Fernando Dorado


“No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Carlos Marx[1]

Con un desfase de varios años, Colombia, Perú, México y otros países Centroamericanos van superando etapas en su proceso de desarrollo social y político.  Parecían  ajenos a la corriente socio-política y cultural que construye identidad entre los pueblos sudamericanos. Pero, poco a poco, despiertan a las nuevas realidades político-culturales de nuestra región.

La América “morena” está dando batallas de máxima importancia por su independencia definitiva. En paz y en civilidad va a la conquista de soberanía política; paso a paso construye autonomía e integración económica, social y cultural; y, en un aprendizaje permanente va moldeando una democracia incluyente y participativa.

Del escenario nacional de la mayoría de países latinoamericanos ha ido “desapareciendo” la oligarquía entreguista e imperial. Ésta “clase social”[2] – físicamente -, vive en Miami, New York o Europa, y ha dejado atrás “sus” capitales y algunos mandaderos, que cuidan sus intereses. La precariedad de nuestras economías disminuidas por la dependencia, el despojo de 30 años de neoliberalismo, la fuerza real del capitalismo globalizado y la relativa debilidad de los procesos de cambio, impiden la apropiación social plena y rápida de esa riqueza. Pero hay avances evidentes que se deben consolidar.

Este proceso fue re-inaugurado por la revolución bolivariana en Venezuela con la elección de Hugo Rafael Chávez Frías en 1999, que fue el resultado de una década de luchas acumuladas después del “Caracazo”. Fue continuado por la revolución ciudadana del Ecuador, la revolución del “buen vivir” en Bolivia, y ha abierto la senda de otros procesos – no tan contundentes -, pero que van en esa dirección, como los de Paraguay, Uruguay, El Salvador, Surinam, e influye sobre las dinámicas sociales y políticas de países como Brasil, y Argentina. A la retaguardia están Cuba y Nicaragua, fruto de otros momentos.

Quienes nos miran desde Europa u otras regiones, creen que la revolución nacional-democrática y la recuperación de soberanía política que se desarrolla en Latinoamérica, es liderada por la izquierda política. Es una idea equivocada. La izquierda latinoamericana – en sus diversas manifestaciones -, casi todas herederas de los partidos comunistas estalinistas del siglo pasado (XX), ha estado a la cola de este proceso, dado que se mantuvo en “hibernación” durante las décadas de extremismo neoliberal, sin lograr compenetrarse con nuestra realidad regional. No entienden el proceso, no saben para donde va, quieren dirigirlo pero a cada rato se estrellan con él.

Es más, la mayoría de esa izquierda se opone a esta revolución. En donde logran alguna influencia, desvían y desvirtúan su orientación. No han podido interpretar las fuerzas sociales que la empujan y los intereses que la mueven. El doctrinarismo de manual no ayuda en la asimilación de una aparente “banalidad de base”, que es realmente innovadora. No les “encaja” la combinación reivindicativa del factor nacional con la equidad social,  y no saben reaccionar a la articulación necesaria con los movimientos sociales, especialmente campesinos, afro-indígenas y mestizos, y de la mujer.

Otros esquemas ideológicos de carácter “estatista” los lleva a identificar lo estatal con lo público. Ello les impide apreciar otras formas de apropiación social que las comunidades han venido desarrollando (cooperativa, mutual, comunitaria, recursos de uso colectivo), así como les hace creer que la “apropiación colectiva de los medios de producción” (base real para pensar en una sociedad comunista) se puede hacer por decreto o por simple voluntad. También, los lleva a idealizar todo lo “estatal”, sin caer en cuenta que las empresas estatales – mientras no tengan una contraparte o regulación estatal y social fuerte – hacen parte “del capital global de la burguesía”. Tal situación se presenta incluso, en aquellos países donde organizaciones políticas de orientación democrático-popular han accedido a los gobiernos.

De igual manera, la idealización de las formas de lucha “insurreccional” no los ha dejado reaccionar plenamente frente a las formas de acción masiva, desde abajo, civilista, pacífica, institucional, eleccionaria, organizacional, que hoy amplios sectores populares de América están utilizando – no sólo para construir las bases de una nueva Hegemonía Social Popular -, sino para derrotar las estrategias del imperio y de las oligarquías anti-nacionales.

Todavía sueñan con la “toma del poder por la vía armada” y la “abolición de la explotación y las desigualdades” mediante la expedición de “decretos revolucionarios” desde sus soñados “palacios de invierno”. Por ello, no pueden colaborar en los procesos de construcción de poder concreto, democracia real y directa, en lo local y regional, en el movimiento real que enfrenta y supera el Estado de cosas heredado de la época colonial y de las falsas repúblicas oligárquicas.

En una serie de artículos, trataré de demostrar por qué, esa izquierda, debe replantear profundamente su papel si quiere contribuir con el impulso y desarrollo de la revolución latinoamericana.

El “ser social” de la izquierda latinoamericana

La principal y determinante limitación de nuestra “izquierda conservadora”[3] es su “ser social”. La gran mayoría de estas agrupaciones políticas representan los intereses de los trabajadores estatales, principalmente urbanos, algunos de empresas industriales del sector petrolero e hidrocarburos, metalurgia, y empleados de entidades públicas que prestan servicios de educación, salud y servicios públicos domiciliarios (agua, energía eléctrica, telefonía, aseo u otros).

