José Pablo Feinmann


Ahora son viejitos. O están viejitos. Porque serlo, no lo son. Aunque vacilen al hablar o el Parkinson asome aquí y allá. Esta gente no envejece. Protagonizó una de las luchas más puras de nuestra historia. La hicieron al margen de la conducción de Perón. La hicieron desde el corazón de las masas. No mataron a nadie. “Nosotros no matamos a nadie.” Llevaron adelante una huelga ejemplar respaldada por todo un barrio populoso y proletario: Mataderos. Hicieron, así, la Comuna de Mataderos, pero hablada en el idioma del Buenos Aires obrero, de los perseguidos por la “Libertadora”, de los que estaban dispuestos a no ceder, a no humillarse, a seguir peleando. Si Alejandro Fernández Mouján mostró en su film anterior, Pulqui, cómo era “la patria de la felicidad”, en éste nos muestra la patria de la persecución y de la resistencia a esa persecución. Los que toman la palabra son los veteranos luchadores. Uno de ellos dice que la lucha que protagonizaron (La Resistencia) “está oculta. No la quiere levantar nadie”. Por supuesto: nadie tiene ni tuvo mucho interés en levantarla. Si bien la Jotapé la reconoció siempre como antecedente, era sólo eso: un comienzo, un balbuceo. Incluso en esa estrofa que le añade a la Marcha Peronista está expresada la imposibilidad de entender el germen, el núcleo esencial de la Resistencia: Ayer fue la Resistencia/ Hoy Montoneros y FAR/ Y mañana el pueblo entero/ en la lucha popular. Error, grave error. ¿Cómo tantos podían vocear una consigna tan mal construida? ¿Nadie se daba cuenta? La consigna debió ser: Y por siempre el pueblo entero/ en la lucha popular. ¿Cómo el pueblo va a estar recién mañana en una lucha que se define popular? ¿Cómo va a ser popular una lucha que no tiene pueblo? Ahí está el iluminismo de la vanguardia foquista. Ellos son el pueblo. El pueblo, todavía, no está en la lucha que se hace en su nombre porque le falta, porque no está preparado o no está organizado. Falso: si no está el pueblo, la lucha no es popular. Podrá ser foquista, vanguardista, el germen de un Vietnam, lo que se quiera. Pero no popular. (Vietnam fue popular porque la lucha la hizo un ejército con una gran conducción y el apoyo de todo un pueblo. No fue por azar que ganaran.)

Hubo, en las guerrillas latinoamericanas, un error fatal: creer que se podía luchar en nombre del pueblo pero sin el pueblo. Los resistentes de la Resistencia Peronista eran el pueblo. Por eso la continuidad que marca la versión montonera de la marchita es errónea: Ayer fue la Resistencia/ Hoy Montoneros y FAR. No es así. Montoneros y FAR no son la continuidad de la Resistencia. La Resistencia estaba formada por obreros. Las formaciones especiales (que Perón bautizo bien: especiales, para una etapa especial de la lucha) no nucleaban obreros, sino jóvenes de la mediana burguesía, educados, con lecturas, con instrucción militar en Cuba y con la lucha armada como metodología principal de la praxis. La Resistencia es anterior a la Revolución Cubana. Nace –como bien dicen los militantes que filma Fernández Mouján– el 16 de junio de 1955. Es decir, retornado a la queja que estamos analizando (¿por qué nadie recuerda, nadie levanta a la Resistencia Peronista?) tenemos una primera respuesta: la Tendencia Revolucionaria del ’70 la levanta mal. Desde el foquismo, no desde las masas. ¿Quién más pudo haberla levantado? ¿Perón? No: la Resistencia fue la más importante acción de lucha del pueblo peronista, pero se dio al margen de la conducción de Perón. Los viejitos de Fernández Mouján son peronistas, pero no esperan ni carta de Perón, ni comunicación telegráfica o telefónica ni el famoso casete del grabador Geloso de la época. No esperan nada. No pueden esperar. Se han largado a pelear por su cuenta. Incluso la dura condena que Perón arroja sobre el levantamiento de Valle tiene ese raro tufillo: se hizo sin la orden correspondiente, sin el visto bueno del Padre Eterno. Por eso fracasó. Fue prematura. Claro: él no la había ordenado, ¿cómo no habría de ser prematura? Los resistentes no pueden ser levantados por el líder porque el líder no los condujo. La Resistencia tendría que haber sido levantada por el Movimiento Obrero, pero, una vez derrotada, los jerarcas de la conducción sindical se olvidan de la lucha y adhieren al diálogo, a la conciliación, al pacto, a la negociación infinita. Se acabó la lucha. Y no hay nadie más. Los comunistas –aunque participaron– nunca se llevaron bien con los obreros peronistas. Los radicales, ni hablar. Partido de clase media, siempre pacta con el régimen antes de hablar con los obreros.

