En un viernes santo sin diarios, la estrategia de la inseguridad volvió a la agenda setting con la misma virulencia que en febrero y en noviembre de 2009. Solo que aquellas dos oportunidades, las oleadas de violencia tuvieron como base de sustentación hechos reales y concretos.
* En febrero del año pasado, el fusilamiento del policía Aldo Garrido en San Isidro, que por su brutalidad y por el arraigo que tenía Garrido en la comunidad, generó una intensa reacción popular que excedió a la zona norte del Gran Buenos Aires, para trasformarse en un auténtico leading case a nivel nacional. Aldo Roberto Garrido tenía 61 años y hacía veinte años que prestaba servicio.
∑ La trágica noche que vivió la familia Landolina (era personal trainner de Guillermo Cóppola) en Lomas del Mirador, La Matanza, que terminó con Hernán, el jefe de la familia, acribillado a balazos en la puerta de su casa ante la mirada de su mujer y sus hijos.
∑ Y el confuso asesinato de Gustavo “Damián” Lanzavecchia, florista de Susana Giménez. Que arrancó como un robo violento y terminó como la derivación de una potencial fiesta sexual seguida de robo y el crimen. A medida que fueron pasando las horas y avanzó la investigación policial, se conoció que el colaborador de Susana recibió a un grupo de tres conocidos, y a un cuarto que era policía de la Bonaerense, y que Lanzavecchia aguardaba a “otro” amigo. En ese momento, la situación se habría tensado a tal punto de que uno de ellos habría «enloquecido», tomado un cuchillo de la cocina y apuñalado con él al oficial al momento de ingresar y después matar a Lanzavecchia.
Pese a que el caso fue resuelto por la DDI de La Matanza y dos de los asesinos de Lanzavecchia quedaron presos, el caso sirvió para fogonear una marcha contra la inseguridad en Plaza de Mayo bajo la convocatoria de Susana Giménez y la organización de Costanza Guglielmi, “la nueva Blumberg”. La derecha mediática aprovechó para editar los tres casos como si se tratara de una espiral de violencia desatada sin control. Y así fogonearon para instalar un escenario que retrotrajera a la memoria colectiva a los tiempos en que apareció en escena Blumberg.
Y aunque la marcha resultó un fracaso en términos de convocatoria ya que el 18 de marzo de 2009 no pudieron reunir ni diez mil asistentes, hizo su presentación lo que fue una estrella fugaz de la mano dura: Constanza Guglielmi, una mujer que se presentó como una ciudadana más pero tiene fluidos vínculos con la política. A saber: Guglielmi tuvo su primera aparición pública tras el asesinato de su hermana María Pía, en junio de 2006, en Palermo. Un crimen que aún no fue esclarecido. Pero la “nueva Blumberg” tiene una historia política previa dentro del peronismo. Fue secretaria del senador santafesino Carlos Reutemann y luego se sumó a las huestes de Alberto Rodríguez Saá. En su agenda abundan los números de varios dirigentes del pejotismo anti-K, entre los que se destaca el empresario y diputado Francisco de Narváez, quien hizo foco en la inseguridad como eje de su permanente campaña electoral.
La convocatoria estuvo respaldada por varios personajes de la farándula (Nito Artaza, Facha Martel, Carolina “La Chola” Baldini, Laurencio Adot, Anamá Ferreira, y Ana María Giunta), y el rabino Sergio Bergman, siempre cercano al menemista Alberto Kohan Entre la repercusión de estos casos en los medios y la fuerte campaña a través de Internet y del Grupo Clarín para invitar al acto, la expectativa de la manifestación fue alta. El resultado no. Una plaza semivacía sorprendió a los organizadores.
Para ese entonces, Guglielmi ya había sucumbido al archivo, donde se pudo precisar que su padre, Alejandro, había sido denunciado por ser parte del centro de detención y represión “El Campito” en Campo de Mayo. La pobre convocatoria (muy lejana a las aspiraciones los 60 mil concurrentes al acto de Blumberg antes de que cayera en desgracia) y el fracaso táctico de apelar a personajes famosos, hizo que el tema inseguridad fuera puesto en el freezer de la agenda setting.
La inseguridad recién volvió al centro de la escena en la primera semana de noviembre, cuando arrancó una sorprendente seguidilla de asesinatos a personas muy apreciados por sus vecinos: La primera fue Maria Elena de Césaris, embarazada de seis meses de gemelos, que fue atacada a “puntazos” en el cuello en la puerta de su casa de clase media en Villa Ballester y falleció camino al hospital.
En la misma semana le siguió el impactante caso de Santiago Urbani, quien estacionó su Chevrolet Corsa en la casa de un vecino a las tres y media de la mañana y, en Liniers al 1900 de Tigre. Cuando se bajó del auto, fue sorprendido por, al menos, cinco delincuentes. El chico entró agitado en la pieza donde dormía Julia, su mamá, la despertó y le pidió desesperado: “Dales todo que es un robo”. Ella obedeció. Les dio la notebook, sus alhajas y dinero. Pensó que con eso se irían. Pero se equivocó. A Santiago lo fusilaron de un tiro en la cabeza con una escopeta calibre 21.
