Para expandir la santa cristiandad sembraron su simiente en nuestras tataratatarabuelas, y después de un cuarto de siglo de guerra asimétrica, conquistaron el valle de los que hubieran sido nuestros tataratatarabuelos. Cuando ellos llegaron no existía todavía eso que gente identifica con el nombre de Europa. Solo existían reinos, unas fantásticas familias reales, embrutecidas de tanto casarse entre primos, y subyugadas bajo el dominio psicológico del Reino de los cielos, con capital en un lugar llamado Vaticano donde bendecían su realeza terrenal.
Según ese derecho, los súbditos de Portugal y los de Castilla y Aragón, se repartirían el llamado Nuevo Mundo a ambos lados de una línea imaginaria llamada de Tordesillas.
Gracias al tesoro de Montezuma y a las perlas del Caribe lograron financiar los astilleros para detener el avance de los Turcos en Lepanto, Europa se estaba gestando.
Así fue como aquellos valientes y arrogantes caballeros andantes, de patas en el suelo se convirtieron en señores (hasta hace poco seguían llegando a refugiarse de sus guerras). Construyeron un emporio urbanístico sobre las ruinas de hermosas ciudades, y donde no las había. Trajeron la sífilis, la viruela, la tuberculosis y la gripe a donde había grandes ciudades como Teotihuacan, Cuzco o Cajamarca. También trajeron caballos y vacas que se reprodujeron como conejos sobre los llanos y las pampas.
Así nuestros tataratatarabuelos fueron las piezas de avance de la única cruzada victoriosa que construyó las simientes la modernidad. Llevaron por primera vez al otro lado del Atlántico, papas (un tubérculo originalmente venenoso que la manipulación genética de la ciencia incaica convirtió en más de un centenar de especies) para las tortillas gallegas; tomate para la pasta chuta; fertilizantes de guano para aquellos arruinados suelos, maíz para sus polentas, hamacas para dormir confortablemente en sus putrefactas carabelas, pero lo más importante centenares de miles de piezas de arte de oro y plata reducidas a lingotes con los cuales, según los cálculos, se podía construir las Torres Financieras del 11de septiembre, en oro y plata del tamaño natural. El Dorado que al parecer terminó en los bancos de los judíos que habían expulsado de su reino, para financiar la revolución industrial de los competidores de la Corona. Mientras la madre España se arruinaba ahogada en gastos burocráticos, porque los piratas les bajaban los galeones repletos al fondo de los mares, o se los llevaban a su madre Isabel.
Más o menos en esa época, aquí se comenzó a decir que existía un lugar que llamaban Europa; cultura occidental, modelo de civilización cima del progreso y del desarrollo, tope máximo de una cultura superior, patrón que debían seguir los pueblos atrasados, los sudacas tercer mundistas, negros, pobres, indios, subdesarrollados, guapetones de barrio. Todos debíamos seguir su religión, su filosofía, su humanidad, su justicia, pero después de dos guerras mundiales, el barco de la Ilustración se vino a pique, y en un lugar llamado Yalta, se definió el fin de un tiempo histórico, que un historiador estadounidense llamó el fin de la era europea.
Después del quinto centenario del encubrimiento, algunos vectores del dominio colonial resisten al paso de las generaciones, la expansión geográfica de ese modelo de cultura, instalada en el Norte, las coronas cambiaron de dueños pero todo se hunde en la usastroika financiera. Y siguen silenciado la realidad, hasta comernos el Planeta.
Desde esta humilde periferia, existe un solo tiempo histórico que comenzó cuando salió la primera flecha rebelde del arco tenso del indio guerrero hacia el tiempo infinito de la historia, cuyo fin será cuando su punta asiente en el centro de la diana de la independencia integral de un continente repleto de sudacas.
Publicado originalmente en La Tinaja, Barcelona España