Arthur Ituassu
Debate
Mientras en el fresco verano de Río las reparadoras “aguas de marzo” limpian las calles de Ipanema y las almas de los cariocas después del carnaval, la política está empezando a calentarse. Unos meses después del próximo gran acontecimiento que tantos brasileños esperan con ansiedad -el Mundial de Fútbol que se disputará en junio en Sudáfrica-, el país se sumergirá, el 3 de octubre, en una serie de elecciones: parlamentarias, de gobernadores estatales y de presidente, y en este último caso, de ser necesario, también habrá una segunda vuelta el 31 de ese mes.
Lo que torna tanto más fascinante a la elección presidencial es que por primera vez desde 1984 una de las grandes figuras de la moderna política brasileña, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, no será candidato. Después de afrontar tres elecciones que le resultaron adversas (las de 1989, 1994 y 1998), Lula fue elegido presidente en 2002 y ha gobernado durante dos períodos que transformaron en más de un sentido a su país. Ahora se retira del centro de la escena, ya que la Constitución brasileña impide un tercer mandato presidencial consecutivo. Sin embargo, la gestión de Lula ha sido tan exitosa que no se debe descartar la posibilidad de que vuelva a postularse en 2014. En todo caso, los brasileños se enfrentan ahora a un test democrático en el que nuevas figuras -en muchos casos, por lo demás, bien conocidas para el electorado- ocuparán el primer plano de la escena.
¿Qué nos revela este momento acerca de la naturaleza de la democracia brasileña en 2010, y acerca del impacto y del legado de Lula?
Una dinámica de la continuidad
La campaña comenzará oficialmente a principios de abril. Los principales partidos se están preparando intensamente para la pelea, sobre todo los dos gigantes: el PT (Partido de los Trabajadores) del presidente Lula y el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. La competencia entre ellos promete ser uno de los aspectos más interesantes de la elección.
Los candidatos de los otros partidos ya están desplegando su parafernalia y haciendo todo lo que pueden para atraer la atención de los medios. Pocos días después de las glamorosas jornadas que acapararon la atención pública en el Sambódromo de Río, Marina Silva, ex ministra de medio ambiente de Lula y actualmente senadora, que se postulará a la presidencia encabezando las boletas del PV (Partido Verde), aterriza en el Santos Dumont, el aeropuerto carioca, y como el enmarañado tráfico demora su llegada a los estudios de la poderosa emisora radial CBN, envía un tweet para avisar que está en camino.
En la entrevista, declara que su campaña representa un “realineamiento de la política brasileña” que podría quebrar la polarización entre el PT y el PSDB: “Mi misión es mostrarle al pueblo que tenemos que componer una sinfonía y crear una orquesta, algo que cambie nuestro modo de producir, de consumir y de relacionarnos con la naturaleza”.
Es una imagen atractiva que, además, apunta a una verdad más profunda acerca de las próximas elecciones. Porque, en mi opinión, lo más probable es que en la elección presidencial de 2010, en realidad, la actual polarización entre las dos principales fuerzas de la arena política brasileña se consolide, lo que conducirá a estos partidos y a sus políticos más destacados -y no me refiero necesariamente a sus candidatos- a jugar un papel decisivo en el resultado. Ésa es la lógica que subyace al deseo de la senadora verde de forzar un alineamiento diferente y, al mismo tiempo, la razón por la cual no tiene la más mínima chance de ganar.
Además, yo sostendría que este actual punto muerto PT/PSDB representa una tendencia muy positiva para la organización política brasileña, una tendencia que apuntala el actual progreso económico del país que tanta atención mundial ha despertado, y, haya o no una segunda vuelta el 31 de octubre, asegura una continuidad sin fisuras. También vale la pena señalar la sustancia política de esta continuidad: hoy, en Brasil, nadie quiere estar “a la derecha”.
Serra y Rousseff
Una pista que indica la posible configuración del Brasil pos Lula es que los candidatos más seguros de los dos partidos mayoritarios han sido, ambos, funcionarios del área presidencial. José Serra, el gobernador de San Pablo, que representa al PSDB, es un político muy experimentado de altísimo perfil en el estado más rico del país; pero también alcanzó visibilidad y poder en el plano nacional como ministro de salud del gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1994-2002). Por lo demás, en 2002, tras superar en la interna a otro de los ministros de Cardoso, Serra se convirtió en el candidato presidencial de su partido, aunque finalmente sería derrotado por Lula en la que sería la primera victoria del ex obrero metalúrgico.
