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La ciencia ficción que representa este filme, reproduce junto a la utopía imaginada, otra construcción fantástica que nos muestra el mundo tal como llegará a ser si las cosas siguen como están.
La reciente cinta Avatar recaudó millones en sus primeras semanas de presentación y algunos medios han señalado que su éxito podría estar relacionado con la crítica al capitalismo imperialista y al militarismo estadounidense. La historia muestra una alianza maléfica entre los militares y las grandes empresas para apoderarse de los valiosos recursos minerales de Pandora, una lejana luna poblada por enormes humanoides azules.
Según la religión hindú, un avatar es la encarnación terrestre de una deidad, aunque la palabra también puede entenderse como sinónimo de “transformación”. Creo que este último sentido es el que más resuena en la película de James Cameron. Los humanos pueden “reencarnar” en sus avatares, que son híbridos de humanos y Na’vi, los indígenas de Pandora. Mediante este artilugio, los invasores humanos pueden descubrir las debilidades de sus anfitriones. Pero el plan fracasa porque los avatares son transformados por la cultura y la exuberante vida de la luna verde. Jake (Sam Worthington), militar parapléjico que se enamora de Neytiri, una princesa Na’vi (Zoe Saldaña), y la científica Grace Augustine, interpretada por una madura Sigourney Weaver (lo que ya nos avisa que la cosa se pondrá dura y sangrienta), se unen a los Na’vi en su lucha para defender la luna de los mercaderes de muerte humanos. La victoria será posible gracias a la intervención de la red vital de Pandora, una especie de Internet formada por cadenas de ADN, los espíritus de los muertos, y todo viviente consciente y listo para el combate. Finalmente, los representantes comerciales de las transnacionales y sus “rambos” interplanetarios son expulsados de Pandora, para regocijo de los Na’vi.
Más allá de las naves espaciales y los mundos de otras galaxias, Avatar es ciencia ficción porque reproduce, junto a la utopía imaginada, otra construcción fantástica que nos muestra el mundo tal como llegará a ser si las cosas siguen como están. Esta metatopía y metacronía (Umberto Eco) se nos revela en la cinta con una realidad brutal, a pesar de que no tenemos imágenes visuales de la misma: Nunca vemos a la contaminada y sombría Tierra del futuro, sino a la más bella y pura de nuestro pasado imaginado (Pandora).
Efectivamente, la visión de los Na’vi danzando al unísono, sus costumbres pacíficas y su armonía con el entorno son una hábil construcción. El romanticismo del “buen salvaje” es inseparable de esa idea de “lo indígena” como sabiduría, equilibrio y salud; en todo caso, una imagen bastante dudosa. Ya en la cinta encontramos situaciones que podrían invitarnos a reflexionar sobre la legitimidad de la cacería de animales para sobrevivir o la conveniencia de la estructura social patriarcal de los Na’vi, jerarquizada y ligada a supersticiones, de las cuales no están libres muchos de los mal llamados “pueblos originarios”. Pero lo más importante es que los pueblos terrestres en los que pudieron inspirarse para imaginar a los Na’vi se quedaron definitivamente en nuestro pasado, un lugar al que no podemos retornar. Los Na’vi pueden respirar tranquilos (al menos mientras los terrestres no regresen con bombas nucleares), pero no hay esperanza para la humanidad. Por desgracia, nuestro lugar en la cinta está con los derrotados que regresan sucios y con mirada torva a su oscuro y podrido planeta.
En Avatar, los alienígenas son los terrícolas, que llegan ofreciendo chucherías a los nativos, resultando mucho más sutiles que las langostas de El día de la independencia (Roland Emmerich, 1996), cuya finalidad era exterminar —en poco tiempo y con eficacia— a la humanidad, consumir los recursos de la Tierra y luego largarse a otro planeta. Esta versión del imperialismo de exterminio, al mejor estilo de los nazis y su bien planificado holocausto, nos recuerda que el fascismo no es un “capricho de la naturaleza”, sino el producto natural del desarrollo del mismo capitalismo: “civilización occidental in extremis” (Johan Galtung). Pero, en Avatar, las maneras del capitalismo son diferentes: un imperialismo con relaciones públicas y “responsabilidad social” —darles carreteras a cambio de sus recursos—, y la destrucción en nombre del progreso y la civilización. Lamentablemente, la historia más reciente ha demostrado que ambos estilos del imperialismo capitalista pueden ser utilizados según se necesite, incluso al mismo tiempo: Que Barack Obama continúe con la ocupación y el exterminio en Afganistán no impide que se alce como el político del smart power.
