Ángel Guerra Cabrera

La doctrina Monroe sigue viva en la cultura de la clase dirigente de Estados Unidos, que no puede tolerar, sea con rostro blanco o mulato, la independencia de América Latina. Por eso la nueva campaña multifacética del imperio contra Cuba se trenza en el tiempo con una acción semejante contra Venezuela, ahora enfilada a las elecciones de septiembre próximo, que ponen en juego la continuidad de la revolución Bolivariana. Esta coincidencia aunque por un lado responde a dinámicas específicas, por otro está relacionada con la animadversión de Washington a la creciente integración en todos los campos de ambas revoluciones y el decisivo papel que desempeñan como fuente de aliento y apoyo a los procesos emancipadores y de integración de América Latina y el Caribe.

El imperio se dispone a arremeter con toda la fuerza que pueda reunir contra el tándem cubano-venezolano, animador del único polo de resistencia a escala de una región/continente al actual orden mundial dominante. Y como ha expresado Evo Morales «“de la resistencia pasamos a la rebelión y de la rebelión a la revolución”»; es el caso que los líderes y procesos políticos de los países que forman la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América se oponen a la dominación imperialista, al sistema capitalista y actúan –cada uno en su realidad y con su ritmo– para romper con aquellos.

En Cuba hace décadas que se construyen y defienden la independencia y el socialismo en las condiciones más adversas, lo que otorga mayor relevancia a sus logros en la creación de otro mundo(y otros seres humanos) posibles. Cuba, en medio del drama humano que está ocasionando la magna crisis capitalista descuella como un ejemplo de lo que pueden lograr la voluntad colectiva transformadora de la realidad, la cohesión nacional y el apoyo popular al proyecto revolucionario de un país pequeño y subdesarrollado, incluso bajo el acoso implacable de la potencia estadunidense.

Venezuela vino a demostrar que la historia no había concluido y a confirmar la enorme potencia política de los pueblos cuando despiertan, simbolizado en la fecha del 13 de abril de 2002 cuando por primera vez en la historia de América Latina las masas automovilizadas fueron capaces, en alianza con los militares patriotas, de revertir un golpe de Estado de inspiración yanqui. Si ese día hace ocho años ya los venezolanos se habían dado una nueva Constitución aprobada en referendo por la gran mayoría del pueblo fue a partir de entonces y de la derrota del paro gerencial petrolero de meses después que la revolución Bolivariana acumularía la energía social necesaria para iniciar el proceso de rescate de su soberanía sobre los hidrocarburos, poderosa palanca para sacar de la exclusión a millones, como postulaba el texto constitucional. La sola cifra de haber pasado de medio millón a dos millones de alumnos en el sistema educacional habla por sí sola. Pero también palanca de una política solidaria latino-caribeña que ha contribuido en modo superlativo a la configuración de una voluntad de unidad e integración regional que es una verdadera pesadilla para Washington. Sin este antecedente, unido a los procesos de cambio en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, la emergencia del Brasil de Lula como potencia y la acción de gobiernos más independientes de Estados Unidos en Argentina, Uruguay y otros países no se puede entender la decisión de crear la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe adoptada en Cancún por 32 de las 33 naciones de la región.

No nos podemos llamar a engaño. El golpe de Estado en Honduras fue una medición de fuerzas frente a la ALBA y un aviso de lo que viene. Las bases yanquis en Colombia, Aruba, Curazao, Perú y América Central, la desmesurada presencia militar en Haití y las continuas maniobras de la IV Flota crean un dispositivo de intervencionismo bélico enfilado a Venezuela, Cuba, Ecuador y Bolivia.

No están desencaminados los que se preguntan por qué toda esta alharaca contra Cuba ahora y recuerdan que las grandes campañas mediáticas han solido preceder a las agresiones armadas de Estados Unidos. Quienes atacan a Cuba por supuestas carencias democráticas y de derechos humanos saben muy bien que mienten y también que carecen de moral para acusar. Son meros pretextos para conseguir los más perversos objetivos políticos, como la cínica y macarrónica declaración de la secretaria Clinton sobre Cuba y el bloqueo.