Por su parte Dilma Rousseff, jefa de gabinete del gobierno de Lula, no ha sido nunca candidata en elecciones nacionales. Su ascenso al poder se vio facilitado por los escándalos de corrupción de 2006-2007 -que estallaron al hacerse públicos los mensalaos, los sobornos que recibieron varios diputados para favorecer proyectos del Ejecutivo-, que sepultaron a figuras influyentes del PT como José Dirceu, antecesor de Roussef en el cargo de jefe de gabinete, y Antonio Palocci, ex ministro de economía, que de no haber sido por aquellos escándalos habrían sido candidatos seguros a la presidencia.
Dilma Rousseff, que como su nombre lo sugiere es producto de la gran diáspora búlgara que también produjo al venezolano Teodoro Petkoff, ha estado esforzándose al máximo durante meses por capitalizar los beneficios de su cercanía con un presidente que goza de una enorme popularidad. De hecho, la influyente consultora Datafolha ha difundido los resultados de una encuesta según la cual el nivel de aprobación pública conque cuenta Lula es el más alto que haya alcanzado un presidente brasileño desde 1990: el 73 por ciento de los brasileños dicen que el gobierno de Lula es “bueno” o “muy bueno”. No habrá que sorprenderse si Dilma recorre el país flanqueada por Lula y aparece a menudo fotografiada junto a él.
Sin embargo, ya es evidente que se está haciendo un esfuerzo por convertir la elección de 2010 en una comparación entre los dos gobiernos más largos de Brasil, desde que en 1985 concluyera la dictadura militar: el de Cardoso (1994-2002) y el de Lula (2002-2010). La exaltación retórica no ha esperado el comienzo oficial de la campaña: el nuevo jefe del PT, José Eduardo Dutra, dijo en noviembre de 2009 que los brasileños “compararán dos proyectos que ya conocen”, en tanto que Cardoso le replicó que “Lula está pasando por un momento de euforia que lo conduce a distorsionar lo que ocurrió en mi gobierno”.
Esta comparación terminará agotándose en los próximos meses, y en ello jugarán un papel clave los logros económicos (muy similares) que caracterizaron a ambos gobiernos. Los que defienden a Cardoso se verán obligados a sostener que el contexto lo es todo: porque fue el Plan Real de Cardoso el que equilibró la economía brasileña después de décadas de inestabilidad crónica y le dejó a Lula una libertad de maniobra envidiable.
Un camino compartido
La tendencia a la consolidación de un duopolio político estable en el corazón de la democracia brasileña, también resulta favorecida por el carácter pragmático de la política tal como se desarrolló en el país desde la restauración de la democracia. Las dos últimas décadas han fortalecido a los partidos políticos y -aun con un líder popular como Lula-, han disminuido la tendencia alguna vez dominante a la “personalización” que exaltaba al carisma como principio político. De hecho, el politólogo brasileño César Romero Jacob ha escrito que, en Brasil, cualquiera sea el candidato a la presidencia deberá trabajar teniendo en cuenta por lo menos cuatro “estructuras de poder”: la clase media urbana educada, los evangélicos, el populismo de la periferia y las oligarquías regionales.
Lula, por ejemplo, hizo una alianza con los evangélicos cuando eligió a José Alencar para el cargo de vicepresidente. Alencar, del PRB (Partido Republicano Brasileño), es un político conservador que ha criticado públicamente la homosexualidad y el casamiento entre personas del mismo sexo. El actual presidente, siempre amado por la clase media urbana brasileña, cosechó muchos votos en la periferia y entre las oligarquías regionales (a menudo a través del apoyo de políticos que cuentan con una fuerte base regional, como el ex presidente José Sarney en el norte y el nordeste de Brasil).
Además, el éxito de los programas sociales de Lula, como el de la “Bolsa Familia” -que distribuye una pequeña suma de dinero a quince millones de familias brasileñas y ha tenido un enorme impacto en la mejora de su nivel de vida- no sólo ayuda a reducir la pobreza sino que también fortalece a las autoridades políticas locales en regiones muy pobres en las que las oligarquías tradicionales cuentan con un enorme poder, garantizándole así al gobierno apoyo político (y votos) en la periferia.
Números y alianzas
Es cierto que este proceso comenzó durante el gobierno de Cardoso, pero se consolidó y expandió durante el de Lula, y esto puede favorecer a Dilma Rousseff. De hecho, algunas encuestas sugieren que el 40 por ciento de los que reciben la Bolsa Familia votarán por Dilma Rousseff, contra un 25 por ciento que prefieren a José Serra. En un sentido amplio, las mismas alianzas y estrategias que hicieron posibles los triunfos de Lula en 2002 y 2006 –después de tres derrotas sucesivas-, serán el soporte de Dilma Rousseff en 2010.