No obstante, la debilidad de Avatar es que recurre al extremismo para pintar su anticapitalismo, así como El día de la independencia lo hace con su interpretación de las estrategias que utilizan los imperios que buscan el control absoluto de los recursos. A mi juicio, podemos ver una concepción de la resistencia al capitalismo mucho más satisfactoria en Sector 9 (Neill Blomkamp, 2009), una película que pasó sin pena ni gloria por nuestras salas de cine: los agentes de la resistencia son alienígenas que tienen que luchar contra una empresa fabricante de armas, la cual se esfuerza por instaurar las viejas glorias del apartheid a expensas de los recién llegados, al mismo tiempo que quiere aprovechar la tecnología alienígena para fabricar armas más destructivas.
En Sector 9, la lucha no la hacen seres surgidos de un paraíso terrenal, como pasa con los Na’vi, sino unos “langostinos” que comparten con nosotros todas las virtudes y vicios de nuestra humana condición. En lo esencial, son como nosotros: hay científicos y villanos, padres responsables y amorosos, así como adictos y asesinos. Debido a esas semejanzas fundamentales, Wikus (Sharlto Copley), víctima y héroe humano de la cinta, no sólo es capaz de ponerse al lado de los aliens, sino que logra transformarse en uno de ellos, pero sin adoptar el papel de Mesías —como pasa con el Jake de Avatar— y conservando lo más radical de su humanidad: su posibilidad de amar, la capacidad de sobreponerse a sus limitaciones, y el compromiso con los más débiles en su lucha por la vida, la verdad y la justicia.
Un mensaje claro de Sector 9 es que la tecnología llegó para quedarse y cualquier lucha contra el capitalismo imperial no podrá darle la espalda. La unión de langostinos y humanos para derrotar a la transnacional y sus esbirros usa la tecnología como arma de salvación, y la esperanza de redención es inseparable de lo que tecnológicamente podamos pensar y realizar. Pero no sólo se trata de eso. El mismo capitalismo ha transformado de tal manera al mundo que lo que pueda venir tendrá que contar con esas transformaciones, para bien y para mal. Cualquier imaginación de la sociedad postcapitalista tendrá que renunciar a la tentación de Pandora. No hay vuelta atrás, sobre todo cuando tenemos dudas razonables sobre si existió alguna vez un Edén. Tampoco hay Gaia, “web de almas”, ni manadas de rinocerontes multicolores que podamos dirigir contra las excavadoras de las transnacionales y los misiles del Pentágono. Contra el imperialismo lucharemos tecnológicamente o no lucharemos para nada.
Resulta interesante que, a veces, para ver mejor nuestro futuro tengamos que recurrir a un tipo de ficción dirigida hacia el pasado. Este es el caso de Bastardos sin gloria, la más reciente película de Quentin Tarantino (2009). A diferencia de las cintas analizadas arriba, se trata de una ucronía, es decir, la imaginación de los hechos del pasado de manera distinta a como sucedieron realmente: la historia como pudo ser. Pero lo de Tarantino va más allá de asesinar a Hitler en una sala de cine y acabar con la Segunda Guerra Mundial de manera distinta a lo que sabemos que pasó. Lo grandioso es el shock que provoca la visión cruda y cínicamente realista de la guerra contra el fascismo: la saga de Shoshanna (Mélanie Laurent) no es empujada por un afán de justicia, sino por la sed de venganza; la guerra no es heroísmo sino villanía. Y a diferencia de lo que sucede con los militares de Avatar, villanos que se justifican en aras del progreso, los “apaches” del teniente Aldo Raine (Brad Pitt) no necesitan apelar a la civilización para usar las tácticas más viles contra los bastardos nazis: para tener éxito en su misión, les basta con su propio gusto por la sangre.
La historia oficial del heroísmo es transformada en los rostros más creíbles que nos proporcionan el cómic, el cine negro y el Spaghetti Western que Tarantino combina para nuestro deleite. Y esto puede ser muy útil para vernos sin cortapisas, no bajo las facilonas visiones del Mesías azul montado en una dragón o la indígena que rezuma pureza. No digo que haya que dejar de pensar en ideales o que nuestra sociedad y nuestro planeta no puedan ser mejores, pero es preciso insistir en que no hay escape al futuro ni refugio en un pasado renacido. Cualquier transformación tendrá que sobrellevar una basta carga de humanidad.
