A menos de 100 días de las elecciones para presidente de la república en Colombia, la decisión de la Corte Constitucional de declarar inexequible el referendo reeleccionista (no va), ha sido un acontecimiento importante para la política colombiana. No creo que histórico, pero sí importante.
Quienes hacían fuerza para que el referendo no pasara el control constitucional planteaban que Uribe tenía todos los medios para obtener la mayoría de los 7 millones de votos necesarios para reelegirse por segunda vez (tercer mandato consecutivo) en un eventual referendo.
Los programas subsidiados (cerca de 3 millones de familias), el fuerte control de la nómina del Estado (más de 500 mil de familias), la población vinculada a las fuerzas armadas (policía, ejército, inteligencia formal e informal) y los sectores altamente influenciables por su política de miedo frente a las artificialmente agrandadas “amenazas terroristas” (guerrilla y el bolivarianismo chavista), le daban una alta probabilidad de triunfo.
Desde otra perspectiva alguien podría decir que la Corte Constitucional salvó al uribismo de una derrota en las urnas. Que ese ejercicio electoral hubiera podido ser una batalla decisiva en la tarea de desmontar ese proyecto narco-fascista que todavía se cierne sobre nuestro país. Que el presidente venía mermado en su capacidad de control y que su imagen estaba siendo fuertemente afectada por los escándalos de corrupción y por su errada política en salud. En fin, hay argumentos.
La caída del referendo reeleccionista obliga a Uribe a diseñar una estrategia segura para endosarle ese poder a un sucesor-encubridor. Desde la perspectiva del imperio y del bloque oligárquico dominante el problema consiste en cómo impedir que en Colombia accedan al poder político (gobierno) las fuerzas proclives a marchar por el camino de la 2ª independencia que es transitado por la mayoría de países de Latinoamérica y el Caribe. Uribe, para ellos, sólo es un accidente menor; la defensa de sus intereses estratégicos es lo fundamental.
El panorama electoral podría resumirse así: el sucesor señalado por Uribe es Juan Manuel Santos (liberal uribista presidente del partido de la “U”). Germán Vargas Lleras (liberal disidente a la cabeza de Cambio Radical), el más derechista y neoliberal de los candidatos se postula como el consecuente continuador de la política uribista. Nohemí Sanín (conservadora uribista), está en la misma postura, haciéndole pequeños acomodos a la política social. Rafael Pardo (liberal) rechaza tibiamente algunos aspectos de la política autoritaria de Uribe pero en lo económico es absolutamente neoliberal. Sergio Fajardo (ex-alcalde de Medellín, sin partido, recogió firmas para inscribirse) se destaca por su indefinición programática: su frase “ni uribista ni anti-uribista” ya no le va servir. Los “trillizos” (partido verde con tres ex–alcaldes de Bogotá como candidatos: Mockus, Peñalosa y “Lucho” Garzón), están dedicados a perfeccionar aspectos secundarios del ejercicio de la política en medio de una mezcla de posturas ideológicas de difícil cocción. Gustavo Petro (Polo Democrático Alternativo) representa a la izquierda democrática.
Decíamos en anterior artículo que esa dispersión le sirve al establecimiento oligárquico mafioso y a los intereses imperiales. Se corre el peligro de que en la primera vuelta presidencial Santos y Nohemí Sanín o Vargas Lleras obtengan los dos primeros lugares, quedando sólo la opción del voto en blanco para la segunda vuelta para los que aspiran a un cambio en nuestro país. Sería una desgracia monumental.
Las elecciones parlamentarias y las consultas internas del Partido Conservador y Verde Opción Centro (14 de marzo), en lo inmediato, se convierten en referentes importantes para consolidar posiciones. El uribismo pretende obtener las mayorías parlamentarias. Tiene los recursos del Estado, de la mafia y de los grandes empresarios. Los demás partidos, a excepción del conservador, se juegan sus restos en forma dispersa, sin coherencia y sin estrategia.
El partido conservador va a salir fortalecido de ese ejercicio de consulta interna. Le sirve para posicionar su candidato – que va a ser Nohemí -, y para obtener importantes resultados para el congreso. Para los “trillizos” será una prueba de fuego. “Lucho” será el ganador pero habrá que ver con qué cifras. Van a continuar con esa aventura suicida si obtienen un número de votos similar a los obtenidos por el Polo en su consulta del pasado septiembre (27.09.09), que fue de 450.000 votos. Si no lo consiguen, tendrán que llegar a acuerdos con Fajardo o con Petro, y allí se acaba su proyecto político. No la tienen fácil.
En el Polo las elecciones parlamentarias tienen un doble juego. Primero, revalidar el apoyo a la propuesta que encabeza Gustavo Petro que exige – por lo menos – mantener el mismo número de parlamentarios. En lo interno se juegan cuatro fuerzas: la izquierda tradicional representada por Robledo, Gloria Ramírez, Avellaneda y otros candidatos menores; los burócratas-liberales – los denomino “anapo-samperistas” – representados por Iván Moreno, Jaime Dussán, y muchos otros candidatos patrocinados por la “Casa Moreno”; la socialdemocracia, mermada sin sus figuras Lucho y Petro, están representados por Jorge Guevara, Marcelo Torres, Parmenio Cuéllar y Mauricio Ospina, y las fuerzas renovadoras encabezadas por Camilo Romero, joven candidato de “Vamos Independientes”, quien en algunas regiones avanza en forma sorprendente.[1]
Los hermanos Moreno (Samuel, actual alcalde de Bogotá y su hermano Iván) desean fervientemente obtener la mayor votación dentro del Polo para posicionarse frente a cualquier gobierno que sea elegido. Su ambición es la presidencia del 2014, y aspiran a proyectarse hacia allí de la única manera que saben hacerlo: el clientelismo político. Si logran colocarse a la cabeza del Polo estarán dispuestos a negociar varios ministerios con el próximo gobierno. Cualquiera que sea. Derrotar esa “corriente” y práctica política es la principal tarea de quienes vemos en el Polo una herramienta de cambio.
A este sector que pretende revivir el “rojas-pinillismo”[2] no le interesa para nada el futuro de Petro. Aspiran a “quemarlo” porque puede ser su mayor obstáculo en el 2014. Por ello el candidato del Polo debe saber que su principal potencial debe ser explorado directamente entre los amplios sectores populares y de clases medias que no participan – por ahora – en el “carnaval electoral”. La claridad de su propuesta y las formas creativas de llegarle al pueblo, serán sus principales herramientas. Tampoco la tiene fácil.
[2] Gustavo Rojas Pinilla fue un coronel dictador entre 1953 y 1957. Creó la Alianza Nacional Popular de corte conservador-populista. Ganó en las elecciones de 1970. Mediante el fraude se desconoció su triunfo lo que dio origen a la aparición del M-19.