El PSDB, por su parte, sin el beneficio que implica estar en la cima del poder, también intenta construir una coalición que lo lleve a la victoria. La figura clave para la estrategia política del partido es Aécio Neves, gobernador del estado de Minas Gerais. Neves es el nieto de Tancredo Neves, un político de predicamento histórico estrechamente ligado al proceso de democratización del país: había sido elegido presidente por el Congreso brasileño en 1985, en la primera elección libre después de dos décadas de gobierno del régimen militar, pero murió antes de asumir el cargo.
Aécio Neves ha cumplido dos mandatos como gobernador de Minas Gerais, cuyo caudal electoral sólo es superado por el del estado de San Pablo, y logró conservar más de un 70 por ciento de popularidad entre los mineiros. Aunque nunca ha ocultado su deseo de ser el candidato presidencial del PSDB en la elección del 3 de octubre próximo, el hecho de ser más joven que Serra, una figura señera del partido, no le ha permitido por ahora superarlo en la interna. Esta circunstancia hace que la perspectiva de una fórmula José Serra-Aécio Neves resulte muy atractiva para el PSDB, aunque todavía habrá que convencer a Neves de las virtudes de ser un candidato a vicepresidente. Esta sociedad podría asegurarle al PSDB una mayoría electoral en Minas Gerais y un fuerte apoyo de los políticos vinculados con el poderoso gobernador y, además, morigerar las críticas de aquellos que consideran a Serra demasiado paulista y lo ven como un político más bien arrogante.
En el PSDB hay incluso quienes imaginan que una fórmula así abriría un camino glorioso hacia una hegemonía política que podría extenderse a lo largo de dieciséis años: una reelección de Serra en 2014, y luego una transmisión del mando de éste a Neves para completar dos mandatos más. Evidentemente, en la era Lula los brasileños han aprendido a soñar.
En esta etapa preliminar, lo que está en juego es el resultado en 2010. José Serra va adelante en las encuestas, aunque Dilma Rousseff se le está acercando: según Datafolha, cuenta ahora con un 32 por ciento de apoyo contra un 28 por ciento para Dilma, en tanto que en diciembre de 2009 la brecha era mayor: 37 por ciento para Serra y 23 por ciento para Dilma. Pero estos dos grandes rivales no aparecen como muy diferentes en el plano político: ambos son centralistas y, como políticos, valoran la capacidad de gestión.
Pero sea cual fuere el resultado de la elección, el actual mapa político de Brasil garantiza la existencia de una oposición fuerte y de una fuente alternativa de poder, lo que fortalece las instituciones políticas del país y la continuidad política.
En términos generales, los gobiernos de Cardoso y de Lula fueron muy similares. Ambos mantuvieron la estabilidad económica y aplicaron políticas en áreas sociales que habían sido completamente descuidadas durante décadas. Cardoso puso más énfasis en la salud pública y la educación primaria, Lula en el nivel universitario, la Bolsa Familia y la infraestructura.
También puede ser que el Partido de los Trabajadores crea más que el Partido de la Social Democracia Brasileña en la capacidad del Estado a la hora de resolver problemas económicos y sociales. Los dos partidos también tienen enfoques relativamente diferentes en cuanto a la política exterior, aunque esto también tiene sus límites; tanto Serra como Cardoso podrían ser considerados “liberales” en el sentido que tiene este adjetivo en Estados Unidos.
Así, el PSDB no es de ninguna manera un partido de la “derecha” política brasileña, aun cuando eso es lo que el PT querría que fuera. Los pesedebistas son mucho más socialdemócratas que liberales o conservadores. Pero también es cierto que la necesidad de celebrar alianzas políticas ha llevado al PT a desplazarse de la izquierda hacia el centro, y a mantenerse allí.
En este contexto, la polarización partidaria no sólo garantiza una continuidad sino que convierte a la centroizquierda en la fuerza dominante en el país, y aunque pueda parecer paradójico, esto hace que la elección de 2010 resulte más interesante que cualquier otra de su historia política. Por eso podemos volver a decir: bienvenido a la política, Brasil.
Arthur Ituassu es Profesor de relaciones internacionales en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil. Copyright Open Democracy y Debate
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar/2010/03/31/2767.php