La cruda realidad es que el viaje de Ernestina Herrera de Noble fue planeado como una jugada de ajedrez. La semana anterior, era inminente que el análisis de las muestras genéticas de Felipe y Marcela Noble Herrera, sus hijos adoptados irregularmente, avanzaba después de ocho años de frenos. Entonces, la directora de Clarín, el CEO del grupo, Héctor Magnetto, y sus abogados, convinieron en que ellos firmaran una solicitada y luego se presentaran en un video cuyos textos fueron escritos por un ejecutivo de la segunda línea del grupo y mejorados por la agencia publicitaria de Carlos Souto. Felipe y Marcela eran expuestos públicamente y su madre preparaba las valijas para un viaje que no tiene fecha cierta de regreso. Sencillamente porque los asesores letrados de la directora de Clarín advirtieron hace tiempo que, de comprobarse que Felipe o Marcela –alguno de los dos o ambos– resultaran hijos de desaparecidos, el procesamiento de Ernestina es irremediable. Todas las causas tramitadas en los juzgados federales por apropiación ilegal de hijos de desaparecidos resultaron con la incriminación de los apropiadores y, en la mayoría de los casos, con condenas firmes.
Desconcierto. Ante los rumores de que quien dirige el diario desde hace 42 años se había ausentado de la Argentina, el hermetismo empresarial es completo. “No preguntes por teléfono esas cosas” o “¿Quién fue que te lo dijo?”, fueron algunas de las respuestas recibidas por periodistas sumamente preocupados por el lugar y el momento en el que deben ejercer su profesión. El desconcierto no se debe sólo a que hace 48 días que Ernestina Herrera de Noble no está en el país sino por los evidentes motivos de su viaje. Quienes escriben en Clarín, o tienen programas en Radio Mitre, Canal 13, TN o muchos otros medios del grupo, se plantean un gran dilema ético. La tarea periodística consiste, básicamente, en proveerse de información para buscar y preservar la verdad para luego transmitirla de una manera clara y accesible para los lectores o audiencias. En su condición de trabajadores rentados por una empresa, los periodistas no tienen responsabilidad de los negocios de los empresarios. Hasta aquí las generales de la ley. Lo que sucede con el Grupo Clarín es diferente. Desde hace muchos años, sus trabajadores saben que la dueña adoptó irregularmente a sus dos hijos. También saben de los esfuerzos de sus ejecutivos por frenar la identificación biológica de ellos. Y ahora saben, o al menos se enterarán por este artículo, que Ernestina Herrera de Noble, ante la inminencia de los resultados en el Banco Nacional de Datos Genéticos, eligió irse subrepticiamente de la Argentina.
Si la Justicia la requiere, ¿qué hará Ernestina? Es decir, si resulta ser que Felipe o Marcela son hijos de desaparecidos, ¿la directora de Clarín asumirá las consecuencias jurídicas que sobrevendrán o se quedará en el exterior y dirá que hay una persecución política contra ella?
Todas esas preguntas remiten a que no es lo mismo para un periodista del grupo estar en una empresa que tiene posiciones económicas privilegiadas a saber que se trabaja en una compañía cuya directiva máxima puede estar implicada en delitos graves en materia de violación de derechos humanos.
En estos últimos dos años hubo muchos directivos –y también periodistas– del Grupo que repetían ese mito de que nadie soporta tres tapas de Clarín. Es oportuno preguntarles a esos directivos o periodistas si recuerdan cuál fue la tapa de ese diario el domingo 19 de diciembre de 1977, por citar una de las tantas tapas de alistamiento compulsivo a la ideología y las prácticas de la dictadura. Entre la noche del viernes 17 y el sábado 18, un grupo de tareas había secuestrado a las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet ocurrido entre el 17 y el 18 de diciembre de 1977, diez días después de que otro grupo, al mando de Alfredo Astiz, hiciera lo propio con las madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino de Careaga en la iglesia de la Santa Cruz.
“Los montoneros secuestran a las religiosas francesas” fue el título y, en las páginas interiores, el diario reproducía un parte del Comando de Zona 1 del Ejército, por el cual “los subversivos” habían hecho llegar un comunicado donde imponían cuatro condiciones para liberarlas: “1) Obtener de la Iglesia Católica un documento de repudio al Gobierno. 2) Obtener del gobierno francés una declaración de igual tenor y la concesión de asilo a los perseguidos políticos. 3) Obtener de la Junta Militar un documento para conocimiento de la opinión pública internacional y de la ONU de la situación de los detenidos y/o desaparecidos. 4) Obtener la libertad de 21 delincuentes subversivos”. Tan sumisos eran los directivos y editores de entonces que no se extrañaron que los supuestos montoneros llamaran “delincuentes subversivos” a sus compañeros presos. Ni entonces, ni ahora, entre los periodistas y editores del Grupo se planteó una discusión –y una toma de posición– respecto de los motivos por los cuales las páginas de ese diario estaban manchadas de sangre y plagadas de mentiras. Pasados 33 años de aquella y tantas otras tapas, parece tiempo de hablar sobre qué es hacer periodismo y qué es trabajar en el Grupo Clarín.