Ese “ser social”, que no se corresponde con el supuesto “proletariado” que se dice representar, los hace interpretar la realidad actual con una mirada absolutamente conservadora. A pesar de su terminología marxista, de sus profecías socialistas y demás sueños fantasiosos, lo que siempre defienden son pequeños y minoritarios privilegios que los atan a los intereses de las clases parasitarias burocráticas (tanto las de viejo cuño colonial como las tecnócratas vinculadas a los centros de poder imperial) que viven del patrimonio estatal, y que son las “cuidanderas” de los capitales y propiedades oligárquicas que se han entrelazado y subordinado a los intereses imperiales.

No es casual encontrar a la cabeza de estos “partidos” a los mismos sindicalistas – hoy convertidos en algunos países en parlamentarios y políticos reconocidos –  que en los años 70 y 80 del siglo pasado (XX) protagonizaron la cúspide de las luchas reivindicatorias de los maestros y trabajadores de la salud, y demás movilizaciones que en forma reactiva se desarrollaron contra las consecuencias de la aplicación de las políticas neoliberales y la reestructuración “post-fordista”, aplicada a la escasísima industria que durante el período de la sustitución de exportaciones se creó en la región.

La mayoría de los asalariados de HOY, enfrentan condiciones de “tercerización laboral”, con contratos temporales de 60-90 días,  están excluidos e invisibilizados en el mercado laboral, y nunca son representados por esa excrecencia burocratizada que se pavonea en los escenarios sindicales de “concertación laboral” con “poses y terminología socialista”. Ésta dirigencia burocratizada representa a sectores privilegiados de los trabajadores, que muchos denominan “aristocracia obrera”, y que dada sus condiciones de existencia no puede encabezar ninguna revolución, ni nacional ni mucho menos “socialista”. De vez en cuando se acuerdan que existe un “salario mínimo” y a nombre de él, realizan “ingentes y sacrificadas luchas” en las mesas de negociación “tripartitas”.

Esta izquierda no ha podido construirse en el seno del verdadero proletariado, que son los obreros y jornaleros del campo y de la ciudad, mineros y corteros de caña, trabajadores de la palma africana y de los cultivos forestales (para producción de papel y madera de exportación), en Colombia los “raspachines” de hoja de coca, los moto-taxistas, vendedores de minutos de teléfonos móviles, pequeños comerciantes ambulantes, los trabajadores de las mini y micro-empresas que ocupan menos de 15 trabajadores, que “manufacturan” partes y componentes para la gran industria, los del sector comercio y cadenas de tiendas, los profesionales y trabajadores técnicos que han sido completamente proletarizados, y los millones de desempleados («economía informal» le llaman los teóricos del capitalismo),  todos aquellos que Marx denominaba con la categoría de ejército industrial de reserva. Ese proletariado hace rato desapareció del horizonte de esa “izquierda”.

Tampoco ha podido entender que los campesinos indígenas, afrodescendientes y mestizos, hoy colocan como sus principales reivindicaciones aspectos políticos como el Estado plurinacional, el reconocimiento de sus soberanías, la multi-culturalidad o la revaloración de sus “economías propias”,  dado que el esquema de la “reforma agraria” del siglo XX fue superado por la historia y hoy los pueblos ubican el tema de la territorialidad en relación al rescate de sus identidades nacionales y culturales.

Su mirada y formación “euro-céntrica” no les ha permitido reconocer las particularidades de nuestras tres raíces “indo-afro-euro-americanas”, ni se han dado cuenta de las grandes transformaciones que ha sufrido el proletariado en el entorno mundial. Por ello, continúan trabajando con las categorías de “Estado nacional” que correspondían a las primeras etapas del desarrollo del capitalismo imperialista. No se han percatado del incipiente contexto regional, para ampliar la mirada analítica y organizativa al bloque suramericano. Siguen limitados a reivindicaciones laborales propias del “Estado de bienestar” que sólo podía satisfacer a reducidos sectores de trabajadores, que hoy en América Latina son unos “privilegiados” frente al conjunto de la población pauperizada.

Hoy, esa izquierda requiere una “reingeniería total” si quiere contribuir de verdad, no sólo al avance de nuestras revoluciones nacionalistas y democráticas, sino aportar desde nuestros procesos con la revolución anti-sistémica y post-capitalista que se cocina en el ámbito mundial.


[1] Marx, Carlos. Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política.

[2] Representada por escasas familias de multimillonarios como los Slim, Azcárraga, Safra, de Moraes, Telles, Sicupira, Luksic, Sarmientos Angulo, Santodomingos, Cisneros, Mendoza, y demás.

[3] En esa izquierda incluyo a todas sus expresiones: la supuestamente ortodoxa, que es “estatista extrema”; la infantil súper-revolucionaria “abstencionista por principios”, la que adquiere formas libertarias y humanistas para quedarse en una especie de anarquismo utópico, y la más adocenada y burocratizada. Todas tienen el mismo origen y la misma limitación en su “ser social”.

 

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