Nuestra dependencia del mundo tecnológico que hemos creado es innegociable. Tampoco podemos escapar de donde nos hallamos: no hay otra Tierra a la que podamos enviar al capitalismo (no somos tan afortunados como los Na’vi) y tampoco podemos esperar que la lucha será limpia o sin consecuencias. Y como en la historia de los fascinantes bastardos, es posible que la fuerza en el combate la obtengamos de nuestros más bajos instintos.
Por Carlos Molina
Avatar o la lucha de los pueblos contra el imperialismo depredador
Recientemente se ha dado el estreno mundial en las salas de cine de la innovadora y original película:“Avatar”. La cual esta arrasando con millones en taquilla. Ésta presume de contar con realidad aumentada, efectos de tercera dimensión y efectos especiales.
Sin embargo, de esta película lo que realmente es diferente en cuanto a películas con características similares, es que tiene un argumento totalmente parecido a la realidadad actual del siglo XXI.
Su verdadero atractivo es que sí tiene un argumento, porque la mayoría de las películas con estas particularidades, son incongruentes y sin sentido. Al contrario de éstas, “Avatar” posee implicaciones éticas y morales que cuestionan incluso, aspectos personales y políticos de sus actores.
Cuando se habla de realidad aumentada, como la última maravilla tecnológica, en realidad, lo que quieren decir los técnicos de Hollywood, detrás de ese enorme palabrerío y términos complejos de la mercadotecnia, es que la película es una mezcla de actores y escenarios reales con escenas, escenarios y actores creados por computadora y en donde la realidad material se combina con la fantasía virtual. Esto no es nada novedoso. La combinación de actores reales con actores virtuales ha sido una de las características del cine desde sus orígenes. Lo que si ha variado es la complejidad de las técnicas y de los mecanismos utilizados de acuerdo con el avance tecnológico de cada época. Al principio se hacían animaciones muy rudimentarias hechas con títeres movidos por hilos, hoy las animaciones son hechas por complejos software y poderosas computadoras. La esencia es la misma, hacer del cine una extensión de la imaginación y tratar de convencer al espectador de su realidad.
Los efectos especiales han evolucionado a través de los tiempos y cada día son más perfectos, llegará el momento en que la técnica por motivos económicos, reemplazará a los actores y a las divas por simulaciones de computadoras.
Los efectos de 3D tampoco son nuevos, se han utilizado diversas pericias para lograr los efectos tridimensionales y aumentar el realismo, efecto que ya se viene practicando desde casi los inicios del cine. Para lograr estos efectos se han usado técnicas como lentes con 2 películas independientes casi iguales, también se han utilizado lentes polarizadas, lentes con un color rojo y el otro de color azul. Además de una gran cantidad de efectos ópticos inventados para simular una sensación de 3D en el espectador.
No obstante, lo que verdaderamente diferencia a una película de otra no son los efectos ni el mercadeo sino el contenido de la misma. Esto eslo que realmente determina el éxito o el fracaso e incluso llevarse un codiciado Oscar.
El contenido se define en el argumento de la película y es éste el principal valor de la película “Avatar”.
Un avatar no es más que la figura que te representa como competidor en un juego electrónico. Al inicio de los juegos electrónicos, en los años noventa, salieron al mercado una gama de éstos, como los de lucha y pelea, en los cuales uno podía pelear contra un contrincante manejado por la computadora, pero podías escoger un luchador, al que ibas acontrolar y tenía armas y capacidades diferentes a los demás luchadores, así nacieron juegos como Street Fighters y otros. Es aquí donde se acuña la representación virtual para participar en el juego.
Lo novedoso y crítico en la película “Avatar” es su argumento. Éste, a pesar de desarrollarse en una época futura y fuera de la Tierra, es una trama que retrata la actualidad bélica en nuestro planeta a principios del siglo XXI y traslada al espacio la rapacidad y depredación por parte del sistema imperial norteamericano de apropiarse de los recursos naturales y estratégicos de otros pueblos y naciones.
En este filme de ciencia ficción, el gobierno norteamericano descubre un yacimiento natural, de un mineral llamado “Octanio” en el planeta de “Pandora”, el cual está habitado por los indígenas Na’ vi, quienes físicamente son una especie de seres antropomorfos con características felinas y que culturalmente son muy distintos, pues tienen una filosofía de amor a la naturaleza y a la tierra; se ven a sí mismos como una parte integral de un gran ser vivo, en donde todos viven en una perfecta armonía natural, que es a su vez una interdependencia vital. Todos los seres vivos se ven como parte de un gran cerebro o mente y consideran a su planeta como un gran ente, que piensa y se desarrolla.
