Bruno Renaud

¿Qué decir que no haya sido dicho ya, una y mil veces, sobre esta infortunada realidad? En tal caso, ¿por qué nos siguen causando cierto sabor a hipocresía tanto la acusación muy mediatizada por las informaciones de prensa como los comentarios comunes sobre el tema?

En primerísimo lugar, el drama tiene un sentido especial porque sus víctimas son niños o jóvenes, quienes durante toda la vida -su única vida- arrastrarán las consecuencias desastrosas de un terrible abuso de confianza. Que el mal tenga lugar dentro de la Iglesia, teniendo por fautores a aquellos mismos personajes encargados, por función y promesa, de velar por el respeto a los hijos de Dios, especialmente a los más humildes, refuerza la protesta unánime -justificada- frente al abuso.

Pero lamentablemente, este mal no es «privilegio» de ningún ambiente social. Existe de idéntica manera en la sociedad civil, los salones de clase, los grupos deportivos. Existe en las familias (tristemente, ese es el primer ámbito donde tiene lugar, con autoría de gente «por encima de toda sospecha»: visitantes conocidos, tíos, tías, padrastros…).

La herida provocada es una herencia pesada, dolorosa. El problema ha de tratarse con extrema delicadeza, firmeza, realismo y capacidad de compasión para con víctimas y victimarios: no pocas veces un adulto abusador ha sido inicialmente un niño abusado. ¿Qué culpa tuvo? El contagio es frecuentísimo, el mal se pega.

Siempre se ha sabido de la existencia de tal vicio. Sin embargo, la toma de conciencia científica de sus características psicológicas casi irreversibles es relativamente reciente; lo cual explica, en el pasado, la tendencia a «ofrecer otra oportunidad» al culpable… regando más todavía los daños provocados por personalidades desquiciadas.

La Iglesia católica, en cuanto a ella, puede recibir esa situación culpable con humildad, con cierto esfuerzo por deshacerse de su tradicional hipocresía institucional y con un deseo sincero por sacar en claro su relación con la sexualidad: su malestar y su torpeza al respecto son de siglos, pero no de siempre. Providencial invitación a recibir luz sobre su actuación actual o pasada para crear un porvenir distinto.

Sacerdote de Petare.