Gustavo Claret Vásquez

La sociedad chilena, en ocasión del terremoto que le sacudió el sueño en la madrugada del 27/F., bien haya sido de un fenómeno natural o producto de un ensayo malévolo de quienes experimentan con fines de dominación imperial, más allá del irreparable dolor de los lamentables muertos en esta tragedia terrestre, con la esperanza de encontrarlos vivos, igualmente tendrá que enfrentarse al drama de los desaparecidos; ahora, sea como se presente la situación devenidas de las pérdidas humanas y materiales, no será posible evitar que se refresque el recuerdo de quienes fueron víctimas del gobierno dictatorial de Augusto Pinochet y de aquella sociedad de cómplices que hoy aparece en escena algarabiados con el triunfo presidencial del derecho-pinochetista Piñero, y vuelvan a la memoria nacional chilena al verse reflejada en esta angustia y sirvan de referencia histórica para ofrecer sus testimonios de lo que ha sido y es la incansable lucha de l@s chilen@s en procura de encontrar vivos a sus familiares y demás seres queridos.

Sin embargo, tomando en cuenta las dos circunstancias de las desapariciones, las del terremoto y las de la dictadura, ante las plegarias de familiares elevadas al cielo, diametralmente distintas en las causas y consecuencias, no faltarán quienes se escondan o arruguen y bajen la cara cuando aparezca la comparación amarga de verse retratados en la responsabilidad por la acción pequeño burguesa que respaldó el golpe de Pinochet o por la omisión de un silencio cobarde de quienes prefirieron callar creyendo o deseando, ver a Chile envuelta en la alienada riqueza que marcaba la muerte que ofreció el imperialismo de Richard Nixon y Henry Kisinguer, tras entregárselas en privatización a las empresas trasnacionales gringas, los servicios básicos como el agua, la luz, el gas, las telecomunicaciones y que hoy les cuesta al estado chileno contar para mitigar la tragedia.
Valencia, Carabobo

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