Sus rostros endurecidos hablan por sí solos. Las sacudidas del sismo no solo devastaron la ciudad de Puerto Príncipe, trastocaron también la vida de decenas de miles de niños. La pérdida de sus familiares, muchos quedaron completamente solos en este mundo; el derrumbe de sus hogares y escuelas, y la preocupación que agobia a sus padres desde hace más de 25 días, los laceran, quizás para toda la vida, más que a nadie.
El reconocido psicólogo cubano Cristóbal Martínez, jefe del Grupo Nacional de Siquiatría Infantil, explica que cuando ocurre un desastre tan violento, toda la población se daña, no hay nadie inmune a esta situación, pero los más vulnerables son los niños y los adolescentes pues no tienen, como los adultos, la facilidad de buscar en sí mismos la manera de protegerse.
«Existen muchos factores de riesgo que los dañan: la pérdida de la familia, de la casa, de su ambiente natural, de la escuela, y sobre todo de esas actividades en las cuales ellos pueden sacar tanta tristeza, como el juego, la práctica de algún deporte, la lectura de un cuento, el dibujo o la televisión.»
Alerta que hay varias señales de peligro que los doctores y los padres deben ahora velar, como la ausencia del sueño, la inapetencia, el rechazo a la escuela y las tendencias de los niños por empezar a imitar a los familiares muertos. En países tan devotos como este, no es raro escucharlos decir que quieren ir al cielo como ya lo hicieron los suyos, explica Martínez.
Para mitigar los efectos negativos que tienen las situaciones extremas como las que vive Haití sobre la salud mental de los niños llegaron de Cuba los doctores Ivonne Sánchez y Alexis Lorenzo, que forman parte del equipo del Centro latinoamericano de medicina de desastre. Ayer vivieron la primera alegría en Haití, ver a tantos niños reír en el parque de Croaix des Buquet, quizás por vez primera luego del terremoto, suma energías al proyecto que traen para contentar los días de tantos pequeños.
ENTRE RISAS, CUENTOS Y DIBUJOS
Wesly, Christopher, Olsen, Guerlanda… llegaron ayer al parque de Croaix des Buquet con pocos ánimos y el rostro desconfiado. Les habían hablado de una actividad en el hospital de campaña de los médicos cubanos, pero el caos que arremete contra sus cortas vidas parecía haberles borrado la capacidad de divertirse. Venían escondiéndose uno detrás de otro, tenían pena, estaban ariscos, traían la sonrisa bien oculta.
Les pidieron sentarse, pues el espectáculo iba a comenzar. El parque era bien grande, aunque se arremolinaban uno encima del otro. ¡Inmensa era la inhibición! Pero bastaron minutos para trastocar la imagen, cuando los profesores de la Escuela Nacional de Arte de Haití subieron a la escena. Era increíble ver cómo los niños comenzaron a aplaudir, a saltar, a cantar, a bailar. Más increíble aún resultó cuando, a tiempo de rumba, comenzaron todos a gritar: ¡viva Cuba! Sobraron entonces las emociones.
Hubo repartición de caramelos, todavía recuerdo al pillo que pedía golosinas, las guardaba en su bolsillo, y volvía a pedir una y otra vez; o a las niñitas que se colgaban del pantalón del doctor Alexis para que este les ayudara a romper la cubierta del caramelo. También hubo adivinanzas y mímicas que hicieron soltar carcajadas hasta a los más grandecitos. Narraron cuentos. Me pareció hermoso cómo hasta Jean Renald Clerismé, consejero del gabinete privado del presidente René Preval, se desdoblaba y embobecía a los niños con las fantasías de Cenicienta.
Finalmente llegaron los dibujos. Todos tirados en el piso llenaron de garabatos las hojas blancas, y terminaron manchando sus manos con tempera. Olvidados de la pena, se acercaron entonces Wesly, Christopher, Olsen y Guerlanda, y hasta una foto de recuerdo hubo. Así, medio centenar de niños volvían a ser felices por una tarde, bien diferente a aquella que sacudió sus vidas.
EXPLICACIONES
Luego de la primera actividad con los niños, confiesa el doctor Cristóbal Martínez, con una larguísima experiencia en situaciones como esta, que no esperaba que fuera así. «Estoy emocionado, yo confiaba en que sería buena, pero me preocupaban la dificultad con el idioma y las características de estos chicos, pero ha sido una respuesta muy linda de los pequeños, que llegaron tristes y terminaron dando brincos. Acabaron con mis nervios cuando dijeron ¡viva Cuba! Me sentí muy afortunado de estar en Haití».
Agrega el doctor que es imposible diagnosticar y tratar ahora a todos los niños y adolescentes haitianos porque harían falta miles de psicólogos. El propósito de nuestro trabajo es mitigar aquellas respuestas normales a situaciones anormales. Esta es la primera actividad para demostrar a la comunidad que sí se puede ayudar a los más pequeños. Lo primero es buscar a los facilitadores, que sean capaces de multiplicar esto que hemos hecho aquí.
«Lo más importante es que el niño juegue, esta es una necesidad psicológica primaria. Siempre digo que aunque haya un desastre muy grande, si el niño va a la escuela, juega y se divierte puede olvidar la tragedia, porque tiene lo imprescindible. Eso es lo que trataremos de satisfacer en Haití: actividades artísticas, recreativas, de dibujos, para descargar las emociones negativas.»
Experiencias así ya la tuvieron en Cuba cuando el archipiélago fue azotado por los ciclones Gustav y Ike. Emociones como las de ayer en Croaix des Buquet fueron vividas por los psicólogos cubanos en comunidades como Jibara y San Cristóbal, donde la alegría del juego, los dibujos, el baile y el canto hicieron olvidar a los niños los irresistibles vientos huracanados.
Y aunque en Haití las condiciones son definitivamente más difíciles que en su Patria, nuestros psicólogos siguen empeñados en devolver las risas arrebatadas por el terremoto. Las carcajadas infantiles de Croaix des Buquet son una buena señal.