Por eso es tan valioso este film. Hay que verlo. (Se da en el Malba. Hay que verlo pronto para que no baje. Si no, los resistentes van a sufrir otra tristeza: haber tenido poco tiempo para que la gente los conozca, para contar su apasionante historia.) Hay que escucharlos y hay que mirarles las caras curtidas por los años y por las luchas que protagonizaron. Son Eladio “Tate” Martínez, Enrique “Chiche” Pecorino, Jorge Vázquez, Juan Carlos “El Negro” Cena, Rafael Cullen y Reynaldo Mena. Ellos miran a la cámara y hablan. Y dicen muchas cosas memorables: “¿Qué nos dio el peronismo? El coraje de discutirle a un patrón. ¿Vos sabés lo que es discutirle a un patrón? ¿Lo que era eso en 1946, 1947? Era increíble. Y nosotros lo hacíamos. Con el peronismo habíamos aprendido que teníamos el derecho de hacerlo. Que el patrón no era el mandamás al que había que tenerle miedo. No, era un tipo como cualquier otro. Y nosotros le discutíamos. Si le pedíamos aumento de sueldo, nos decía: ‘Andá a pedírselo a Perón’. Si queríamos vacaciones, lo mismo: Perón, que te las dé él. Era una venganza. Los habíamos ofendido. Porque el obrero –con el peronismo– empezó a tener dignidad. ¡Empezó a ir a Mar del Plata! De pronto, los patrones que paseaban cómodos y tranquilos por la Rambla nos vieron aparecer a los negros ¡haciendo lo mismo! No lo podían creer. Iban a los cines del centro. Al Gran Rex. O al Opera. Y de pronto se les sentaba un negro al lado. Ahí les nació el odio. Si llevábamos una carretilla y la teníamos que dejar 10 metros más allá pero sonaba el timbre del mediodía, ¡a la mierda!, dejábamos la carretilla donde estaba. Exactamente en el punto al que había arribado no bien llegó el timbre. Algunos decían: ‘¡Negro hijo de puta! Llevá la carretilla ésa adonde tiene que estar’. ‘Llevala vos. Yo trabajo hasta que suena el timbre. Ahí, el tiempo es mío’. Nos odiaban. Por eso se vengaron tan fieramente. El decreto 4161. Si decías Perón o Evita, si cantabas la Marcha ibas en cana. ¡Y cómo picaneaban, hermano!” “Yo –dice otro– salía con el escudito peronista en la solapa, pero lo daba vuelta para que no se viera. A veces, un cana me bloqueba el paso. ‘¿Qué llevás ahí?’ ‘¿Dónde?’ ‘¿Cómo dónde? En la solapa, atorrante. Dalo vuelta, vamos.’ Yo lo daba vuelta y el cana veía el escudito. Me decía: ‘Boludo, te puedo meter en cana un mes o más por eso? Yo le sonreía. Me le acercaba un cachito y le decía: ‘Dale, si vos también sos peronista’. El cana se sonreía, pero como conteniéndose. Por fin, decía: ‘Andate. Pero cuidate más. No te regalés. No todos son como yo’.”

Las reuniones se hacían en las cocinas. Ahí se juntaban los morochos de la Resistencia. Le decían la militancia de las cocinas. A uno no le gustaba que le dijeran Negro. “¿Cómo Negro, carajo?” –decía–. “Yo soy un morocho sudamericano.” Iban a bailar. A los clubes de barrio. A las milongas. Las mujeres contra una pared. Los hombres, contra otra. A las mujeres les decían “Teneme el chico”. Porque no tenían dónde dejar a los pibes y eran madres solteras. Entonces, si algún morocho sudamericano las cabeceaba para bailar, ellas le decían a la amiga que tenían al lado: “Teneme el chico”. Eran todos laburantes. Todos tenían que ver con algún gremio. El PC buscaba unírseles. Pero sus militantes no querían cantar la Marchita. Ahí se armaba. Había canas jóvenes que colaboraban. Toda la primera resistencia –hasta 1960– fue cerradamente peronista. No hubo izquierda. Pero no porque fuera rechazada. Sino por otro motivo: no se presentó. La izquierda era culta y discutía en revistas –que los resistentes no podían conocer– si el peronismo había sido un fenómeno nacional burgués, bonapartista o, sin más, fascista. Por qué no había hecho la reforma agraria, por qué no había expropiado a los Bemberg, por qué sólo fue un fenómeno distributivo y no revolucionario. Entre tanto, los obreros ponían caños. Hacían sabotajes. Eran sacados de sus casas. O los milicos entraban en las villas.

No hubo ni habrá nada como la Resistencia Peronista. La hizo el coraje y la lucidez de los auténticos obreros. No la condujo Perón. Ni pensaron en la lucha armada, en matar a alguien. Se reunieron en las cocinas y la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre fue ejemplar. La tuvieron que liquidar cruelmente con tanques Sherman y 2000 soldados. Bajo el Conintes de Frondizi. Pero nada podrá detener la lucha de los desposeídos, de los condenados. No significa que van a ganar. Eso nadie puede decirlo. Y ya se dijo demasiado. No. Significa que van a seguir peleando. Porque un día –en plena lucha de la Resistencia– apareció una pintada en un pequeño lugar que llevaba por nombre Villa Manuelita. Y expresa el empecinamiento de los hombres por pelear hasta el fin por eso que los hace –precisamente– hombres, su libertad. La pintada decía: Los yankis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no.