qué?»). Rápidamente, también, descubro que ese juego de palabras ya existe. ¿Pero por qué la necesidad de estructurar? ¿Por qué englobar una generación sumamente abigarrada en un solo concepto? Aclaro: no tengo pretensiones de dibujar un texto metalingüístico con guiños pseudo intelectuales. Quiero bajarlo a tierra. Es decir: Argentina (o más específicamente, Buenos Aires), año 2010, contexto de mundo globalizado. ¿Les suena? Continuemos.

Por eso quiero remontarme a la exposición de arte que tuvo lugar en Capital Federal a finales del mes pasado. Más exactamente arteBA; exposición que se ubicó en la Sociedad Rural Argentina, en las cercanías de Plaza Italia. El interrogante por qué va a condicionar el siguiente texto. En principio, ¿por qué una exposición de arte en la Sociedad Rural? Esa palabrita yanqui, tan interiorizada por la retórica empresarial, va a ser útil en este momento: target.

Ubicar una exposición de arte en el barrio de Palermo connota; la zona connota, el precio de la entrada connota, pero más específicamente: el tipo de arte, las pinturas y las esculturas, la disposición de las obras en la exposición, el tamaño de la misma (más reducido que en exposiciones anteriores) son todas marcas que esconden preguntas. O al menos una pregunta: ¿por qué de esta forma y no de otra? ¿Por qué una escultura de una chica rubia, piel tostada por el sol, tetas al descubierto, pantaloncito azul corto, sonrisa boba (con copyright en Hollywood), subida a una motocicleta (sin ánimos de manejar, sólo de posar y posar y posar), una escultura que esquematiza el rol de la mujer en la sociedad, que es una clara alusión a la violencia de género (para nada erradicada de nuestra sociedad), por qué, entonces, una escultura semejante puede tener lugar en una exposición de supuesto renombre y, además, ser considerada por ese concepto- ya ambiguo, ya desvaído- que solemos expresar como arte?

De aquí, al menos rudimentariamente, surgen dos posibles caminos. O seguimos la retórica de la «Generación Y» y nos remontamos a las corrientes culturalistas de los ’80, enfocadas en el receptor, donde las personas no reciben el material de forma pasiva, sino que lo regeneran, le constituyen un sentido propio y cambian, entonces, un significado que no es unidireccional, en donde cualquier material puede ser resignificable y, por eso mismo, cualquier material es aceptado sin críticas (así sea una mujer en tetas posando sobre una motocicleta). O como segundo camino -enfocándonos en el emisor-, entender el arte como una institucionalización efectuada desde el poder, restringido, el concepto, a una etapa específica de una sociedad específica con un gobierno específico: ése arte, entonces, el arte institucionalizado, es el que tendrá la posibilidad de presentarse en espacios institucionalizados, con estructuras armadas y posibilidades de una audiencia inmensa.

La idea de la “Generación Y” puede ser entendida a partir de la corriente culturalista. Lo importante no es analizar las condiciones de producción del discurso, los motivos socio-económicos que demarcan (en el caso de que exista, y sospecho que no existe) un comportamiento en común de toda una generación. Lo importante es aceptar lo dado. Y en un aplicacionismo enfebrecido, tratar de aplicar conceptos rígidos en una realidad sumamente divergente. Establecer, clasificar, poder equiparar a las personas con números (personas nacidas entre la década del ’80 y ’90) y a los números con conceptos (Generación Y). Mientras se pueda simplificar el discurso, mientras puedan aislarse sus condiciones de producción, ese discurso se vuelve posible, verosímil y aterrador.