Estados Unidos llega a “Pandora”, guiado por una gran necesidad de recursos para sostener su economía y envia allí una gran fuerza expedicionaria y de conquista compuesta en una inmensa proporción de elementos militares: soldados, oficiales, armas y medios de transporte sumamente sofisticados y poderosos. Dentro de esa fuerza expedicionaria se incluye un grupo de científicos que experimentan con una nueva tecnología: creación de avatares. Estos científicos utilizan algunos elementos civiles, militares y también mercenarios.
Durante el viaje los científicos iban creando seres mestizos, resultado de componentes genéticos humanos con los nativos. Pero estos nuevos individuos, no eran autónomos sino solo “avatares”, o sea, imágenes vivas que se confundirían con los Na’ vi, pero cuya voluntad y pensamiento eran gobernados por los mercenarios que se alquilaban para contar con sus avatares. Así esta tropa aprendería sus costumbres, sus formas de vida, pensamientos y descifraría su formas organizativas y además harían el papel de “terceras columnas”, o infiltrados que ayudarían a convencer a los nativos de que las intenciones de los extranjeros invasores eran buenas, además los ayudarían o impulsarían a acceder a sus riquezas naturales sin resistencia…
Ese era el plan A de los invasores, un plan diplomático de infiltración, convencimiento y uso controlado de la fuerza. No obstante, los invasores contaban con un plan B. Si en un plazo determinado los indígenas no cedían a sus pretensiones, se usaría la fuerza y la superioridad tecnológica abrumadora para someterlos y apoderarse de los minerales que necesitaban en su economía, minerales de índole energética. Ése era su plan B. Pero, la vida en Pandora se desarrolla de manera diferente. Y especialmente hay un avatar, quien es controlado por un ex marine discapacitado, Jake, que es quien mejor se adapta, es el que más se identifica y gana el respeto de la población indígena. Por lo que los nativos deciden transmitirle sus valores y puntos de vista para que se integre en su comunidad. Esto posibilita un puente de comunicación entre las dos culturas, que es aprovechado por los científicos para aumentar sus conocimientos e identificarse con los aborígenes en su amor a la naturaleza. Sin embargo, los militares responsables de la misión se desesperan por la lentitud de sus avances y convencidos por su superioridad numérica, tecnológica y de fuego, deciden tomar el control de la situación y someter a los indígenas. Pero para el control de los recursos requeridos, necesitaban de la destrucción o expulsión de un clan de cierto lugar del planeta invadido, e inician operaciones militares, las cuales son enfrentadas por los indígenas sin ningún resultado. Al uso de armas sofisticadas y poderosas los naturales oponen flechas, al uso de helicópteros y aviones oponen caballos. Ante el desastroso resultado inicial, los invadidos casi derrotados, con cientos de muertos (niños, mujeres y ancianos) se agrupan alrededor de su fuente mística, de su cultura y creencias.
Mientras que en las filas de los invasores el optimismo es abrumador y soberbio, en las de los defensores todo es confusión y derrota, que pronto se va transformando en indignación y resistencia, para terminar con organización, disciplina e inteligencia al combatir. Como ha sido siempre la lucha de los pueblos contra los imperios, los pueblos han aprovechado la superioridad moral y el conocimiento del terreno, a la prepotencia del enemigo. Luego la superioridad de los medios y la tecnología son la única fuerza de depredación que vale para sojuzgar a los pueblos.
Hasta aquí la trama de la película, no es más que una fiel copia de la realidad que viven los pueblos del mundo en los inicios del siglo XXI, donde su única desgracia es la de poseer enormes riquezas energéticas, minerales y naturales. Que por el sólo hecho de tenerlas se convierten en el blanco de intereses transnacionales, personales y políticos de la depredadora clase imperial moderna: la burguesía financiera monopolistay su estado imperialista.
En “Avatar” se reflejan las luchas de los pueblos de Vietnam, Cuba, Corea, Nicaragua, Iraq, Venezuela, Afganistán, Yemen, etc. En todos el mismo patrón, un imperio cuyos propietarios capitalistas necesitan recursos estratégicos de índole energética y fabril. Con la excusa de llevar la modernidad y la democracia, encubren el genocidio de los pueblos marginales y subdesarrollados para el enriquecimiento de unos cuantos capitalistas y sus empresas monopólicas, utilizando todo el poder y la tecnología de un Estado moderno, en especial sus fuerzas militares, no sin antes explorar la alternativa de disminuir las pérdidas utilizando las famosas vías diplomáticas, que conllevan el chantaje, el espionaje, la infiltración, la intimidación, el terrorismo, la compra de conciencias y la fantasía del consumismo.