El remate llegó dos días después, cuando Renata Toscano una arquitecta y profesora de catequesis fue asesinada con un disparo en la cara por delincuentes que intentaron robarle el auto en la localidad bonaerense de Wilde, partido de Avellaneda. La reacción popular fue tan fuente, que por unas horas el eje mediático que conforman TN-Clarín-La Nación, avanzaron con su metamensaje predilecto: la democracia es incapaz de detener la ola de violencia. Otra vez la edición, compactamiento y repetición constante de los tres hechos en una «cedena nacional» paralela resultó eficaz para sensibilizar a la opinión pública. Tanto que el gobernador Scioli sintió como nunca la presión para que pusiera fin a la gestión de su ministro de Seguridad, Carlos Stornelli. Scioli resistió, sabiendo que entregar a su ministro significaría avalar la escalada de violencia contra referentes sociales de barrios populosos del Conurbano bonaerense. ¿Cuál es la explicación para que maten, sin razón aparente, a “gente buena”? se preguntaron en los despachos de la Gobernación, para inmediatamente pasar a otra pregunta: ¿quién puede estar detrás de estos hechos en apariencia sin conexión?
Las preguntas nunca tuvieron respuestas. Y si las tuvieron nunca se hicieron públicas. Sólo el fragor de una nueva estrategia mediática que puso en marcha en el verano, sacó de circulación por una temporada al tema de la inseguridad.
Pero la sucesión de fracasos que acumuló la oposición parlamentaria en los últimos meses (insubordinación y atrincheramiento de Martín Redrado en el Banco Central, intento de voltear la estrategia oficial de canje de deuda, estrategia sistemática para voltear los DNU presidenciales para utilizar parte de las reservas para el pago de la deuda externa, etc) terminaron por convencer a la derecha mediática que aquellas reuniones de finales de 2009 en las oficinas de Héctor Magnetto con Julio Cobos -a solas-; con Felipe Solá, Carlos Reutemman, Das Neves, Luis Juez, operadores calificados del macrismo como Esteban Bullrich o Santilli, y en algunas ocasiones Francisco de Narváez, no tuvieron los frutos esperados. Las peleas de cartel de Carrió contra Cobos, de Cobos contra Alfonsín (jr), de Solá contra Reutemman y las sospechas permanentes de todos contra el poder del aparato de inteligencia que operan el sindicalista Luis Barrionuevo, y el ex SIDE Miguel Angel Toma, sembraron un ambiente de confrontación permanente. Una imagen de dispersión opositora.
Eso, simado al repunte en las encuesta y en la opinión pública del oficialismo, agotaron la paciencia y la credibilidad de la derecha mediática en “la oposición institucional”. Ante la necesidad imperiosa de escapar hacia adelante y provocar fisuras en el oficialismo, el reflejo inmediato fue apelar a la vieja pero no por eso poco efectiva fórmula de agitar a la opinión pública con “La inseguridad”.
Así, mientras TN, Clarín y La Nación apelaban a golpes de efecto como los falsos robos a Nicole Neumman y al country “Ayres de Pilar”, revista Noticias extrajo del freezer una ola de robo a countries de más de un mes de antigüedad, para armar una tapa dirigida al corazón de la clase media alta: la inseguridad en los barrios cerrados y el fin de la era de bienestar que a su juicio significaron los Noventa. Sin fuentes verificables, Noticias sostiene que en marzo pasado un robo cada cuatro días en countries y barrios privados o que casi 40 mil vigiladotes privados no alcanzan para custodiar casas y bienes. Con más imprecisión aún, la revista insignia de Jorge Fontevecchia asesura que en los últimos cinco años se duplicaron las consultas ¿en los barrios cerrados? Por trastornos de ansiedad y estrés.
Para que no queden dudas de la intencionalidad ideológica de la nota de tapa de Semana Santa, Noticias se despacha con un párrafo de antología.
“En la década del ’90, los barrios privados se convirtieron en un refugio para las personas que buscaban tranquilidad y una mejor calidad de vida, a salvo del ruido y de los peligros de la ciudad. Con un toque de status, era cambiar el cemento de la ciudad por espacios verdes. Vivir en un mundo idílico parecía posible: un ambiente pacífico y natural donde ni siquiera la realidad que se vivía afuera podía amenazar o vulnerar. Los niños crecían respirando aire puro y podían correr libremente por las calles internas. La amenaza y el peligro estaban del otro lado del cerco. Hasta la distancia que había con la ciudad no era un problema: los accesos –algunos de ellos, como la Panamericana, recientemente ensanchados– daban la posibilidad de llegar sin demoras, bocinazos ni apuros. El estrés prometía ser parte del pasado. Sólo era cuestión de llegar a vivir a la burbuja country”