Omar Cid

 

Hasta el viernes 27 de febrero a las 3:30 a.m. todo parecía funcionar bien en el mall de los gerentes, pero la naturaleza, como otras tantas veces en nuestra historia, nos tenía guardada una sorpresa.

De sopetón, el país que se codeaba con las grandes potencias, ese que daba clases de comportamiento cívico, económico y social. El país de la post-dictadura, de los acuerdos nacionales; de la revolución silenciosa liderada por los militares, empresarios y la clase política oportunista, pierde su máscara.

La señora presidenta Bachelet, como en los primeros días de su gobierno, luego del fracaso del proyecto estrella Tran-Santiago, demuestra su incapacidad para resolver situaciones de crisis. Se despide como llegó… a trastabillones y titubeos.

El Chile del bicentenario, hecho a la medida de los poderes fácticos, del empresariado local y transnacional colapsó.

El sistema de distribución de alimentos concentrado en dos grandes cadenas de supermercados, demostró ser inútil ante situaciones de catástrofe.

Pero los medios de comunicación y los discursos oficiales tanto del gobierno como de la derecha, se coluden, para instalar en el centro de la discusión los saqueos, el vandalismo, o sea, ante las pérdidas de vidas, de enseres básicos, de ausencia de gobernabilidad, se genera un clima de incertidumbre donde el “derecho natural de propiedad” no se toca.

Ante una situación tan desastrosa, correspondía pedir la intervención inmediata del ejército para que tomara el control de las ciudades más afectadas y distribuyera racionalmente: comida y artículos básicos de manera gratuita, impidiendo la usura y llevando la tranquilidad a la ciudadanía, si el ejército y las ramas de las FF.AA. no están preparadas para eso ¿Quién lo está?

Porque no sólo se trata de la tardía decisión en declarar el estado de emergencia, por parte del gobierno de turno, que pudo evitar una serie de daños colaterales, el tema de fondo, son las graves deficiencias, producto del modelo económico y social vigente en Chile, capaz de forjar la peor de las pesadillas.

El gobierno se justifica en la falta de comunicaciones, es decir, se tuvo dinero de sobra para comprar una docena de F-16, fragatas y todo tipo de juguetes de guerra; pero no se invirtió un “par de chauchas” en teléfonos satelitales para sostener las comunicaciones en situaciones de emergencia.

Tuvo que venir la señora Clinton, a enrostrarles elegantemente su torpeza.

El gobierno y la derecha patronal han mentido descaradamente sobre el número de víctimas y la proyección de la crisis, incluso al fragor del colapso, incansables en su sed de ganancia, se disputan los contratos de reconstrucción.

Finalmente, el desastre deja una serie de interrogantes, que el aparato político y oligárquico deben responder.

¿Se debe comenzar la reconstrucción y desarrollo inmobiliario con la misma ley de construcción existente, o antes de firmar contratos millonarios el gobierno debe fortalecer el control y facultades de los municipios para custodiar el antes, durante y después de una obra?

¿Es posible que en un país sísmico como el nuestro, todos los servicios básicos pertenezcan a empresas privadas extranjeras, que no tienen la responsabilidad social que el Estado tiene con sus ciudadanos?

¿Cuáles son las inmobiliarias y constructoras que encabezan el listado negro de proyectos de construcción fracasados? ¿Quiénes son sus dueños, sus accionistas mayoritarios, los integrantes de sus directorios? Los chilenos esperamos respuesta.

¿Dónde están las sanciones que corresponden ante el gravísimo error cometido por la armada, al no dar aviso oportuno de maremoto? ¿Basta con el reconocimiento? ¿No corresponde que el mando superior ponga su cargo a disposición?

Es la hora que el mundo progresista y de izquierda, ubicados en Chile y en el exterior, pidamos explicaciones y no escondamos las críticas, estamos dispuestos como todos a reconstruir, pero no nos pidan el silencio cómplice.

La tierra y el mar pusieron fin a la larga fiesta de los poderosos; y a los pobres, les heredó lo de siempre, muerte y desamparo.

Pero de los escombros nace la reflexión y la necesidad de plantearnos otro país, otra forma de relacionarnos, otra manera de concebir el Estado, nuestras autoridades.