Rebelión
En el libro “Lo infraordinario” (Impedimenta), Georges Perec (Francia 1936-1982) escribe: “Quien nos habla, me da la impresión, es siempre el acontecimiento, lo insólito, lo extraordinario: en portada, grandes titulares. Los trenes sólo empiezan a existir cuando descarrilan y cuantos más muertos hay, más existen; los aviones solamente acceden a la existencia cuando los secuestran; el único destino de los coches es chocar los árboles: cincuenta y dos fines de semana al año, cincuenta y dos balances: ¡tantos muertos y tanto mejor para las noticias si las cifras no cesan de aumentar! Es necesario que tras cada acontecimiento haya un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida no debiera revelarse nada más que a través de lo espectacular, como si lo elocuente, lo significativo fuese siempre anormal: cataclismos naturales o calamidades históricas, conflictos sociales, escándalos políticos…”
La reflexión de Perec, que bajo el título “¿Acercamientos a qué?” representa la introducción del libro (traducido por Mercedes Cebrián), me reafirma la idea que me asalta (quebrando la realidad absolutista) cada vez que observo la calle y comparo vida cotidiana y vida mediática. Con el paso del tiempo la estructura mediática dominante (en cada momento histórico), a nivel informativo, ha ido creando una vida artificial que muy poco o nada tiene que ver con la vida anónima, sencilla, íntima, de las personas. Del periódico que ejercía de intermediario del poder en una determinada región, pasamos al voraz crecimiento de una industria televisiva que en las últimas décadas del siglo XX terminó de consolidar la realidad según el criterio del mercado de consumo mundial (bajo la dictadura del morbo y del miedo). Y hoy, siglo XXI, cuando las llamadas nuevas tecnologías (Internet como la Madre Red) le “regalan a cada quien una realidad satélite de la realidad colectiva impuesta, hemos asumido (al ciento por ciento) el guión de una falsa (y mediocre) instantaneidad. Cambiamos la memoria vivencial por la memoria mediática. Ya no hay educación ni cultura que valga; la pauta la dicta la industria de la estupidez. Hay un molde de realidad para cada grupo consumidor.
En casa el bombardeo de noticias (y la banalización del dolor) me hace temerle al mundo. De la puerta para fuera el infierno; dentro, seguramente, convivo con bestias disfrazadas de amigos. ¿Quién me arrancará hoy la cabeza? Un vez que salgo a la calle (con cuatro ojos y siete sentidos en alerta), mucho después de largas horas de contemplación, me preguntó: ¿dónde están los abominables asesinos? ¿por dónde andarán las malas madres? ¿dónde está tanto marido desalmado? ¿dónde se escondieron los hijos monstruosos? ¿Dónde están todas las realidades específicas con las que la televisión pretende generalizar nuestras vidas? Georges Perec dice que “La prensa diaria habla de todo menos del día a día. La prensa me aburre, no me enseña nada; lo que cuenta no me concierne, no me interroga y ya no responde a las preguntas que formulo o que querría formular…lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo descubrirlo?”
La interpretación ha quedado reducida a la nada; la individualidad, hoy como nunca antes, está siendo arrollada por la uniformidad de una cultura global engañosa (vacía, hueca). Son muchos los escritores que han asegurado que la vida es una mierda. Perec, en cambio, se maravilla con “Lo infraordinario”. Su observación de lo pequeño lo convierte en un notario de todo aquello (circunstancias, objetos, etc.) que ha dejado de asombrarnos. Quizá, después de todo, la mierda sea la realidad mediática que sepulta (y adormece) los pequeños detalles de nuestra particular existencia.