Colombres también apunta en contra del gobierno que regula el precio de los paquetes de 1 kilo, sosteniendo que toda intromisión estatal en un mercado libre sólo puede generar problemas.
La verdadera causa por la que falta el azúcar en nuestros comercios –como también falta en los de Cuyo– la explicamos en este blog tucumano hace un mes: Argentina es un país que produce azúcar pero, para satisfacer la demanda interna que excede a lo producido aquí, tiene que importarla desde otro lugar, Brasil principalmente; actualmente Brasil, que en su momento siguió al pie de las letras las indicaciones del infame líder neoliberal George W. Bush, emplea muchas miles de toneladas de caña más que en épocas anteriores para producir bioetanol (en lugar de azúcar), y por ello países como Argentina se quedan sin la posibilidad de obtener alimentos pero con la posibilidad de obtener biocombustibles. Lamentablemente los biocombustibles no se ingieren.
Biocombustibles: dulces mitos y amargas realidades
Los biocombustibles son llamados por sus defensores “energías alternativas, renovables y limpias”, y son la apuesta febril del momento. Pero, en rigor, los biocombustibles no son una “alternativa” al petróleo, ya que el consumo de este combustible fósil en la producción y distribución de los biocombustibles sólo aumenta la dependencia al mismo que ya existe en el mundo. Tampoco son “renovables”: si se considera el ritmo con el que actualmente se los consume y la cantidad de tierra disponible para cultivos queda en evidencia que se va camino a agotar la fertilidad del suelo. Y no se puede asegurar que sean “limpias”, puesto que emiten ciertas cantidades de óxido de carbono y de óxido nitroso cuando combustionan.
Los biocombustibles generan una gran codicia por la tierra cultivable. En Tucumán tenemos el ejemplo de los cañeros independientes a los que se demoniza por utilizar la quema de caña como técnica de cosecha. Es de ilusos pensar que los grandes operativos destinados a detectar esos incendios son impulsados por el gobierno porque les interesa la salud de la población (si de verdad les interesara empezarían por arreglar el conflicto con los trabajadores de la salud autoconvocados). Toda la persecución contra los pequeños y medianos productores rurales que queman caña para cosecharla de un modo barato tiene por propósito arrebatarles los minifundios que éstos poseen y entregárselos a los ingenios, para que mecanicen y transegenicen el campo, y produzcan así mayores cantidades de caña destinada a ser transformadas en bioetanol. Pues para lograr un litro de ese alcohol hace falta emplear mucha más caña que para conseguir un kilo de azúcar, y los volúmenes de producción final de los cañeros independientes siempre son y han sido menores que los de los ingenios.
Por otra parte sobran los estudios realizados por investigadores independientes que, al recontar toda la energía que se emplea en fabricación de fertilizantes, en sistemas de riego automático, en producción de semillas genéticamente alteradas, en construcción y funcionamiento de maquinaria, y en todos los demás factores que intervienen en la producción de biocombustibles, terminan arrojando un balance negativo: el pretendido ahorro de combustibles fósiles es una mentira. Y aún aunque se consiga mejorar esa situación queda en pie otra más grave: la caña de azúcar que se hace bioetanol y se quema en el motor de un vehículo con motor sustituye a la caña de azúcar que se hace azúcar y termina en el estómago de una persona.
Mientras más intensivo se vuelva en Tucumán el cultivo de caña de azúcar, más se desertificará esta frágil tierra subtropical, y el dióxido de carbono (absorbido por las plantas y transformado por ellas en oxígeno que nosotros consumimos) se acumulará en la atmósfera, pues la cantidad de verde que lo sintetiza y lo torna oxígeno no será la misma que ahora.
El disfraz verde de los poderosos
Los biocombustibles hechos a base de caña de azúcar tienen dos propósitos: frenar el aumento del precio del petróleo crudo –evitando así la caída del consumo, al mismo tiempo que genera escasez del azúcar o el aumento de precios ante una demanda que supera a la oferta–, y crear un disfraz verde que sirve para que la ciudadanía crea que, al utilizar biocombustibles, está ayudando al medio ambiente.
Hay muchos que salen beneficiados de la instalación del concepto de “biocombustible” en el imaginario social. Las industrias que fabrican vehículos motorizados pueden mantener sus ventas sin invertir ni un centavo en investigación y desarrollo de nuevos motores que no recurran a la combustión. Las petroleras pueden conservar sus redes de distribución y seguir controlando todo el asunto desde atrás de la mirada de la opinión pública. Las corporaciones financieras pueden generar una nueva burbuja desde la cual especular. Pero son las grandes agroquímicas y las grandes biotecnológicas las que más ganan, pues para alterar la caña y otros productos agrícolas con el fin de hacer biocombustibles más eficientes (que a su vez hagan menos eficiente, o incluso inservibles, a esos productos para alimentarse) se requiere de grandes inversiones, que son retribuidas con grandes sumas de dinero.
El sufijo “bio” de los biocombustibles no es más que un artilugio mercadotécnico, ya que aquellos no provienen de la agricultura ecológica (familiar y de mediana escala) sino que lo hacen desde la agricultura corporativa, más contaminante e intensiva que cualquier otro tipo de agricultura.
El genocidio del capitalismo salvaje
Recientemente dos catástrofes naturales destruyeron Haití y Chile. En algunos países se organizaron campañas para ayudar a las víctimas del desastre. Sin embargo tanto Haití como Chile vivían ya la devastación: el país caribeño porque está sumergido desde hace décadas en la pobreza y la precariedad, y el país suramericano porque demostró que el crecimiento de estos últimos años ignoró la decisión de mejorar estructuralmente la situación entre los más necesitados de la sociedad. Lo que queda en evidencia es que las campañas de ayuda no sirven más que para reconstruir un mercado que colapsó por razones externas, pero que no se interesan por los que son marginados sistemáticamente en épocas de estabilidad.
La enseñanza que se puede extraer de las desgracias de Haití y Chile es que debemos actuar cuanto antes en contra de la exclusión y la marginación, pues esa es la mejor manera de estar preparados por si alguna vez el planeta decide jugarnos en contra. Un modo de hacerlo es evitar la implementación y el desarrollo de política genocidas.
El concepto de “genocidio” es una creación jurídica relativamente nueva y por ello muchas veces se la aplica de modo incorrecto, tildando de genocidas a quienes han cometido otro tipo de crímenes, y dejando afuera de la categoría a muchos que si han obrado como impulsores o cómplices de genocidios. La pérdida de la soberanía alimentaria es un fenómeno que, en el largo plazo, va a demostrar ser un factor genocida, que cosechará más víctimas que el hitlerismo y el stalinismo juntos, pero a través de un proceso más lento y silencioso.
Los biocombustibles, o sea el reemplazo de la actividad agrícola destinada a producir alimentos por una destinada a producir energía, son parte de una estrategia genocida que los países centrales llevan a cabo contra nosotros los periféricos. Nos dicen que siguiendo el camino que ellos han marcado nosotros también llegaremos al desarrollo en el que ellos viven, pero la verdad es que ellos viven así porque nos tienen a nosotros para ser sus sirvientes, sus basureros y sus ratones de laboratorio, pues a la escalera con la que ellos llegaron a la cima hace mucho que ya la patearon para que nadie más los siga.