Cronica.cl /Matriz del Sur
Hasta la madrugada del 27 de febrero pasado, caleta Coliumo era un lindo pueblito de pescadores ubicado a tres kilómetros de Dichato y cinco del centro de Tomé. Aproximadamente 800 personas vivían piolamente en las casas que durante años se fueron instalando en la costa. La pesca y el turismo eran el sustento, gozaban del hermoso paisaje y de la tranquilidad del lugar.

Pero todo eso cambió tras el terremoto y posterior tsunami. Lo que no destruyó el temblor fue arrasado por las inmensas olas que arrastraban barcos de pesca, autos, casas y contenedores, como si fueran juguetes de la muerte.

«Esa madrugada fue terrible, con mi esposo apenas alcanzamos a sacar a nuestros hijos y arrancamos para el cerro. Lo que más me daba miedo era mi hijito de tres meses, porque el agua subió muy rápido y casi no alcanzamos a subir. Mira como quedó mi casa», contó Jeannete Rubio, cuya casa de cemento apenas quedó en pie. Las de madera fueron arrasadas desde los cimientos.

Pueblo fantasma

Al contrario de lo que ocurre en Conce y otras ciudades, los estragos del cataclismo todavía se sienten en esta caleta. El miedo a las réplicas, la falta de agua y de pega, convirtieron a Coliumo en un pueblo fantasma.

La gente está viviendo en albergues ubicados en los cerros. Muchos no quieren regresar al pueblo y sólo bajan para rescatar un par de cositas.

«Sin agua no se puede hacer nada, pero nos hemos arreglado con lo que nos traen en los camiones del municipio y el Ejército. Ahora nos da miedo que los niños se enfermen, pero en realidad nadie tiene muchas ganas de volver por miedo a otro tsunami», nos dijo Claudia Sanhueza.

«Estamos sin trabajo, los barcos se fueron con las olas, muchos se hundieron o quedaron varados a kilómetros de acá. Este mes nosotros íbamos a salir a trabajar en la sardina, pero después de esto no tenemos pega en ninguna parte», señaló Mario Torre, mientras observaba los restos de un barco hundido en el mar.

«Es triste ver como quedó todo. Ahora somos como un pueblo fantasma, porque la gente arrancó y están todos en los albergues. Algunos bajan pero ligerito se van, porque está hasta el mito de que están penando. Una familia se vino pero les dio miedo, porque sintieron que de noche les golpeaban la puerta. Igual, apenas den el agua y la corriente yo me quiero venir de vuelta a mi casa», aseveró Ricardo Reyes.