Fabiana Frayssinet
IPS
Los habitantes de la favela de Guararapes, en esta ciudad de Brasil, no saben que el temporal que los obligó a huir de sus hogares tiene un origen global: el recalentamiento del planeta.

Pero en su pequeño mundo de este barrio pobre y de viviendas precarias en uno de los morros de Río de Janeiro, identifican claramente el origen local de la tragedia: el desvío artificial de un manantial que erosionó progresivamente la ladera donde vivían.

Desde su ámbito académico, el oceanógrafo David Zee tiene claras ambas razones. Y las ha vivido en carne propia.

Puede explicarlo con palabras de especialista, aunque preferiría usar otras más cotidianas al referirse a su aislamiento forzado, de casi tres días, en su departamento en el barrio de Barra da Tijuca, que quedó inundado por el temporal que comenzó a azotar la ciudad el lunes.

Lo que antes era considerado extraordinario, comienza a ser ordinario», dijo a IPS el profesor de oceanografía física de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

«Vinieron para quedarse» estas catástrofes provocadas por una inclemencia de lluvias que las autoridades estadales consideran la peor en cuatro décadas, añadió.

Zee, quien también coordina la maestría de medio ambiente de la Facultad Veiga de Almeida, atribuye la intensidad del temporal a un fenómeno vinculado a «cambios climáticos globales, que tienen efectos locales».

Se refiere, entre otros, a una mayor actividad desde fines de 2009 del fenómeno climático de El Niño/Oscilación del Sur, que se caracteriza por un calentamiento anormal en la superficie tropical del océano Pacífico.

«En Río de Janeiro sufrimos un fenómeno climático que tiene una causa global. La energía adicional de más temperatura del mar se transforma en una evaporación mayor del agua», lo que a su vez produce más lluvias, explicó.

Este factor global se agrava por otros de origen local: la configuración geográfica de Río de Janeiro, construida «entre la piedra de los cerros y el mar».

«Río de Janeiro es como el marisco, exprimido entre el mar y una franja costera estrecha», ilustró. «Como decimos, quien sufre es el marisco», agregó.

A empeorar las cosas contribuye, además, el deterioro ambiental que provoca la expansión demográfica de la ciudad. El cemento domina a la cobertura forestal, que antes retenía el agua en los cerros y ahora la deja pasar.

Y en nada ayuda la sempiterna deficiencia de los sistemas de drenaje y la acumulación de basura en las laderas de los morros característicos de la ciudad.

Cuando entra un frente frío en la zona, choca con esa gran «muralla» costera y al no tener como «escurrirse» se queda estancada sobre la región.

En Barra de Tijuca, un barrio de clase media y alta, la inundación no ocurrió por azar, sino a causa de un explosivo desarrollo inmobiliario que no respetó ni márgenes de ríos ni de lagunas. Lejos de allí, en Guararapes, un grupo de mujeres no necesita conocimientos especializados para explicar a gritos sus propias causas «locales» de la tragedia.

Su desesperación es entendible. Tras una vida de sacrificios, de construir ladrillo a ladrillo su casa, de criar allí sus hijos y de enterrar a sus padres, ahora tienen que dejarlo todo porque el riesgo de desmoronamiento aumenta.

Aseguran que todo comenzó cuando desviaron un manantial que era su fuente natural de agua, para un proyecto privado en la cima del cerro. Desde entonces, una filtración fue drenando progresivamente el terreno «y de ahí los aludes», contó a IPS Jurema de Moraes.

«Tuvimos que abandonar nuestras casas porque todo se nos venía encima. No tenemos luz, no tenemos agua, el peligro es grande y ni sabemos a donde iremos a vivir», reforzó Elizabethe da Silva, otra de las 500 habitantes de Guararapes.

El desvió del manantial, que antes fluía claro y abundante y satisfacía la sed de toda la comunidad, provocó una catástrofe adicional.

El volumen anómalo de las lluvias, que superó en un día lo previsto para todo el mes, derrumbó el tanque de agua comunitario, que cayó sobre una casa y mató a las tres pequeñas hijas de una mujer que logró sobrevivir.

«Ya murieron tres niñas, dormimos a la intemperie, pero ocultan todo porque este es un lugar turístico», dijo da Silva en referencia a que por el cerro circula el tren que conduce al famoso Cristo Redentor.

«A la naturaleza no lo podemos culpar porque sabe que hace», reflexionó Waldemar Santana. «Pero al hombre sí», agregó.

Muy lejos de Guararapes, en la ciudad de Niterói, situada frente a Río de Janeiro en la bahía que comparten, otra tragedia tuvo también su mezcla de causas locales y globales. Sucedió en el Morro da Bumba, donde un barrio completo fue construido sobre un antiguo relleno sanitario y recibió incluso ayuda de sucesivos gobiernos para mejorarlo.

Con el vendaval, las casas se desbarrancaron por la ladera, en un alud de cemento, ladrillos y cuerpos de sus residentes, que sepultó las viviendas edificadas más abajo.

Los equipos de rescate se hundían en los restos emergidos del viejo basurero, que hizo aflorar restos de bolsas de plástico de residuos en medio de un olor nauseabundo.

El secretario de Salud del gobierno del estado de Río de Janeiro, Sergio Cortés, reconoció azorado que éste era el lugar menos apropiado para ubicar un asentamiento.

En 2007, la Universidad Federal Fluminense (UFF) anticipó que en Niterói existían 143 áreas propicias para deslaves.

«Considerando la cantidad de asentamientos irregulares que tenemos en nuestra ciudad la única solución es trasladar a las familias que están en áreas de riesgo, y promover la urbanización y la regularización de la propiedad de la tierra de las otras», declaró a IPS Regina Bienestein, experta en urbanismo de la UFF.

La UFF apunta entre otras causas del desastre actual a la deforestación de los cerros, donde generalmente se construyen las viviendas de los pobres. Es un aporte local brasileño al calentamiento global y tuvo un efecto espiral sobre la propia tragedia.

Fuente original: http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=95097