Pero siempre sucede que dentro del alma humana surge lo inesperado. Aun en los estados más fascistas y fanáticos nace la esperanza de la justicia en su propio interior, un propio miembro de esa clase explotadora cede ante la razón y la justicia y termina combatiendo a sus propios patrones y compañeros, dejando atrás todo tipo de intereses personales e incluso sacrificando sus propias vidas en aras de una fe inconmensurable en el desarrollo dela humanidad. En “Avatar” no faltó quien conociendo al monstruo en sus propias entrañas se convierte en un traidor para sus patrones y en una inspiración para los oprimidos.
En estos momentos actuales podemos ver el caso del médico jordano que se inmola, castigando a sus enemigos norteamericanos (CIA) en Afganistán. Y los casos de ex combatientes de Vietnam que terminaron apoyando a las guerrillas en El Salvador, Honduras y Nicaragua y en los movimientos dentro de Estados Unidos por la paz.
A pesar que esta película tiene muchos recursos técnicos y monetarios, su mayor fuerza radica en el mensaje de su argumento, que es la advertencia y el ejemplo que el imperio ha dado una y otra vez a los pueblos, y es el siguiente: Cuando los países desarrollados o los europeos necesitan satisfacer las necesidades de su economía utilizarán todos sus recursos para apropiarse, por no decir robar, las riquezas de los pueblos débiles y subdesarrollados por todos los medios, iniciando con una sutil e hipócrita diplomacia y culminando con los más sanguinarios genocidios irracionales.
Un pueblo que tiene firmes bases históricas y grandes fundamentos éticos y morales, generalmente logra derrotar a invasores que le superan en poder, número, tecnología, organización y economía.
La unidad, la organización y la disciplina son la mejor línea de defensa y lucha de pueblos pequeños y débiles frente a los grandes poderes imperiales que disfrazan su pillaje bajo el mantode una supuesta “civilización”.
En los tiempos actuales y en los que están por venir, la lucha por los recursos naturales, sobre todo los vitales como el petróleo, el agua los yacimientos de minerales,etc, se va a ir acentuando, lo que pondrá en un riesgo mayor la libertad, la independencia y la integridad de los pueblos pequeños y débiles.
Por Dania Batista y Conrado Cuevas
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de los autores, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
La Iglesia católica arremete contra la «superficial» Avatar
La Iglesia católica no admite la competencia en el universo espiritual. Ni siquiera de una película sólo tangencialmente «religiosa». Por eso, los órganos informativos de la Santa Sede arremeten contra Avatar, de James Cameron. Por «superficial, suave, tópica y blanda». Pero, sobre todo, porque, según Roma, la segunda película más taquillera de la historia del cine es «un guiño a las pseudodoctrinas que han hecho de la ecología la religión del milenio».
L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, fue el primero en criticar la, a su juicio, «poca originalidad» de la superproducción en 3D de Cameron, que contrasta con su revolucionaria tecnología.
En un artículo de título significativo, Tras las imágenes, muy poco, el diario califica la película como «una superficial parábola antiimperialista y antimilitarista que no tiene verdaderas emociones, emociones humanas».
La sesuda publicación vaticana lamenta que el «impacto visual» de Pandora y las criaturas creadas por el cineasta no venga acompañado de una historia innovadora sino «blanda» y convencional.
Más lejos aún que L’Osservatore Romano ha ido Radio Vaticano. La emisora del Papa llega a acusar a la cinta de Cameron de no ser más que «un guiño hacia las pseudo-doctrinas que han hecho de la ecología la religión del milenio». Y, para remachar su crítica, asegura que no pasará a la historia del séptimo arte.
Las duras críticas de los órganos de difusión del Vaticano están causando extrañeza incluso en ámbitos eclesiásticos, que no entienden la arremetida de Roma contra una película que no es de temática específicamente religiosa, como sí sucedió en los casos de otros muchos títulos que provocaron la ira de la Santa Sede.
Entre estas últimas, figuran largometrajes como, por ejemplo, El código Da Vinci y Ángeles y demonios (ambas basadas en los best sellers de Dan Brown), además de La pasión de Cristo, de Mel Gibson, y de La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese.
Por José Manuel Vidal