Federico Rivas Molina
El 18 de febrero pasado, el premier británico Gordon Brown anunciaba ante los micrófonos de una radio londinense que el gobierno laborista había tomado “todas las medidas necesarias para garantizar que los habitantes de las islas Malvinas (se refirió a ellas como Falklands, por supuesto) estén debidamente protegidos”. Ese mismo jueves, la edición del diario sensacionalista The Sun, que vende más de tres millones de ejemplares diarios y tiene gran repercusión entre la clase trabajadora británica, publicaba en su portada que Londres había enviado “en secreto” dos buques de guerra y un carguero de asistencia para reforzar sus defensas en el Atlántico Sur. Dos días después confirmaba además la inminente llegada de un submarino y relataba en detalle cómo el destructor inglés HMS York había “expulsado” a la corbeta argentina ARA Drummond de la zona de disputa por el petróleo malvinense. El título de la nota fue Navy sends Argie warship packing, algo así como “La Marina envía a buque de guerra Argie a hacer las valijas”, donde Argie es la forma despectiva con que los británicos se refieren a los argentinos.

Londres confirmó el incidente con el ARA Drummond, aclarando que los marinos de nuestro país se habían mostrado “avergonzados por el inocente error”. Pero desmintieron luego, de forma categórica, que el gobierno haya enviado buques de guerra a la zona de exploración de la plataforma Ocean Guardian, contratada por la compañía británica Desire Petroleum para hallar crudo en aguas de las Malvinas.

El tono del titular del The Sun es fiel a su estilo, pero no oculta que como diario popular sabe reconocer el humor social de los británicos. La nueva escalada malvinense ha encendido los ánimos en Londres, y mucho más en el premier Gordon Brown, que no dudó desde el primer día en agitar un espíritu belicista de difícil comprobación fáctica. No se trata de una casualidad, prueba evidente de que no sólo la presidenta Cristina Kirchner puede ser acusada de utilizar la causa malvinense para sumar voluntades políticas.

Una vieja máxima establece que cuando hay problemas en casa, nada mejor que buscarse un enemigo externo. Y es así que en Londres se habla aún hoy del “efecto Falklands” para referirse a las consecuencias salvadoras que tuvo la guerra de Malvinas para el gobierno de Margaret Thatcher. En el poder desde 1979, la premier conservadora atravesaba en 1982 por una de sus peores crisis de popularidad, pero tras el triunfo sobre las tropas argentinas no tuvo inconvenientes en renovar su mandato un año después reconvertida en la “Dama de Hierro”.