Rebelión / Koldo Campos Sagaseta


El desastre ecológico y las decenas de muertos que ha provocado en el Golfo de México la explosión y hundimiento de una plataforma petrolera, vuelve a colocarnos frente a la triste realidad de una república bananera, y hablo de la estadounidense, que a su natural torpeza e ignorancia, agrega la arrogancia de creerse paradigma de todas las virtudes y, en consecuencia, imprescindible guía para los demás países a los que se empeña en dictar pautas para su progreso y desarrollo.

Y estos tres ingredientes: ignorancia, torpeza y arrogancia, suelen ser demoledores cuando suman sus letales efectos. Si esta catástrofe hubiera ocurrido en cualquier otro país americano, a los grandes medios no les habría faltado tiempo para denunciar la pésima gestión del accidente, la incompetencia puesta en evidencia o la irresponsable ocultación de datos. Pero ha ocurrido en Estados Unidos, donde su presidente, apenas hacía un mes que había levantado la prohibi ción de realizar nuevas exploraciones de gas y petróleo por el riesgo que conllevan y donde acaba de volver a cancelar los permisos hasta que no se investigue y se conozca lo ocurrido.

De momento, las únicas certezas que parece tener el presidente Obama es que será la empresa British Petroleum la que asuma los costos del desastre, y que todas las valoraciones que funcionarios de distintos niveles estuvieron manejando y haciendo públicas en los primeros días del desastre resultaron erróneas; ni las fugas de crudo eran las que se afirmaron, ni la gravedad de los vertidos era el que se estimaba, ni la velocidad de la mancha ha sido la que se preveía. Todas las medidas adoptadas han sido insuficientes o simples desatinos; ni prender fuego a las manchas ha servido para extinguirlas ni las barreras flotantes han evitado su avance.

De las decenas de muertos y desaparecidos nadie se acuerda.

Imposible no recordar el paso del huracán Katrina años atrás. Y n o sólo por afectar el mismo litoral sino por el grado de ineptitud demostrado en ambos casos y que retrata a los Estados Unidos como la más bananera de todas repúblicas.

En aquella ocasión, a pesar de saberse la trayectoria y dirección de la tormenta Katrina desde siete días antes, sólo a última hora comenzaron a activarse los mecanismos de seguridad y socorro; sólo fueron trasladados los ciudadanos que pudieron costearse su salvación; los guardias nacionales encargados de preservar las vidas en las ciudades y comarcas inundadas, no estaban en ese servicio, sino empleados en otros afanes y oficios, a 12 mil kilómetros de distancia, en Iraq; buena parte del material de socorro que debió servir para resguardar la vida de la población amenazada por la tormenta, ya transformada en huracán, tampoco estaba donde debía sino en Iraq; no había refugios en condiciones ni dotados de comida, linternas, mantas o agua potable; la población más pobre y más negra fue la más perjudi cada y la que más muertos y desaparecidos aportó a la tragedia; turbas armadas asaltaron algunos supermercados y policías provocaron más víctimas disparando sobre alborotadores y personas desesperadas; a las zonas de desastre llegaron antes los periodistas que los médicos y las cámaras de televisión antes que los botiquines; todavía se ignora el número de muertos y desaparecidos; el presidente estaba de vacaciones.

Por si no bastaran los citados ingredientes para definir como bananera esa república, buena parte de las ayudas destinadas a auxiliar a las víctimas se extraviaron por el camino y terminaron transformadas en vacaciones caribeñas, viajes a Australia y otros dispendios parecidos.

No es el primer grave accidente que ocurre este año en Estados Unidos ni tampoco el primer símil que pueda hacerse entre la sociedad que más alardea de progreso y desarrollo y el tercermundismo más ramplón.

En los primeros días de abril morían alrededor de 30 trab ajadores en una mina de Virginia, tras una explosión cuyo origen aún se busca aclarar. La empresa Massey Energy´s Performance Coal, dueña de la mina, dispone de un largo historial de mortales accidentes. De hecho, tres años antes, en otro accidente ocurrido en su mina Sago, de Virginia, murieron 12 obreros. En aquella ocasión la empresa se declaró culpable de 10 cargos criminales vinculados a ese siniestro y en el 2009 tuvo que pagar 2, 5 millones de dólares en multas, bastante menos, obviamente, de lo que tendría que invertir en las medidas de seguridad que ignora.

En febrero de este año también se registraba una enorme explosión en una central eléctrica en Connecticut, cuyo desenlace en relación a las posibles víctimas causadas sigue siendo un misterio. Según las primeras informaciones de la policía local, recogidas por la cadena estadounidense NBC, la explosión había provocado “múltiples muertos y heridos”. El periódico local “Hartford Courant” aseguraba que cerc a de un centenar de trabajadores se hallaban en el interior de la planta cuando sobrevino la explosión.

El administrador de la planta, Gordon Holk indicó que un indeterminado número de trabajadores estaba desaparecido, y que estaban procediendo a su búsqueda y rescate. Algunos testigos afirmaron haber visto cuerpos por todas partes y que bajo los escombros quedaban muchas víctimas. Sin embargo, la policía sólo reportó la muerte de dos trabajadores y un centenar de heridos, para que tres meses más tarde se siga sin saber qué fue, en verdad, lo que pasó y cuantas personas perdieron la vida.