Emiliano Guido
El resto de Europa huele a tierra sudaca para el nuevo gobierno británico. Envalentonado por la distancia geográfica y económica que lo separa de la crisis bursátil de la eurozona, el recién asumido primer ministro David Cameron aclaró en su primera rueda de prensa en Downing Street que Londres amurallará, en términos políticos, al Reino Unido. Si bien existían expectativas de que el primer gobierno de coalición de Gran Bretaña en los últimos 65 años estuviese teñido, al menos, por la histórica pretensión del Partido Liberal –quién controlará algunas cuotas de poder en la era del conservador Cameron– de tender puentes con la Unión Europea (UE), nada de eso pareciera que va a suceder. “Los tories han impuesto su línea dura en los aspectos más simbólicos de su programa europeo, como garantizar que no habrá integración en el euro ni más cesión de soberanía a la UE en esta legislatura, someter a referéndum cualquier nuevo tratado que suponga transferencia de poder o promulgar una ley que establezca que la última soberanía recae en el Parlamento de Westminster”, detalló, en ese sentido, Walter Oppenheimer, corresponsal del diario El País de España en Londres.
Además, como natural contraparte del despegue regional, el Foreign Office anudará los vínculos establecidos durante el mandato del ex primer ministro Tony Blair con el Pentágono norteamericano. Así lo anticipa una crónica de este fin de semana del matutino The Guardian donde, además de resaltar como nota de color que Cameron prohibió el uso de blackberries durante las reuniones del Consejo de Ministros, el artículo periodístico especifica que “la mantención de tropas de Afganistán será, a ojos de Cameron, uno de los dos asuntos que asegurará el éxito de su gestión”. El otro asunto o medida a tomar en el corto plazo por el gobierno tory es música para los oídos de cualquier administración conservadora en el mundo: recorte de gastos públicos, disciplina fiscal. “En materia fiscal y de reducción del déficit, los conservadores han impuesto su proyecto de reducir el gasto público en seis mil millones de libras este mismo año”, pusó en números el inminente ajuste económico Eduardo Suárez, de la corresponsalía del diario madrileño El Mundo en la capital inglesa.
Claro, todo este combo de recetas pende de un hilo si se tiene en cuenta que conservadores y liberales están ensayando un matrimonio político inédito en el país. Algo de esa poca sintonía estuvo presente en el primer contacto de Cameron y el líder liberal Nick Clegg con la prensa británica. Cuando un periodista le preguntó al novel jefe de Estado si se arrepentía de haber dicho durante la campaña presidencial que su chiste favorito era “Nick Clegg”, ambos dirigentes se esforzaron por saldar la incómoda intervención con un paso de comedia que distó mucho del buen humor inglés.
Además, como natural contraparte del despegue regional, el Foreign Office anudará los vínculos establecidos durante el mandato del ex primer ministro Tony Blair con el Pentágono norteamericano. Así lo anticipa una crónica de este fin de semana del matutino The Guardian donde, además de resaltar como nota de color que Cameron prohibió el uso de blackberries durante las reuniones del Consejo de Ministros, el artículo periodístico especifica que “la mantención de tropas de Afganistán será, a ojos de Cameron, uno de los dos asuntos que asegurará el éxito de su gestión”. El otro asunto o medida a tomar en el corto plazo por el gobierno tory es música para los oídos de cualquier administración conservadora en el mundo: recorte de gastos públicos, disciplina fiscal. “En materia fiscal y de reducción del déficit, los conservadores han impuesto su proyecto de reducir el gasto público en seis mil millones de libras este mismo año”, pusó en números el inminente ajuste económico Eduardo Suárez, de la corresponsalía del diario madrileño El Mundo en la capital inglesa.
Claro, todo este combo de recetas pende de un hilo si se tiene en cuenta que conservadores y liberales están ensayando un matrimonio político inédito en el país. Algo de esa poca sintonía estuvo presente en el primer contacto de Cameron y el líder liberal Nick Clegg con la prensa británica. Cuando un periodista le preguntó al novel jefe de Estado si se arrepentía de haber dicho durante la campaña presidencial que su chiste favorito era “Nick Clegg”, ambos dirigentes se esforzaron por saldar la incómoda intervención con un paso de comedia que distó mucho del buen humor inglés.