Lo que esconde el concepto  de “Generación Y” (y claramente el concepto no planea responder) es el por qué: por qué hay un desapego a las rutinas, por qué el desinterés por un trabajo fijo, por qué el ansia individualista de experimentar y conocer y crecer en lo personal. No voy, necesariamente, a responder estas preguntas. Pero sí voy a contarles (a los afortunados que no han ido) de qué se trató arteBA 2010:

Multitud de extranjeros, de mujeres rebosantes de maquillaje y ropas costosas, hombres jóvenes y no tan jóvenes en atuendos modernosos: pantalones rojo brillante, camperas de un gris cibernético. Sonrisas consumistas: veo pintura-sonrío-señalo-camino-y sonrío de vuelta. Muchas cámaras fotográficas. Y entre medio de tan solemne espectáculo donde la alta alcurnia desfila con soberbia, también, y como excusa, el arte: un arte que imita al público. O un público que imita al arte. Difícil sería decirlo. Y entre todo ese barullo y pantominas y sonrisas de mercado, imagínense, envuelto en ropajes sport, a los jóvenes de la Generación Y.

Ése arte los refleja y ellos reflejan ése arte. ¿A qué me refiero con ése arte? Pinturas donde impera la geometría, los trazos rectos o circulares, la combinación de formas y junto con las formas, la combinación de colores. En lo posible, tonos pasteles, tonos claros, donde uno pueda imaginarse un arcoiris y no mucho más. ¿Lo social? ¿Lo económico? ¿La política? Los seres humanos han sido barridos del arte pos-moderno (que tiene su lugar en un pasado lejano, en la primera mitad del siglo XX, cuando rompía con las estructuras clásicas y desafiaba; ahora acepta, repite y banaliza). Los seres humanos han desaparecido: la estructura socio-económica ya no existe. La miseria humana contenida en los trazos de Berni no tiene analogía con todos esos círculos y rectángulos o colores dispuestos (con perdón a los críticos de arte) en forma azarosa. Sin mensaje alguno. Y lo peor de todo: sin crítica. Sin ninguna crítica. Las obras de Berni estaban diseminadas por la galería sin ningún orden (chicos pobres dibujados de forma infantil, por ejemplo, mirando con ojos de desesperación, con la desesperación del hambre y la exclusión). Junto a las obras de Berni, pinturas, fotografías o esculturas asépticas. Obras que, en el mejor de los casos, funcionaban como una ironía suprema del vaciamiento de sentido que la clase dominante intenta imponerle al arte.

Pero hay una excepción al barrido de seres humanos en el arte pos-moderno. Porque si en el arte pos-moderno hay humanos, y esto parece ser la regla, esos humanos tienen que ser mujeres, mujeres que muestren carne.

Cuando el arte no pretende ser un reflejo de la realidad, el arte se transforma en una desfiguración, en un ámbito donde la ideología se vacía, donde se pierden los contenidos e imperan las formas. O mejor dicho: la ideología está presente, más que presente. De la misma forma que en esa conjunción disparatada de la “Generación Y”.

Se pretenden olvidar las estructuras clásicas del capitalismo, olvidar el sufrimiento y la pobreza, descartar conceptos como desigualdad, centro/periferia, capital cultural, posibilidades, estigmas. Se intenta afianzar el dominio económico cultural de la Gran Nación del Norte. Englobar, conceptualizar, simplificar: el más pobre sentido común sería capaz de demostrar que no es posible englobar a toda una generación a nivel mundial en un solo concepto.

Sí se puede, en cambio, englobar buena parte del arte pos-moderno. El término, elegido casi azarosamente entre muchas posibilidades, podría ser desideología. Es lo que el establishment requiere. Si sos un pintor joven y tenés un talento innato y querés llegar a las esferas institucionalizadas del arte, nada mejor que dibujar unos buenos círculos, unas cuantas rectas o curvas, unos trazos de pintura (magistrales, por supuesto) esparcidos por aquí y por allá, y ya lo tenés: listo para arteBA 2011. Y si te preguntan, seguro, somos todos parte de la Generación Y. “Eso es lo fantástico –tenés que decir-, tener la posibilidad de expresarse, de mostrarse como uno es”.

Y mientras tanto, a quién le importa ese medio mundo de almas penando y sufriendo la más angustiosa situación de miseria. El Arte es otra cosa. Nuestra Generación es otra cosa. Y quienes dominan el Arte y quienes titulan a nuestra Generación, no pueden más que frotarse las manos y esperar a que se siga reproduciendo. ¿Por qué? Porque hay mucho poder y mucho dinero de por medio.

* Pablo Gowezniansky, estudiante de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires